Durante la Segunda Guerra Mundial, Mary Murakami, como muchos japoneses-estadounidenses, estuvo retenida en un campo de internamiento. Cuenta su experiencia y por qué su historia personal es importante en la actualidad.
Después de que Japón atacara Pearl Harbor en diciembre de 1941 y Estados Unidos le declarara la guerra, alrededor de 120.000 japoneses y japoneses-estadounidenses fueron confinados a campos de internamiento por parte del Gobierno de los EE. UU. El argumento de entonces fue que esas personas eran espías en potencia y saboteadores que podrían causar daño a las Fuerzas Armadas estadounidenses. Solo una quinta parte de los internados nació en Japón. La mayoría era la segunda o tercera generación de familias inmigrantes. En la actualidad, se considera que el internamiento fue motivado por racismo e ideas xenófobas.
Mary Murakami tenía 14 años de edad cuando fue obligada a mudarse desde California a un campo de prisioneros en Utah. En la actualidad, esta microbióloga retirada concede regularmente charlas donde comparte sus experiencias con estudiantes, soldados y otras personas.
DW: ¿Cuándo se dio cuenta tras Perl Harbor de que las cosas iban a cambiar?
Mary Murakami: Todo comenzó el mismo día. Sabíamos que el FBI tenía una lista y que estaba buscando gente ese mismo día porque le sucedió al sobrino de mi padre. Esa noche la calle del barrio japonés donde vivíamos estaba muy tranquila. Miramos por la ventana y vimos al Ejército estadounidense. Los militares habían formado un muro de una acera a la otra de tal manera que no podíamos entrar o salir de nuestro sector de San Francisco. Supimos entonces que las cosas no nos iban a ir nada bien.
¿Qué sucedió entre el ataque a Pearl Habor en diciembre de 1941 y el tiempo en el que fue trasladada al campo de internamiento en primavera de 1942?
Empezó con un toque de queda. Primero, solo podíamos circular por un área de varias millas y luego el área se redujo de tal manera que mi hermana mayor y mi padre no podían ir a trabajar. Y luego otro hermano mayor tampoco podía ir al liceo. Luego, fueron restricciones por manzanas, y yo no pude entonces ir a la escuela secundaria. Había mucha gente desempleada por culpa de estas restricciones. Los bancos regulaban el dinero que podías extraer, y la gente no pudo sacar todos sus ahorros para poder seguir viviendo.
En febrero de 1942, el presidente estadounidense Roosevelt emitió un decreto que declaraba en esencia que cada estado de la costa oeste estadounidense fuese una zona militar, de manera que todos los ciudadanos de ascendencia japonesa pudieran ser desalojados y retenidos en un campo de internamiento. ¿Cuándo se enteró usted de este decreto?
Después de que el decreto 9066 entrara en vigor, colgaron carteles por toda la vecindad donde se decía que nos iban a detener y que solo lleváramos todo aquello que pudiéramos cargar. El Ejército nos ofreció almacenar las pertenencias, pero tenías que llevarlas al almacén del Ejército y nadie podía transportar las cosas allí.
Y entonces, ¿qué pasó con sus cosas?
Mis padres se vieron obligados a venderlo todo: siete habitaciones de muebles. Al siguiente día, los compradores llegaron y revendieron nuestro piano ante nosotros por el precio que habíamos pagado por todos los muebles de la casa.
Las iglesias con feligreses japoneses ofrecieron la oportunidad de almacenar unas pocas pertenencias. Así lo hicimos con las cosas que queríamos recuperar tras la guerra. Pero cuando regresamos, no había ya nada: la vajilla de mi madre que había traído de Japón, nuestra muñeca. Mi máquina de coser seguía allí, imaginé que era muy pesada y por eso no se la habían llevado. Pero cuando abrí la caja, se la habían llevado dejando solo la carcasa de protección. Muchos japoneses lo perdieron todo: sus casas, sus trabajos y sus pertenencias.
¿Cómo era la vida en un campo de internamiento?
Vivíamos en barracas con alrededor de 200 personas.Allí se le asignaba un número a cada familia; el nuestro era 22416. Y podías comprobar el miembro familiar por el número. Mi padre tenía el 224116A, mi madre era la 22416B e iba bajando dependiendo de la edad. No teníamos nombres, éramos números. Tuvimos suerte porque mi hermana nos pudo conseguir dos habitaciones para mi familia de siete personas. Teníamos una letrina común para todas las familias en nuestra barraca, sin puertas. Las duchas unas enfrente de otras, sin cortinas.
¿Cuál es su peor recuerdo del campamento?
Un hombre estaba muy cerca de una alambrada de púas y el guardián no lo entendía, porque era de la generación de mis padres y no entendía bien inglés, por lo que lo mató, le disparó.
Pasar por las barracas y ver una estrella dorada en una de las ventanas. Era horrible, porque eso significaba que tenían un hijo en el Ejército y había sido asesinado en el extranjero.
¿Por qué cree que contar su historia personal es tan importante?
Creo que es muy importante porque es una parte de la historia de los Estados Unidos que nadie quiere oír, pero tienen que escuchar estas historias, sobre todo, ahora. Algunos periódicos y políticos están empezando a tratar a los musulmanes de la misma manera que nos trataron a nosotros entonces.
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