Trump contra Merkel, los EEUU contra Alemania
Florian Rötzer
05/02/2017
Según un asesor de Trump, Alemania explota a los otros países de la UE y a los EEUU. En una carta de Tusk, el presidente del Consejo de la UE, se expresa el temor a una descomposición de la UE: no a causa de Rusia, sino de Trump.
Es posible que Donald Trump no apunte a una guerra comercial con China, tampoco al México del que dice querer protegerse erigiendo un “muro material”. En una más que notable columna publicada en el Financial Times, el principal asesor de Trump para asuntos comerciales, Peter Navarro, director del Consejo Nacional para el Comercio en la Casa Blanca, acaba de declarar que, cuando menos, tienen a Alemania en el punto de mira. Alemania habría instituido el muy subvalorado euro a fin de “explotar” a sus socios comerciales en Europa y a los EEUU. Lo que sugiere, una vez más, un euro artificialmente depreciado en relación con el dólar.
No es, pues, sorprendente que Navarro diga que el tratado de libre comercio TTIP está fuera de lugar escudándose en la moneda de Alemania:
“Un gran obstáculo para considerar el TTIP como un negocio bilateral es Alemania, país que explota a otros países de la UE y a los EEUU mediante un ‘marco alemán implícito’, fuertemente depreciado.”
Ya estaba claro que el gobierno Trump no se avendría a tratados internacionales como el TTIP o el TTP, sino que buscaría acuerdos bilaterales. La razón es clara: en acuerdos bilaterales, los EEUU, como parte más fuerte del acuerdo, puede imponer mejor sus intereses.
Navarro no lo dice de manera tan descarada, pero no considera el TTIP un acuerdo realmente bilateral entre los EEUU y la UE. El desequilibrio comercial con el resto de la UE –es decir, no sólo con el resto de la Eurozona—, así como con los EEUU, muestra, según él, la “heterogeneidad económica de la UE”. De lo que infiere que el TTIP es un “acuerdo multilateral disfrazado de bilateralidad”.
Navarro lleva al menos razón en que un euro subapreciado favorece a las exportaciones alemanas; pero también, entonces, a las de los demás países de la Eurozona. Su ataque a Alemania podría indicar que el gobierno Trump busca desestabilizar la Eurozona todavía más de lo que ya lo hace la propia Alemania con su sector de bajos salarios y su política de ahorro que ha impuesto también a Grecia, España o Italia. Empeño en el que no se halla sola la política alemana, sino que caracteriza también al BCE, bajo cuyo jefe, Mario Draghi, y merced a compras de deuda pública por valor ahora mismo de 60 mil millones al mes, consigue mantener barato el euro y baja la inflación, al precio, sin embargo, de dejar de dar intereses. Lo cierto es que el BCE ha seguido el modelo de Japón y de los EEUU, ha hecho suya la “flexibilización cuantitativa” y, con ello, contribuido a generar una especie de guerra comercial sobre la moneda.
La estrategia es inconfundible: señalar y en cierto sentido personalizar a Alemania como el malvado, porque una crítica al BCE no funcionaría tan bien. En efecto, Alemania, como principal potencia económica de la UE, se ha convertido, sobre todo después del Brexit, en el poder dominante en la UE pero, al propio tiempo, a causa de las políticas de ahorro y de la política con los refugiados, el gobierno alemán ha perdido mucho crédito y apoyo dentro de la UE.
Por eso es éste tan buen punto de inserción de la palanca. No es Moscú quien la sostiene, con sus blandas e indirectas operaciones de influencia, según se venía sugiriendo aquí hasta ahora, sino directamente el nuevo gobierno en Washington: Trump contra Merkel, es decir, el recién elegido Presidente de los EEUU contra la Canciller que este año tiene que volver a concurrir electoralmente y que está debilitada como candidata a la cancillería federal. Merkel trató de esquivar displicentemente al ataque diciendo que no es el gobierno alemán quien controla el valor del euro, sino el políticamente independiente BCE.
En correos electrónicos intercambiados con el Financial Times, Navarro declaró que el TTIP no ha naufragado con Tump, sino con el Brexit. Pero Trump siempre había calificado el Brexit como “magnífico”, había valorado bien a Nigel Farage y había manifestado siempre la esperanza de que otros Estado siguieran por ese camino a Gran Bretaña. Con una UE débil o en descomposición, el poder de los UUEE y, por lo tanto, de Trump se incrementaría. Lo dijo sarcásticamente así: “Yo creo que mantener unida la UE no será tan fácil como muchos piensan”. En la entrevista con [el tabloide sensacionalista alemán] Bild dijo esperar que otros Estados salieran de la UE.
A esto ha llegado la UE. El Presidente del Consejo de la UE, Donald Tusk, escribe en una Carta abierta, dirigida a los 27 jefes de gobierno y rebosante de desesperación (“Unidos, nos mantendremos; divididos, caeremos”), que ahora es necesario el cierre de filas: “En un mundo saturado de tensiones y confrontación, los europeos precisan de coraje, resolución y solidaridad política. De lo contrario, no sobrevivirán”. La próxima cumbre tiene lugar el 3 de febrero en Malta: ya sin Theresa May. Y Tusk pone las inquietudes suscitadas por el gobierno de Trump al mismo nivel que las suscitadas por China, Rusia, Turquía y el islamismo radical.
Tusk argumenta apocalípticamente: la situación nunca habría sido tan peligrosa para la UE. Los peligros vendrían también del interior, de un crecientemente robustecido “egoísmo nacional”. Y luego están también las elites que han dejado de creer en la integración política y alimentan dudas sobre los valores fundamentales de la democracia liberal. Tusk está preso del miedo y quiere plantear el problema de la seguridad interna y externa al más alto nivel. Se puede dudar de que el argumento de que la unidad europea “ha impidido otra catástrofe histórica” y de que ha sido la mejor época de la historia resulte todavía atracito a la vista del crecimiento de las fuerzas euroescépticas. Pero tampoco hay que descartar que un enemigo exterior de la UE contribuya a reorientar la situación. Con Putin no ha pasado. Tal vez lo logre Trump.
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