El Mozote
En 1984, Herbert Anaya entrevistó, en el lugar de los hechos, a Rufina Amaya, sobreviviente de la masacre de El Mozote y lugares aledaños, en el departamento de Morazán; ocurrida el 10, 11 y 12 de diciembre de 1981. Esta masacre fue ejecutada por el Batallón Atlacatl, del ejército salvadoreño, bajo el mando de Domingo Monterrosa, en el marco de los operativos militares de contrainsurgencia que afectaron directamente a las poblaciones civiles.
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EL MOZOTE
Hay veces que nos insertamos presurosos donde nuevas sensaciones inexploradas, muestran sus matices. En una columna informe, el estrecho camino nos concede. Llegamos cuando casi todo comienza; el lugar se encuentra enclavado en el regazo de tres cerros... ahí, las semillas germinaron; no hubo más pie del hombre que las aplastara.
Su única calle ancha, deja entrever su tierra colorada. El tinte se lo dieron los siglos, pero sé que el verdadero color se lo dió un día la guerra, para quedarse inmóvil diciéndonos algo, gritándonos algo.
Nos movemos sin darnos cuenta, casi mecánicos, doblamos por su centro, en lo que fue la plaza. A los lados, enormes enredaderas han cubierto de sombra las húmedas paredes encorvadas que aún quedan. Fueron moradas donde la grulla de cipotes, corrían jugando escondelero; donde los ancianos requemados sobre la piedra, mostraban su cansancio amigado, humeando el puro y magallando la punta, pensativos.
Cae la tarde... la última tarde, del último verano. Las agujas del tiempo invisible, marcan casi las seis. Mientras tanto, la cocina ríe con el hervor de los frijoles. Juan mira a la Juana, ambos esperan inquietos llegar la noche. El chumpe llora, los pericos callan, un “alma de chucho” corre bobo y rezagado. De pronto, explosiones y gritos. Los morteros se acercan acosando con su negro humo. Las ráfagas de fusiles automáticos, intimidan el ánimo; luego, un enjambre de soldados aparece con las miradas desorbitadas, escondiendo el miedo en improperios desaforados. Vienen en busca del guerrillero.-
- "¡Salgan todos de sus casas! ¡Afuera, nadie se quede! ¡Todos a la plaza!"-
El campesino indignado y sin camisa, sale vociferando en sus adentros: -“Cuilios cerotes, otro cateo.”
Las mujeres preocupadas con sus delantales prensados de pequeñas manitas llorosas, se van juntando por la calle. La tensión se va volviendo un pequeño rictus a la muerte. Los viejos enclenques, fuerzan sus mandíbulas e invocan a Dios. El famélico perro esconde la cola y corre a esconderse en señal de sumisión...
-"¡Todos ustedes son guerrilleros!"- Acusa un sargento de nervioso movimiento. Su mano empuña el fusil, más bien, el dedo en el gatillo, ansía terminar pronto. -"¡Mi teniente dice que son guerrilleros. Por eso van a morir!"-
La sentencia estaba echada, un murmullo agitado recorre el velo del silencio. Juan, con una seguridad espasmosa, agigantado y sin miedo responde: -"Nosotros aquí nacimos, trabajamos la jarcia, es nuestra vida."-
-"¡También aquí se les va a acabar!"- Interrumpe el sargento -"¡Ustedes son guerrilleros! Mi coronel nunca se equivoca. Solo esperamos la orden de arriba, para empezar la limpieza. ¡Vayan a sus casas y hay de ustedes si asoman las narices o tratan de escapar. ¡Todo está cercado!"-
Las protestas crecían sin encontrar un eco o una esperanza. Ya no habían respuestas. Otra vez, la expectativa y zumbido sordo, juntos. Las palpitaciones se detienen cansadas en el pecho de la Juana. El miedo corre de un lado a otro, prestando sus favores.
-"No nos van a matar, no se preocupe."- le dice Juan para calmarla.
-"La mayoría son niños. Aquí no hay guerrilleros y ellos lo saben, por las familias de los soldados...
-Sí, pero nos dicen eso, solo para interrogarnos, Juana."- Buscando una certeza de lo imposible.
Los niños duermen ignorando la espera. La anciana presiente lo inevitable, por ello consuela las últimas horas y acaricia temblorosa una cabecita suave. Sus nietos no crecerán más. Balbucea un Padre nuestro. El cansancio la domina casi...
-"¡Todos de nuevo a la plaza!"- Oyéndose la rocosa orden como paso al desenlace. Son las cinco de la mañana... Los grillos chirrían demasiado tristes, pero nadie los oye. Los gallos, extrañamente no cantan. El frío penetra hondo. Las estrellas, bueno, las estrellas brillan como siempre, pero esta vez grabando un presagio: la muerte...
-"¡Dos filas de hombres aquí!"- Señalando el teniente, el lugar frente a la ermita. -¡Las mujeres, los viejos y los niños aquí!´- Exigiendo la formación de cara a las otras.
La plaza está repleta de humanos. Unos callan, otros hablan, se entrecruzan claros lamentos, inentendibles voces. -“¡Mami, tengo frío. Tengo hambre, vámonos a la casa!”-
Una niña de ocho meses, llora por la chiche.
-“Soldado, por favor déjeme ir a traer una colcha para envolver a mi hija.”-
-“¿Para qué? si ya van a morir.”- contesta con prepotencia el uniformado.
Por momentos, gritos, ordenes, ruegos, llantos, rezos, imprecaciones, fusiles y chasquidos, se confunden. La deshuesada ronda al momento, impaciente, exigiéndole; a veces protesta y se marcha. Son las siete de la mañana. A lo lejos, el ruido claro del pájaro verde con sus aspas negras, aparece.
-“¡Todos los hombres a la ermita! ¡Los demás, a la casa grande. Que nadie salga, son las ordenes del teniente!”-
El motor ensordece. El polvo se levanta impetuoso. Viene el coronel. Varios civiles armados hasta los dientes, bajan. -“Son los escuadrones de la muerte”- comentan -“Hoy sí, rapidito vamos a terminar.”- agrega un soldado, lanzando una burlona carcajada de ofensiva careta, escondiéndose en el amate.
Los niñitos espantados buscan protección en las enaguas. -“¿Ya viene la orden que esperan?”-se interroga afirmativa, Juana -“¡A todos nos matarán!”- prosiguen diciendo sus lágrimas heladas. Por su mente, una sucesión de rápidos recuerdos y noticias pasan: las masacres contra el pueblo, las denuncias internacionales que oyó por la radio, los desmentidos del gobierno. -“Nos matarán a mi, a mis hijos, a mi Juan, ¡a todos! y luego dirán que fue un enfrentamiento.”- Viene a ella la consolación natural que siempre se presenta antes de la muerte: -“Ya casi terminará esta angustia y sufrimiento. Nos iremos juntos. ¡Malditos asesinos! No se olvidará nunca, esta matanza.”-
El coronel, discute con los mandos, imparte las ordenes de arriba. Su cara, más parece la de una rata, por su deforme quijada comprimida y abultada en la boca.
-“Que nadie se quede. Todos son guerrilleros. No hay que dejar simiente de <<terengos>>, mucho menos, testigos.”-
Su traje de campaña y la obesidad del que se harta, lo vuelve un personaje notorio, producto del enorme esfuerzo y petulancia conocida. Todo jefe de batallón o fuerza militar genocida es así; la dictadura, es así.-
Garbosamente, sube al helicóptero. Los militares de civil se quedan, vienen a hacer fácil la misión para algunos inseguros soldados. Otra vez, truenos y polvaredas. El pájaro verde de aspas negras, alza el vuelo; después, una breve calma y prolongado silencio.
-”¡Primero los hombres, porque nos van a matar hijos de puta! ¡Saquen esos dos cabrones! ¡Amárrenlos!”-
-¡Somos inocentes!-
-¡Al suelo! ¡No, boca abajo pendejo! ¡<<Terengo>> culero! ¡Dejate morir!…-
Al instante, el civil armado blande el colín y lo alza con fuerza hacia la oscuridad que lo persigue; luego, baja cortando el aire con rabia y -¡zas!- la cabeza salta dando vueltas y arrastra borbollones de sangre, sus lazos con el cuerpo, quien retuerce los últimos movimientos.
-¡El otro, que este ya estuvo!-
-¡No se quiere dejar amarrar, el cabrón!-
-¡Tiralo al suelo y ponele las botas en las manos. Que quede libre la cabeza! ¡Eso es! ¿Ves qué fácil? ¡Nunca aprenden, soldados de mierda!- Grita el civil experto, miembro del escuadrón de la muerte.
-¡Vamos, apúrense, hay que terminar ligero!- mientras limpia el filo hirviente en el monte atorado de carne. Su nervioso bíceps se ha hinchado por el ejercicio. Es su trabajo de verdugo. El sudor se junta en el entrecejo, corriendo a las cóncavas regiones y nublando la vista. Sus reflejos hacen que el dorso de la mano las restriegue sin resultado, sacude la cabeza, avanza, se detiene; unos puntos negros comprimen su pequeño cerebro.
-“Hey, yo ya me cansé. Denle ustedes a esos babosos.-
La orden pasó inadvertida... Balas y estocadas se juntaban ya, a decenas de cuerpos se le abren los pechos, pedazos de vísceras gelatinosas se esparcen, los músculos deshilados se desprenden en los entronques, la pólvora deja la piel pringada ante el disparo a corta distancia, los quejidos persiguen el dolor efímero. Un filazo desorientado, mella su ángulo en la piedra y alcanza a cortar secciones del brazo, dejando descubierto el húmero, como espiando -“Ya la cagué”- y rápido vuelve el golpe, acertando a desvertebrar la columna -“Hoy sí ya estuvo”- Luego, nada. Todo termina… La sangre se junta en el cáliz de la flor, para la postrera venganza del pueblo.-
-¡Ahora, démole a las mujeres!- Mientras se sacude con fuerza las manos, de las cuales no se sueltan las manchas rojas –“Pero, antes de darles merengue, hay que coger a esas putas. No las vamos a desperdiciar. ¿Verdad sargento?”- Mueve la cabeza dando su asentimiento. -“Pero primero todas las viejas, mucho gritan”-
La ametralladora enciende intermitente el apagallamas, frente a su cabeza de cabellos y las trenzas entre canas, los huesos amarillentos, rápido se desmoronan entre epidermis enjutas...
Por las veredas, hacia los montes, arrastran a grupos de pobres mujeres, el traqueteo de la sesenta, a veces se calla para que los gritos ahogados se oigan...
-¡Traigan ahora las mujeres paridas!”-
-“Si teniente, pero hay unos cipotes que no las sueltan”-
-“¡Comiencen a matarlas con esos mocosos, que se nos hace tarde!”-
Sí, el norte dicembrino hacía acostarse al Jaraguá. Por la calle, bocanadas de agitado aire, se concentra en una vértice y el remolino asciende empolvado a las alturas. Los cutes de vidriosa lente aguda, se unen con sus alas extendidas hacia aquellas fantasmales figuras; rondan con su despacioso vuelo y esperan. El cielo comienza a cerrarse atrayendo los colores de un frío verano...
-¡Mi teniente, terminamos con todas las mujeres...por fin terminamos!
-¡Muy bien sargento! “Ordene que los soldados de aquella casa redes de tusa” ¡Préndanle fuego a los muertos, que se quemen con todo y casas!
-“¡Sí, mi teniente! “Pero aquí hay que vigilar, no vaya a ser que un muerto salga huyendo de la achicharrada.”-
-“¡No ande creyendo en esas cosas, sargento!”-
-¡Sí, pero los informes dan cuenta de que aquí, habían brujos que ayudaban a estos terengos!”-
-“¡Deje de hablar y cumpla la orden!-
Descomunales llamas corren hacia arriba, desde la base de la antorcha húmeda. Recuerdan a los diferentes matices, en las distintas épocas. Los siempre buscadores de la verdad, los exploradores de nuevas formas de libertad...
Un soldado extasiado contempla el espectáculo, mientras murmúrale otro –“Ya dieron la orden de darle mecha a todos los cipotes”-
-“¡Puta, yo cipotes no mato. Son un vergo. Son más de quinientos!”- contesta el asomo de remordimiento, que aún queda.
-“Si no lo haces con nosotros, lo hacen de todos modos. Así que, vamos, nada te sacas de estar viendo y oliendo carne quemada.-
La noche hace sentir su fúnebre aroma. Un búho sacado del cuento, lúgubre, reflecta la luz de la hoguera, quizá estoy escribiendo versos, quizá Guaire, Quemain o Dalton, esculpiendo el sufrir del pueblo en un trozo de firmamento. Oiga y lea el mundo, cuál es el precio de la paz de nuestra nación futura.-
Por todas las expresiones concebidas, helase la sangre. Esos niños no gritan, es una especie de plegaria que atormenta a los malvados y, a la vez, es esperanza para los pobres del planeta. Es indescifrable el suplicio.
¿Qué fue eso? Nada- a un infante lo lanza hacia arriba y el soldado lo recibe, atravesándolo con el colín, por el tronco. Riéndose el espantajo, bota el pequeño corazón dentro de un pozo artesano. -¡Aquí tirenlos!- Señalando el oscuro agujero. Cortado en un punto, por la proyección de la luna en el fondo, desesperados chapoteos se ahogan por el peso de otros cuerpos, unos vivos y otros muertos.
Del manzano, frutos postizos danzan inermes al vaivén del viento, ahorcados hicieron a tantos, los chacales, mientras los ecos repiten interminables -“¡Mami, mami nos matan!”- El conjunto del llanto clamorea a la conciencia, venganza...
-“¡Mami, mami el cuchillo nos mata!”- El justo clama justicia, justicia clama
-“¡Mami, mami nos están ahogando!- ¡Venganza, venganza de mi pecho salta! ¡Un arma, un arma para matar al asesino! ¡Un arma, un arma para matar el oscurantismo!
Poco a poco, todo acaba; el fuego arde... De pronto, un techo arde, aplastándose.-
- “Charly… Charly… Aquí, Torre Blanca. Coronel, la misión fue cumplida. Cambio.”-
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PRENSA GRÁFICA:
CONTUNDENTE DERROTA MILITAR SUFREN SUBVERSIVOS.
“Por lo menos 600 bajas sufren los terroristas. Nuestra gloriosa fuerza armada, después de incruentos combates, derrotó la hueste comunista en el lugar conocido como El Mozote. Numerosos fueron los heridos, abandonados por los desmoralizados guerrilleros…
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Señora R.A, ¿es usted una de los dos sobrevivientes de esta matanza?
-“Si, soy yo.”
-¿Puede relatarnos lo que ha sucedido aquí, el once de diciembre de 1981?
-“Si, luego de un mortero, entraron los soldados y nos sacaron a la plaza”
La cámara permanente sigue sus movimientos, reconstruyendo los hechos.
-“Fue la fuerza armada-”- insistía -“Hace tres años... hace tres años. No lo puedo olvidar...”-
-“Ni el pueblo lo olvida.”- contestamos.
Descansamos en un pedregal, bajo un aceituno. Unos huesos verduscos, nos miran. “Siempre serán los mudos testigos que hablarán hoy y mañana”. Un aguacero se deshace cerniendo más calor. La grabadora revisa el estado del testimonio. El zacate crecido, nos sirve de cortina, como contraviento de las inclemencias… Enormes enredaderas han cubierto de sombras las húmedas paredes encorvadas que aun quedan. Fueron moradas...
04-10-1984
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