Guerra Social: EL SALVADOR, MIGRACIÓN MASIVA,
DEPORTACIÓN Y VIOLENCIA ORGANIZADA
Dagoberto Gutiérrez
La migración salvadoreña en los Estados Unidos ha
producido ya las bandas juveniles en diversas ciudades estadounidenses. Se
trata de grupos armados que controlan territorios urbanos, que se disputan
territorios con otros grupos, que se enfrentan violentamente a la policía y
que, poco a poco, empezaron a ser deportados hacia El Salvador.
Las autoridades estadounidenses sabían que la solución
del problema de las pandillas juveniles armadas en sus ciudades no pasaba por
la expulsión de sus miembros a sus países de origen. Pero, tal parece que las
policías o autoridades de ese país no pensaron otra salida más inteligente, y
aquí aparece el contacto más explosivo que conformaría una situación aún más
conflictiva en nuestro país.
Los expulsados llegaron a país que no conocían; pero
que además no los reconocía, venían de otro país que tampoco los reconocía, y
se trataba, entonces, de una especie de jóvenes parias rechazados que se
encontraron con jóvenes salvadoreños que también eran extranjeros en su propio
país, porque se trataba de jóvenes excluidos de la educación, también del
trabajo, de la economía, del mercado, del deporte, en fin, excluido de todo
aquello que pueda considerarse comunidad.
Estos jóvenes estaban ya organizados en grupos que le
aseguraban, en primer lugar, la pertenencia, que les daba identidad, el poder
para hacerse escuchar, y la acción para hacerse presentes. Todo este proceso significaba
un sendero lleno de violencia, de sangre y de muerte, instalado en un
territorio pequeño e intenso.
El encuentro y coordinación del factor estadounidense
y del factor local le dio impulso al proceso social de formación de una fuerza
juvenil que se enfrentaba a un determinado orden que no los reconocía. El
escenario de todo este proceso era el neoliberalismo ortodoxo y salvaje que se
implantó en nuestro país, una vez la guerra terminó y la sociedad fue
convertida en un mercado total, y segmentos enteros de la población fueron
marginados como parte natural de este proceso.
Todo el fenómeno empezó a ser calificado de
delincuencia común, porque, en efecto, su accionar violento o no violento
implicaba delitos cometidos contra la propiedad y contra la vida de las
personas. Desde un principio nos encontramos con un accionar ubicado en zonas
urbanas y en zonas periféricas de la capital y otras ciudades importantes. Las
informaciones iniciales establecían que se trataba de organizaciones y no
simplemente de grupos casuales o dispersos.
Estas organizaciones tenían férreos códigos de
conducta, procesos de formación y una jerarquía de mandos y jefaturas
establecidas y mantenidas a sangre y fuego. Además, era notorio un proceso de
crecimiento, como si los jóvenes periféricos buscaran, aceptaran y prefirieran
ser parte de un régimen con una violencia hacia adentro, que los afectaba a
ellos, y una violencia hacia afuera, que afectaba a las comunidades donde
operaban.
Estos dos rostros de estas organizaciones establecían
los fundamentos de un orden diferente al establecido en el país por las clases
dominantes y asegurado por la coacción de las leyes. Estas organizaciones
estaban implantando un orden diferente y propio basado también en la coacción y
en sus propias normas, que actuaba en la periferia de la ciudad, pero que
pasados suficientes años empezó a extenderse a las zonas rurales.
En este punto hemos de recordar que la migración hacia
los EEUU afectó a importantes áreas de las zonas rurales, y que no pocos de los
deportados retornaron a sus lugares de origen, y empezaron afanosamente a
trabajar en la organización de sus organizaciones en los caseríos, cantones y
poblados y que ellos conocían, y así fue como un fenómeno que era inicialmente
muy urbano, se extendió a las zonas rurales y siguió creciendo eficientemente.
A estas alturas del fenómeno nos encontramos con la
relación de una fuerza local y otra proveniente de los Estados Unidos, pero
ocurrió que a estos dos factores se vinculó el tercer factor expresado en el
fenómeno narcotráfico.
Todos sabemos que Estados Unidos es el mercado óptimo
de casi toda la droga producida en el planeta. Por diferentes rutas y medios,
las drogas llegan a ese gigantesco y apetecido mercado. Se trata de un imperio
económico que cubre e influye al capitalismo en el planeta, que penetra a la
banca internacional, a las industrias y a las empresas de todo pelaje. Nada que
huela a capitalismo escapa a sus tentáculos, y Centroamérica es un área de paso
de las drogas producidas hacia el mercado del norte.
De todas maneras, esto implica territorios y no solo
fronterizos, aunque estos son lo principal. Pero, además, la influencia de este
capital tiene capacidad para controlar otros capitales, y no solo en los países
pobres y empobrecidos como EL Salvador. Lo cierto es que el fenómeno que es
actualmente una perversión tiene todo los adornos y atributos para resultar
cercano a las organizaciones a las que no estamos refiriendo.
En todo esto hay razones prácticas porque a estas
alturas, estos grupos han llegado a controlar territorio urbanos y también
territorios fronterizos, y resultan así importantes para el aseguramiento de
rutas de paso o para la distribución local de la mercancía.
Puestas así las cosas, tenemos ya un escenario
bastante claro de una situación que estructuralmente se apoya en los siguientes
factores, los cuales serán abordados a continuación.
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