Telarañas en la izquierda
La Izquierda chilena –y también la de más allá- necesita poner al día su programa, métodos de acción y referentes ideológicos para convertirse en alternativa de poder. El plumero revolucionario debería ser implacable con las telarañas del dogmatismo y con el polvo del oportunismo.
La lucha revolucionaria de nuestros días tiene un sesgo marcadamente cultural. Debe derribar la contracultura del capitalismo y su ariete, el consumismo, que es hegemónica. Los golpes recibidos en ese terreno han sido muy duros. Son los caminos que nunca más se deben recorrer.
Un traspiés mayúsculo fue asimilar conceptos antagónicos: socialismo con estatismo. Socialismo es sinónimo de poder popular, de libertad y democracia; estatismo, en cambio, es la concentración del poder y la dictadura de una oligarquía burocrática. Socialismo es libertad y estímulo de capacidades e iniciativas que concurran al bien común. El estatismo, en su forma extrema, levanta muros de contención a las aptitudes individuales e ignora –cuando no persigue- las diferencias filosóficas, religiosas y de género.
El propósito socialista de nuestra época es crear condiciones sociales, económicas y políticas que permitan a las masas conquistar posiciones más sólidas para avanzar hacia objetivos superiores.
La molicie intelectual provocó la muerte de muchos partidos de Izquierda. El cambio de época obligaba a estrujar las neuronas y someterse a dura autocrítica para reestructurar el ideario socialista. La ideología revolucionaria requiere de nuevos programas y consignas, otros discursos e instrumentos de propaganda, distintos métodos de acción, formas orgánicas y tácticas de lucha. Vivimos la época de la inteligencia artificial, no la del ferrocarril y el telégrafo de los precursores ni de las cúpulas dirigentes del pasado más reciente. Se necesitan nuevas ideas para reactivar las turbinas revolucionarias.
El mundo asiste a la agonía del capitalismo pero no necesariamente a su desaparición. El capitalismo -lo ha demostrado- puede tener muchas muertes y otras tantas resurrecciones. Incluso mutar en versiones mafiosas en sociedades que vivieron décadas de “socialismo real”.
Los proyectos socialistas deben incluir líneas de construcción que no se tuvieron en cuenta o subvaloraron en el pasado. El de hoy debe ser un proyecto de amplia mayoría y no solo de vanguardias. En Chile aprendimos al costo de miles de vidas que no basta una victoria electoral del 37%, que obliga aceptar tutorías políticas para acceder al gobierno. Hoy la absoluta mayoría es determinante. En 1970 éramos un país de 9 millones. Hoy somos casi 19 millones. En el plebiscito de octubre por una nueva Constitución tendrán derecho a voto casi 15 millones. En la dimensión de esa realidad -y del mundo que cambió de época- hay que trabajar el proyecto socialista.
Lo fundamental siempre será la acumulación de conciencia y organización. Pero los reveses sufridos indican que de manera simultánea hay que construir las defensas de la sociedad socialista que nace. La soberanía alimentaria y el aseguramiento de insumos médicos, por ejemplo, son vitales. Como también lo es un ejército identificado con el proceso de cambios.
Postergar la actualización ideológica y orgánica del socialismo, es regalar tiempo al capitalismo para que -todavía más salvaje- supere su crisis. Lo demuestra el resurgimiento del racismo, característica endémica de la “cultura” nacional, que no sólo afecta al pueblo mapuche sino también a los inmigrantes y a las capas sociales más pobres y explotadas del país. El racismo, la militarización, las bandas de matones de la derecha en La Araucanía y las amenazas de los camioneros, reeditan episodios de los años 70 y son señales de lo que ocurriría si la Izquierda continúa ausente o relegando sus debates al aire viciado del Parlamento.
Vivimos una profunda deslegitimación de las instituciones del capitalismo. El «peso de la noche», sin embargo, tiende a imponer salidas de consenso cupular. El precario andamiaje de la institucionalidad permite sostener la recomposición transitoria del modelo. Por eso el desfile de prematuras candidaturas presidenciales y la radicación de la política en la más desprestigiada de las instituciones.
Eso hace aún más urgente el bosquejo de una alternativa socialista. El plebiscito de octubre es una coyuntura favorable. Hay que intentar un amplio movimiento de participación cívica. Rebasar las limitaciones y trampas del plebiscito y convertirlo en una verdadera Asamblea Constituyente, como es voluntad del pueblo. Esto significaría un salto de calidad en la lucha anti oligárquica y una expectativa mejor para la Izquierda.
Desempolvar el proyecto socialista es tarea de todos. La vía es reagruparse para construir futuro. Una propuesta en tal sentido es el «movimiento de los girasoles” que hace unos años planteó Raúl Pellegrin Arias, un arquitecto de larga militancia comunista, padre del Comandante José Miguel del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR). Lo analizaremos en un próximo artículo.
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