Enemigo interno y estrategia represiva: un análisis desde las revistas militares (El Salvador, 1935-1972)
Enemigo interno y estrategia represiva: un análisis desde las revistas militares (El Salvador, 1935-1972)
e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 15, núm. 57, pp. 35-51, 2016
Universidad de Buenos Aires
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional.
Recepción: 07 Junio 2016
Aprobación: 21 Julio 2016
Resumen:Enemigo interno y estrategia represiva: un análisis desde las revistas militares (El Salvador, 1962-1972)
El presente trabajo apunta a analizar y periodizar la estrategia represiva explicitada en el marco doctrinario que orientó el accionar de las Fuerzas Armadas, las fuerzas de seguridad y los organismos paramilitares de El Salvador entre 1962 y 1972. Se prestará atención a la forma en que esta estrategia represiva impactó en el tratamiento estatal represivo de la ola de protesta sindical que tuvo lugar en el mismo período.
Palabras clave:doctrina militar, El salvador, enemigo interno, estrategia represiva.
Abstract:Internal enemy and repressive strategy: an analysis from military journals (El Salvador, 1962-1972)
This paper aims to analyze the repressive strategy as it was described in the military doctrine that guided the actions of the armed forces, security forces and paramilitary organizations in El Salvador between 1962 and 1972. Attention will be given to the way this repressive strategy molded the state repressive treatment of the wave of trade union protest that took place in the same period.
Keywords:military doctrine, El Salvador, internal enemy, repressive strategy.
Introducción
El artículo busca analizar y periodizar el marco doctrinario que orientó el accionar represivo de las Fuerzas Armadas en El Salvador entre 1962 y 1972. Es decir, con anterioridad al surgimiento de las organizaciones político militares o guerrillas y contemporáneamente al desarrollo de una ola de protesta sindical de magnitud inédita, que presentó marcados picos de agitación en 1967-1968 y 1971.[1]
Con ese objetivo se analizaron 66 artículos de las Revistas de las Fuerzas Armadas, de la Escuela de Comando y Estado Mayor "Manuel Enrique Araujo" (CEDEM) y de la Guardia Nacional publicados entre 1962 y 1972, que responden a la temática de la guerra de guerrillas, de contrainsurgencia, guerra revolucionaria o no convencional. Este corpus fue organizado en tres grupos. Los artículos que componen cada grupo guardan mayormente una coherencia temporal: artículos escritos entre 1962 y 1964 en el primer grupo, entre 1964 y 1965 en el segundo, y entre 1968 y 1972 en el tercero y último. Una minoría de estos artículos corresponden a otros años, adelantando concepciones o replicando algunas en apariencia ya abandonadas.
El análisis de estos artículos permitió matizar la comprensión de dicha doctrina como un sistema de ideas “cerrado”, moldeado y transferido por Estados Unidos y aplicado sin modificaciones por las Fuerzas Armadas de cada país. Tanto la temporalidad de los cambios doctrinarios como el énfasis de cada etapa responden más a los desafíos que los locales visualizaban en el escenario salvadoreño que a la orientación norteamericana. Efectivamente, las doctrinas militares y, en particular, la doctrina de seguridad nacional, poseían un considerable margen de libertad en su aplicación. Esta es la razón por la cual los resultados de su difusión distaron de ser mecánicos e iguales en todos los países latinoamericanos, tal como demuestra un análisis comparativo entre las dictaduras brasilera, chilena y peruana (Besso Pianetto, 2006: 39-60).
Hemos abordado en anteriores trabajos la forma en que desde estos artículos se describe al enemigo de nuevo tipo que se visibiliza en América Latina en el contexto de la Guerra Fría a partir de la Revolución Cubana, así como la caracterización del rol de la población en este nuevo escenario (Molinari, 2015; Molinari, en prensa). En este artículo en particular se recuperarán las principales conclusiones de estos dos ejes de análisis (“enemigo” y población) para dar cuenta de un tercer eje: la definición de la estrategia represiva más eficaz para eliminar dicho enemigo y controlar, cooptar o neutralizar a la población. Tal como explica Jemio en sus análisis de la doctrina militar argentina, ambos análisis se encuentran íntimamente relacionados:
Con escasas variaciones, los reglamentos se estructuran en un primer apartado que define y caracteriza al enemigo y un segundo que prescribe los procedimientos para combatirlo. Ambas secciones asumen una estructura especular: la formulación del problema a abordar es el espejo que sirve de justificación práctica a los procedimientos dictados.
En este sentido, la operación de justificación o legitimación de las prácticas prescritas está vinculada a la forma en la que se construye el enemigo. En otras palabras, los procedimientos prescritos son presentados como una consecuencia “evidente” y “necesaria” debido a la “naturaleza” del enemigo (Jemio, 2012).
Se incluirá asimismo, para cada período, un breve recorrido histórico que permita reflexionar sobre el impacto de los cambios doctrinarios en la estrategia represiva implementada por el aparato represivo estatal -especialmente aquella orientada al control de sindicatos-.
Primera serie: primeras innovaciones sobre un mapa convencional (1962-1964)
El período en el que se publican los primeros artículos está marcado por una serie de quiebres significativos en el plano político y social, tanto local como regional
Durante la presidencia del Cnel. Julio A. Rivera, que se extendió entre 1962 y 1967 -y en un contexto de significativa bonanza económica para los países latinoamericanos del que El Salvador no fue ajeno- se observó en el país centroamericano una significativa apertura política que imprimió un renovado dinamismo en el ámbito político estudiantil, político partidario y sindical (Castellanos, 2001). En este último, la promulgación de una legislación laboral amplia y el impulso del Estado a la creación de sindicatos en el área urbana habilitó un espacio de organización que fue cubierto especialmente por dirigentes sindicales adictos al régimen militar, pero también, aunque en menor medida, por referentes cercanos a los partidos de oposición, especialmente el proscripto Partido Comunista Salvadoreño (PCS) (Menjivar, 1982; Molinari, 2013).
En lo que respecta al plano internacional se destacan la consolidación del gobierno surgido de la Revolución Cubana, su alineamiento con el bloque socialista y los cambios en la política exterior de Estados Unidos para Centroamérica que de esta situación resultaron. En el caso de El Salvador, esto se reflejó en el aumento de la asistencia y entrenamiento de efectivos policiales y miembros de los cuerpos de seguridad con fines contrainsurgentes por parte de Estados Unidos (McClintock, 1985, Siegel y Hackel, 1990).
Pese a ser una clave de lectura primordial para Estados Unidos, orientadora de su política exterior, la cuestión contrainsurgente no parecía despertar preocupación entre los militares salvadoreños. Dominaba entre ellos, en cambio, la certidumbre de que, en un país tan pequeño con unas fuerzas armadas tan poderosas y con una geografía esquiva –llana, sin “Sierras Maestras” donde esconderse- era imposible el surgimiento de guerrillas. Esta posición era compartida por dirigentes de la totalidad del arco ideológico salvadoreño, inclusive por los miembros del PCS quienes, en ese momento, se lanzaron a cooptar sindicatos en ausencia de otros cursos de acción viables (Menjívar, 1982).
Pese a dicha idea –conocida como “pesimismo geográfico”- ya hacia inicios de 1961, la cercanía con Cuba había impulsado las primeras descripciones de este enemigo de nuevo tipo. Estas eran, sin embargo, significativamente rudimentarias a nivel político lo que revelaba desconocimiento o falta de información sobre los aspectos políticos de los movimientos de liberación nacional que comenzaban a multiplicarse en el mundo (Ramírez, 1961). En el plano militar las descripciones eran más detalladas aunque muy influidas por una lectura simplista y fuertemente técnica del caso cubano. En términos generales, estas caracterizaciones mostraban estar todavía apegadas a los esquemas de guerra convencional (Montt Martínez, 1965).[2] Es así como, al referirse al “nuevo enemigo”, los autores de los artículos de esta serie utilizan casi exclusivamente el vocablo “guerrilla” o “guerrillero”, distinguiéndolo de la población por su carácter armado –entendido como el aspecto definitorio-, su externalidad o extranjería y su ideología revolucionaria.
Lo anterior evidencia que aún no se ha producido el giro para que el propio ciudadano sea visto como el enemigo y para que la contienda deje definitivamente de ser un enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas de diferentes países.[3]
En lo que respecta a la caracterización de la población, en esta primera serie de artículos se enfatiza su rol en tanto “sostén básico de la guerrilla” (Roguez, 1963) o “base para que la guerrilla logre sus objetivos” (Monge, 1964: 33). Prima claramente una idea estática o pasiva de la población, siendo “población” en esta serie de artículos, sinónimo de “masa” o “muchedumbre”. Es decir, indiferenciada hacia su interior (“reacciona homogéneamente”, según sus intereses inmediatos y siempre “digitada” desde afuera) (Roguez, 1963: 38) y claramente contrastante hacia el exterior, con respecto a los guerrilleros por su carácter pasivo, no revolucionario y no armado.
La estrategia represiva: un despegue relativo con respecto a la estrategia convencional
Definidos así tanto la población como el “enemigo”, en la definición de la estrategia represiva a aplicar se observa claramente una de las características de esta primera serie de artículos: la combinación de un avance en el conocimiento del nuevo desafío reflejado en la incorporación de conceptos novedosos junto a un apego a la doctrina de guerra convencional, que ya comenzaba a mostrar sus limitaciones.
Como ya se dijo, lo que en esta primera serie de artículos se aborda con mayor énfasis –casi con exclusividad- son los aspectos técnico-militares del fenómeno de la guerrilla, a la par de que se insiste en que es imprescindible imitarla para combatirla con éxito (Monge, 1964). Holden reconoce la raíz de este énfasis en la “cultura norteamericana”, fuertemente permeada por la confianza en los aspectos técnicos y en el desarrollo científico aplicado al delineamiento de la estrategia militar. El historiador afirma que inicialmente los militares norteamericanos procedieron a estudiar al nuevo enemigo a nivel técnico, subestimando el nivel político, y confiando en que, lograda una expertise en materia técnica y fortalecida ésta con recursos suficientes, no había posibilidad de salir derrotado (Holden, 2004). En los diversos artículos escritos por los propios salvadoreños en esta primera serie vemos que esta idea se replica muy fuertemente. Aunque se trata de un momento en que los salvadoreños aún no acuden masivamente a las instituciones norteamericanas de formación militar, también en ellos se observa un minucioso análisis técnico de la guerrilla, una subestimación o invisibilización del componente político, y una fuerte y consensuada idea de que las fuerzas regulares pueden llegar a ser “anuladas” si no se adaptan a esta guerra de nuevo tipo (Monge, 1964).
Así, es el artículo del Mayor Roberto Monge (1964), “Guerrillas y contraguerrillas”, el que, dentro de este primer grupo, logra la descripción más acabada de la estrategia empleada por la guerrilla. De ahí derivarán tempranas prescripciones para el desarrollo de la estrategia de contraguerrilla. El artículo logra dar cuenta de la centralidad del apoyo de la población para el desarrollo de las guerrillas y la necesidad del conocimiento del terreno en el que se opera cuando se las enfrenta (siendo fundamental el control del abastecimiento, el dominio de las rutas de escape y los accidentes geográficos, etc.). Enfatiza en la necesaria flexibilidad y movilidad que debe garantizarse en las unidades de combate. Estas deben ser pequeñas -entre 10 y 50 hombres- y contar con aviación ligera y armamento liviano y fácil de transportar. Este aspecto es marcado reiteradas veces en las diversas publicaciones revisadas (por ejemplo, en Roguez, 1963). Monge da cuenta también del “espíritu ofensivo” que domina las acciones de la guerrilla y la forma que ésta tiene de avanzar eludiendo el enfrentamiento directo con las fuerzas principales, priorizando los flancos débiles y el factor sorpresa. Alerta en ese sentido la importancia que para las guerrillas tiene el “efecto psicológico” que los pequeños avances generan en propios y ajenos. Por último, detecta claramente la importancia de la información sobre el oponente que esta estrategia tiene y considera la inteligencia una de la misiones de la guerrilla (Monge, 1964).
Otras ideas claves y propias de los entonces incipientes desarrollos doctrinarios reflejados en el artículo de Monge son la disolución de la diferencia entre “tiempos de guerra” y “tiempos de paz” (concomitantemente, la indistinción entre la estrategia militar preventiva y ofensiva), la distinción taxativa entre “enemigo” y población, y el cambio en la caracterización del “campo de batalla” -cuyas fronteras se extienden y difuminan-.
En lo que hace a la primera idea, la igualación de tiempos de paz y guerra, Monge alerta que aunque las guerrillas sean pocas y focalizadas, debe controlárselas porque son capaces de avanzar, lograr adeptos y ganar capacidad ofensiva, lo que ejemplifica con el caso cubano. “Se impone –afirma- el cambio de estas fuerzas, por ciertas medidas de seguridad que tiendan a reprimir el movimiento cuando aún está en potencia o bien a hacerlo abortar antes del momento preciso” (Monge, 1964:36). En un tipo de organización de los argumentos que será muy común en estos textos, el autor omite especificar las características del desarrollo “en potencia”, lo cual queda librado al criterio discrecional del “profesional de la guerra” (Jemio, 2013). La fase de “preparación” de una guerrilla -dentro de la cual se incluyen actividades no violentas y totalmente compatibles con el juego democrático como la “suma de adeptos” y el “fortalecimiento de la capacidad ofensiva”- marca la vigencia de una “situación de guerra” que ha comenzado antes de que se dispare el primer tiro.
A esto suma la necesaria contundencia de la respuesta, lo que remite a la segunda idea mencionada, según la cual el “enemigo” exige un tratamiento diferente al que se aplica la población. En ese sentido, Monge recomienda que el “dispositivo de seguridad” esté:
(…) orientad[o] especialmente a los organizadores del movimiento, para amedrentarlos y desalentarlos, haciéndoles ver que cualquier acto de violencia será reprimido inmediata y enérgicamente [y] al pueblo en general para tratar de hacerlo sentirse seguro, demostrándole que la autoridad legal está preparada para dominar la situación desde el primer momento (Monge, 1964:37).
Esta cita muestra la clara distinción que se conserva, en esta primera serie de artículos, no sólo entre la población y el “enemigo”, sino también –y por consiguiente- entre los métodos a aplicar a uno y a otro. Estos aspectos irán cambiando paulatinamente conforme la población vaya perdiendo su carácter pasivo a nivel doctrinario, en paralelo, no casualmente, con la activación de amplios sectores de la sociedad civil salvadoreña que comienzan a organizarse en sindicatos, gremios y organizaciones estudiantiles.
En lo que respecta al cambio en la caracterización del campo de batalla, se afirma, por ejemplo, que “no existe frente, retaguardia, flancos, [se] debe actuar en un área sin límites bien determinados” (Monge, 1964: 37) Esta y otras frases similares tornan evidente la progresiva disolución de las fronteras entre el campo de batalla y aquellos espacios donde el enfrentamiento armado no puede tener lugar.
Finalmente, un aspecto a resaltar de esta serie de artículos, es que se desalienta la implementación de métodos considerados “sucios”, es decir, aquellos que se aparten de las prescripciones que reglaban la guerra convencional. Es llamativo en ese sentido, como Monge desaconseja la inclusión de elementos no militares en la guerra de guerrillas y sugiere articular fuerzas regulares (de seguridad y de tropas) y adiestrar “comandantes inferiores y a los propios guerrilleros” ya que “si se dispone de elementos no enrolados en el ejército es peligroso” dada la posibilidad de uso del conocimiento adquirido en “pillerías” o “revueltas internas” (Monge, 1964: 32). Poco después, los civiles cumplirán un papel clave en la lucha contrainsurgente, pero en este momento, todavía algunos militares resaltan la especificidad y la exclusividad en la función de las Fuerzas Armadas y la colaboración de las fuerzas de seguridad.
Segunda serie: Moderna concepción de guerra contra insurgente y cambios regionales (1964-1965)
Aunque cronológicamente no hay una diferencia significativa con algunos de los artículos de la serie anterior, esta serie reúne aquellos textos caracterizados por el definitivo abandono de muchos de los elementos convencionales que persistían en la serie anterior. Se observa, en particular, el inicio de un análisis más complejo y matizado del “enemigo”, identificado en estos artículos como “comunistas”, “filocomunistas” (Sin autor, 1965: 8), rojos(Munguía Payes, 1965: 33) e “infiltración roja” (Rivera, 1965: 14). Esto parece reflejar un cambio en el foco de atención en la descripción del enemigo, del aspecto armado (la guerrilla, propiamente dicha) al político o ideológico.
En lo que respecta a la población, se observa un abandono en la caracterización de ésta como pasiva (“base” o “sostén”) e internamente homogénea (análoga a “masa” o “muchedumbre”). Los autores de estos artículos comienzan a distinguir, en cambio, al interior de esta población, sectores organizados en distintas agrupaciones y se alerta sobre la capacidad de “los comunistas” de “infiltrar” dichas organizaciones o crear las propias procurándoles un funcionamiento totalmente compatible con el sistema democrático. Se tornará crecientemente complejo, entonces, distinguir a los “extremistas” de la “dirigencia de los sindicatos obreros” (Rivera, 1965: 14) y a los gobiernos democráticos de los “filocomunistas” (Sin autor, 1965)[4].
La estrategia represiva: perspectiva regional e integración represiva centroamericana
En esta segunda serie de artículos, junto con el énfasis en los aspectos políticos e ideológicos del enemigo y el inicio del reconocimiento de la capacidad política de la población, se observa el énfasis en la dimensión política de esta nueva guerra que debe librarse. Esto tiene un correlato en la paulatina pérdida de la visión del campo de batalla como limitado por las fronteras nacionales y la aparición con fuerza de la visión regional del conflicto y de la incorporación cabal del concepto de “fronteras ideológicas”. No casualmente, los primeros años de la década, la integración militar de los países centroamericanos (que ya estaba en los planes de los dirigentes centroamericanos desde el pacto de 1947) (Holden, 2004) recibió un impulso decisivo de EEUU.
Efectivamente, en 1962 un cable secreto informó la decisión del gobierno de Estados Unidos de revisar el organismo denominado Organización de Estados Centroamericanos (ODECA), miembro de la OEA, para otorgarle “un rol más prominente y mayores responsabilidades en el alcance de objetivos políticos, económicos y educacionales de Centroamérica como región”. El cable sugería armar, a partir de dicho organismo, un consejo de seguridad centroamericano (NARA, “Propuesta de reorganización de Organización de estados centroamericanos, ODECA”, 01/10/1962). En 1964, poco más de un año después, comienza a funcionar el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA) (Gordon Rapoport, 1989).
Aunque su objetivo explícito era garantizar la seguridad colectiva de la región, en los hechos el CONDECA se dedicó a velar por la “seguridad interna” de los gobiernos miembros (Gordon Rapoport,1989). Buscaba homogeneizar el entrenamiento, la organización y el equipo militar de todos los ejércitos centroamericanos, por eso en 1966 sumó a Ministros del Interior, los únicos civiles convocados, incluyendo así a Costa Rica y Panamá que carecían de ejército propio.
El CONDECA se orientó además, junto con el Comando Sur, a la difusión de la información y la coordinación de las redes de comunicaciones, los ejercicios periódicos y las reuniones entre funcionarios centroamericanos dedicados al tema de la seguridad nacional (Mc Clintock, 1985: 9 y ss), por lo que es descripto por algunos autores críticos salvadoreños como un vehículo integrador de la represión (Salazar Valiente, 1984). Efectivamente, CONDECA logra conectar exitosamente las diferentes fuerzas de seguridad al sistema de defensa de EEUU a través del Comando Sur, asentado en Panamá (Gordon Rapoport, 1989). El nivel de cooperación e intercambio de información se incrementó marcadamente y el organismo logró realizar algunas operaciones exitosas en conjunto durante los años 60 (Dunkerley, 1983).
El análisis de las publicaciones revisadas permite ver, en los artículos de los militares salvadoreños del período, una importante coincidencia en lo que respecta a la necesidad de una estrategia regional de lucha contra el comunismo. El autor de “Vistazo geopolítico de Centroamérica”, por ejemplo, se hace eco de esta idea y afirma que los países centroamericanos desunidos constituyen “fácil presa del comunismo y no logran separadamente el justo lugar que les corresponde dentro del concierto de las naciones al lado del Occidente (sic)” (Sin autor, 1965: 10). Combina así un reclamo histórico por la integración de la región, con las nuevas necesidades represivas en el marco de la doctrina de la seguridad nacional.
Este cambio en la estrategia represiva es acompañado, no casualmente, por la construcción del espacio centroamericano como un espacio especialmente propicio para el desarrollo de las guerrillas o la expansión del comunismo. Esto representa un cambio con respecto a la perspectiva de años anteriores, donde Centroamérica era tan vulnerable como el resto de América Latina a la instalación del comunismo.
Son mencionados, en los diversos artículos que componen esta segunda serie, por lo menos tres elementos que colaboran en este cambio en la evaluación de la vulnerabilidad de Centroamérica.
El primero de ellos -de tipo político o ideológico- es que a la peligrosa gravitación del llamado “foco cubano” se suma la del breve gobierno de Juan Bosch en República Dominicana. Amenazas comunes a toda América Latina, por cercanía geográfica se afirma que estos sucesos impactarán más en los países centroamericanos. Así, el autor de “Vistazo geopolítico…” detecta una “formidable presión” debido a la confrontación de corrientes ideológicas, siendo Cuba el lugar donde la “corriente comunista” ha ganado preeminencia con el consecuente establecimiento de una “zona de influencia” que incluye la región centroamericana y presenta gobiernos “filo comunistas” como el dominicano (Sin autor, 1965).
El segundo de estos elementos es la caracterización geográfica -o, más precisamente, geomorfológica- compartida por todos los países de la región centroamericana. Es Hernández quien aborda el análisis del “ambiente centroamericano” como espacio vulnerable al desarrollo de la guerra irregular.[5] Sostiene que el norte de Guatemala (la zona del Petén), región deshabitada y selvática, presenta condiciones favorables para el desarrollo de guerrillas y afirma: “Precisamente en estos momentos actúan allí bandas de guerrilleros, comunistas.” También menciona la zona central de Guatemala, el territorio hondureño (montañoso, selvático, y deshabitado) y los países de Nicaragua y Costa Rica, que presentan amplias zonas no habitadas (Hernández, 1964).
El tercer elemento que contribuye a reconocer una mayor vulnerabilidad en la región centroamericana en lo que respecta a la expansión comunista es el reconocimiento de pesadas estructuras socioeconómicas compartidas por todos los países de la región. Se menciona, por ejemplo, al monocultivo como el “mal común” de la región (Sin autor, 1965: 7). Característico de los países centroamericanos, el monocultivo representa el caldo de cultivo ideal para “el despertar de las más apremiantes angustias”. Afirma que es urgente, en ese sentido, asegurar una “propiedad racionalmente repartida” –evita utilizar el término “reforma agraria”-, y avanzar regionalmente en tareas como la sindicalización y la unificación de leyes, monedas y aranceles (Sin autor, 1965: 8). Resumiendo las causas de la “inestabilidad política” que domina en Centroamérica, el autor apunta a dos elementos: la dependencia de los precios internacionales y la influencia socialista de oriente “que llega como torrente de Rusia y China comunista” (Sin autor, 1965: 10). Siendo esencialmente diversos, estos elementos son destacados e igualados, lo que marca el apego a aquella idea -muy propia de inicios de la década de 1960- de la raíz socioeconómica de la agitación (Comblin, 1978).
Tercera serie: Contrainsurgencia y agitación social (1968-1972)
La tercera serie de artículos coincide en el tiempo con el desarrollo de una ola de protesta que se extenderá hasta 1971 con dos puntos álgidos: las huelgas docentes de febrero de 1968 y de julio de 1971. El impacto que esta ola de movilización produjo tanto en el escenario político salvadoreño como en el modo de manejar el conflicto por parte del gobierno de ese país se refleja claramente en el nivel doctrinario y en la estrategia represiva implementada.
A nivel doctrinario se observa un análisis mucho más detallado del accionar de las guerrillas en las ciudades o áreas más pobladas en detrimento de aquellas que se desarrollan en el ámbito rural (Guzmán Aguilar, 1970). Se alerta sobre el carácter encubierto que conlleva el accionar de la guerrilla en el área urbana y sobre el extenso trabajo político y de agitación que antecede al desarrollo de la estrategia armada cuando ésta se da en las ciudades.
Este punto va a ser la antesala de una serie de reflexiones e indicaciones que tiendan a enfatizar -en esta serie más que en las anteriores- la necesidad de detectar a las guerrillas antes de que estas se desarrollen.[6] Esto se relaciona con el énfasis en el control de la actividad política en tanto terreno primero en donde la “subversión” opera, y con el control de los dirigentes políticos en tanto potenciales enemigos “disfrazados”. Para hablar de ellos se utilizarán epítetos como “subversivo”, “dirigente subversivo” o “agente agitador” (Guzmán Aguilar, 1970). Todos estos aspectos profundizarán la disolución de las fronteras entre actividades políticas legales y perseguidas, y entre el accionar represivo de tipo preventivo y aquel de tipo ofensivo.
En línea con estos aspectos, en la caracterización de la población se abandona definitivamente tanto el carácter pasivo como sus diferencias tajantes con respecto al enemigo perseguido. Se afirma por ejemplo que la colaboración de la población constituye el “factor básico” en el nacimiento, vida y éxito de la guerrilla, y que: “Sin el decidido apoyo moral, material e ideológico de la población local, no pueden sostenerse las operaciones de guerrillas” (Guzmán Aguilar, 1970: 15). Este traspaso, en apariencia menor -de “sostén” (Roguez, 1963) o “base” (Monge, 1964: 33) en artículos de 1963 y 1964, a “decidido apoyo” en 1970- contribuirá a desdibujar definitivamente las fronteras entre un combatiente y un no combatiente, con la consecuente y progresiva igualación de los métodos que se emplean contra cada uno.
La estrategia represiva: los métodos “sucios” y la indistinción entre población y enemigo
El corrimiento de la atención a la actividad política del enemigo en el seno de la población redujo el interés por la estrategia propiamente militar de la guerrilla y la contraguerrilla. Constituye una excepción en ese sentido el artículo donde se desarrolla un ejercicio teórico de planificación de una acción militar contra las guerrillas (Iraheta, 1970). Más en línea con los intereses principales del período, el texto de Guzmán Aguilar ahonda en detalles interesantes.
En su artículo “La subversión comunista y las acciones guerrilleras” Guzmán Aguilar da cuenta de la importancia de las tareas de inteligencia sostenidas de manera permanente. Sostiene que es necesario preparar, en “tiempos de paz”, agentes especializados en la recolección de información, que se establezcan en zonas determinadas para familiarizarse con la población sin que su función sea conocida (“deben tener ocupación aparente para ganarse la vida”) (Guzmán Aguilar, 1970: 16) [el énfasis es nuestro]. Afirma que “al presentarse las circunstancias de emplear fuerzas de guerrillas, en nuestro medio es conveniente establecer un servicio de información acorde con las necesidades futuras (…)” (Guzmán Aguilar, 1970: 16) Propone así desarrollar un sistema de “centros de obtención”, constituido por “agencias establecidas permanentemente en las áreas” que obtengan y diseminen información en colaboración con la “patrulla militar cantonal y personal civil”. También propone asimismo abocarse a la tarea de elaborar planes, preparar personal y determinar qué agencia coordinará esta estructura (Guzmán Aguilar, 1970: 16).
Estos párrafos (aunque breves y muy generales) no sólo enfatizan en la importancia de la recolección de la información sobre la subversión de manera constante, sino que además recomiendan el uso de recursos antes rechazados, como el uso de civiles. Es este artículo el que, por primera vez en las publicaciones revisadas, se hace mención explícita de métodos “sucios” de contraguerrilla. Efectivamente, si en las series anteriores se trataba de adaptar la estrategia convencional a la guerra de guerrillas -mediante cambios en el armamento y reducción de las unidades, por ejemplo-, el énfasis en la actividad política del enemigo en la población va a implicar el abandono de ciertas ideas –como la negativa a incluir civiles en la contraguerrilla- y, el cambio en el accionar –enfatizando el accionar encubierto, la infiltración- y, principalmente, la recolección y obtención de información como tarea prioritaria.
En lo que respecta a los efectos de la indistinción entre la población y el enemigo y sus efectos sobre la estrategia represiva propuesta, esto es claro en la siguiente cita del texto antes citado:
(…) hemos dicho que para el funcionamiento de la guerrilla, es indispensable que el pueblo la apoye resueltamente. Esto indica que, donde quiera que se encuentre una guerrilla que esté actuando con éxito, es que alguien del pueblo le está dando su cooperación y le está proporcionando información, por lo tanto, ¿qué hay que hacer? Hay que aniquilar su fuente de apoyo y su fuente de información(Guzmán Aguilar, 1970: 23. Las cursivas son nuestras).
La inclusión de métodos “sucios” y la indistinción entre el enemigo armado y la población conducen aquí a la prescripción de iguales métodos contra combatientes y no combatientes. Torna inteligible así, la criminalización de la totalidad del conjunto social que apoya o es sospechado de apoyar a la organización definida como enemigo.
Finalmente, llama la atención en esta tercera serie, la multiplicación de textos de autoría extranjera, especialmente norteamericana. Estos textos dan cuenta de la amenaza específicamente armada de la guerrilla, que para el momento de su publicación, ya se había instalado en la región en países como Guatemala y Nicaragua. Sin embargo, en línea con los autores salvadoreños antes referidos, proponen priorizar un ajuste en el control de la población o los sectores no combatientes(Eaton, 1970 y Fall, 1969).
El impacto del cambio doctrinario en la estrategia represiva
Los cambios doctrinarios ocurridos en el período que coincide con la ola de protesta que movilizó amplios sectores de la población salvadoreña presentan, como pudimos ver, dos importantes características: la introducción de los métodos “sucios” de combate contra el enemigo interno y la definición de un amplio sector de la población como un colectivo a controlar y eventualmente perseguir y atacar.
El análisis de la estrategia represiva efectivamente llevada adelante en este período histórico alerta sobre la importancia que debe darse a las formulaciones doctrinarias, aspecto de la actividad militar que ha sido, hasta el momento, poco analizado. En trabajos anteriores hemos analizado con detalle dicha estrategia (Molinari, 2015). Resaltaremos aquí las principales conclusiones al respecto.
Los años englobados en el tercer momento de la periodización (1968-1972) coincidieron -como dijimos- con una importante ola de protesta que reconoce un punto de inicio en 1967-1968, con la huelga general progresiva de la fábrica metalúrgica ACERO SA (abril de 1967) que logró movilizar sindicatos tanto oficialistas como independientes, y la huelga docente (febrero de 1968) que interpeló además a la comunidad universitaria y generó extendido apoyo en la sociedad (Almeida, 2008).
Esta serie de manifestaciones, comparable en magnitud sólo a aquellas que se habían dado más de tres décadas antes determinó un cambio en el escenario político salvadoreño a la vez que un giro en el modo de manejar el conflicto social. Coincidente con el cambio de gobierno (en Julio de 1967 asume Fidel Sánchez Hernández), se observó un claro acercamiento de buena parte del nuevo gabinete a la perspectiva contrainsurgente en lo que hace al control de la agitación social y, especialmente, sindical.
Esto se evidenció principalmente en dos importantes eventos. El primero lo constituye la creación –en agosto de 1967- de un organismo de inteligencia de alcance nacional, la Agencia Nacional de Seguridad de El Salvador (ANSESAL).[7]El surgimiento de esta Agencia y los poderes especiales de los que gozó desde el inicio, reflejaron una preocupación creciente en el manejo de información sobre la subversión, lo que poco después sería explicitado en el artículo de Guzmán Aguilar citado (1970). A cargo de la recopilación, distribución y análisis de la información sobre la subversión, ANSESAL se sumó a una serie de organismos represivos relacionados con la perspectiva más cabalmente contrainsurgente.
ANSESAL constituyó una agencia formada por militares con contactos con altos mandos del poder político, un cuerpo "de elite" que coordinaba los servicios de inteligencia a nivel nacional (Siegel y Hackel, 1990) y contaba con el apoyo de varios Ministerios bajo el mando del Director de la Guardia Nacional, el Gral. José Alberto Medrano -reconocido referente de las posturas más represivas dentro del gobierno y con fuertes lazos con los sectores reaccionarios de la oligarquía salvadoreña y el servicio de inteligencia norteamericano (Pyes, 1994)-. Luego de su creación, la Agencia comenzó inmediatamente a recabar información sobre la “actividad subversiva” en el país. (La prensa Gráfica, 30/08/1967).
Desmantelada en 1979, la información que ANSESAL había recopilado hasta ese momento fue apropiada por quien fuera el segundo al mando de la agencia, Roberto D'Aubbuisson. Ya iniciada la Guerra Civil, esta información pudo haber sido el principal insumo del archivo del cual se sirvieron los “escuadrones de la muerte” –dirigidos por el propio D'Aubbuisson- para direccionar su accionar.
El segundo evento directamente relacionado con la peligrosidad que el gobierno detectó en la ola de protesta lo constituye el giro contrainsurgente en la actuación de las fuerzas de seguridad y las organizaciones paramilitares en lo que respecta al tratamiento de la movilización sindical. El análisis de documentos desclasificados permitió detallar estrategias de hostigamiento, persecución e inclusive, actos de terrorismo, llevados adelante por cuerpos policiales y paramilitares como la Guardia Nacional y una organización de ultraderecha sobre la cual existe muy escasa información: Mano Blanca Salvadoreña.
En lo que respecta a la Guardia Nacional, esta comenzó a participar en la resolución de conflictos sindicales, resolución que, desde ese momento, se tornó crecientemente violenta y contó con la participación de organismos paraestatales.
Durante el conflicto docente, por ejemplo, esta estrategia se cobró la vida de por lo menos seis personas, tres de las cuales permanecieron desaparecidas. Uno de los seis cuerpos fue identificado y los otros dos restantes -dos sindicalistas que habían participado en las huelgas el periodo- encontrados poco después con visibles señales de tortura (NARA, “Teachers dispute and related developments”, 1968) Interrogado por funcionarios de la Embajada norteamericana, Medrano reconoció que sus guardias habían utilizado machetes para el control de los manifestantes, resultado de lo cual algunos habían muerto. Al preguntarle los referentes de la Embajada norteamericana por las causas de la no identificación de los mismos y dando cuenta del conocimiento del siniestro método francés que 10 años después se utilizaría en el Cono Sur, “el General negó que sus cuerpos hayan sido tirados al mar."(NARA, “Colonel Medrano's summarization of communist activity in Salvador, 08/03/1968).
En lo que respecta a los organismos paramilitares, la primera evidencia recabada de los mismos es un cable secreto de la Embajada norteamericana donde se da cuenta del surgimiento de una organización conocida como Mano Blanca Salvadoreña (MBS) (NARA, “Salvadoran white hand group enters scene”, 21/10/1967). Inicialmente firme en su decisión de negar la existencia de dicha organización, cuando las acciones de Mano Blanca comenzaron a multiplicarse, en ocasión de la huelga docente, el jefe de la Policía Nacional, la identificó como una “organización anticomunista clandestina” y negó conocer a sus miembros pese a la ligazón de la misma con el Gral. Medrano.
Entre los primeros actos terroristas atribuidos a MBS u otros organismos ligados a Medrano se cuentan el ametrallamiento y las bombas a la casa de varios referentes de un partido de oposición, las amenazas a dirigentes de la oposición, las bombas colocadas en el local de un sindicato, el asesinato de dirigentes de la oposición, la colocación de bombas en los lugares donde se desarrollaban movilizaciones y el asesinato de un líder campesino (Molinari, 2015).
El período de actividad del MBS que fue posible rastrear en los documentos revisados se extendió desde octubre de 1967 - momento en que tiene lugar una huelga encabezada por dirigentes comunistas- hasta abril de 1969, poco antes de que la guerra con Honduras tomara el escenario político salvadoreño por completo. Los documentos desclasificados analizados reflejan un pico de actividad durante la huelga docente de febrero de 1968. Existen, sin embargo, muy pocas referencias de la organización en la literatura de la época.
Conclusiones
La investigación aquí propuesta buscó dar cuenta de los condicionantes locales, la particular lectura y la capacidad de adaptación de algunos elementos de la doctrina de contrainsurgencia por parte de los militares salvadoreños durante el período 1962-1972, es decir, con anterioridad al inicio de la escalada represiva y la radicalización que caracterizó la década de 1970 y que constituyó la antesala de la Guerra Civil (1980-1992).
Se recuperaron de anteriores análisis las principales conclusiones referidas a la forma en que se caracterizó al enemigo de nuevo tipo (inicialmente, el guerrillero) y el rol que se adjudicó a la población en relación con el primero. Estas consideraciones fueron puestas en relación con el eje de análisis que se abordó con mayor detalle: la estrategia represiva sugerida.
Si la forma en que se va definiendo este enemigo de nuevo tipo impacta en la estrategia diseñada para enfrentarlo, esta estrategia represiva tiene fuertes lazos con el accionar que efectivamente llevaron adelante las Fuerzas Armas y las fuerzas de seguridad, especialmente en lo que respecta al manejo de la movilización sindical. Efectivamente, los cambios en el escenario político determinaron significativas modificaciones doctrinarias, razón por la cual fue posible organizar la información en tres períodos: 1962-1964, 1964-1965 y 1968-1972.
El siguiente cuadro esquematiza las principales caracterizaciones de cada período:
La primera serie de artículos (1962-1964) se caracterizó por presentar ciertas innovaciones sobre un mapa doctrinario todavía convencional.
Pese a ser un momento histórico de una marcada despreocupación por parte de los militares salvadoreños, del fenómeno guerrillero, la cercanía con Cuba impulsó las primeras descripciones de este enemigo de nuevo tipo. El énfasis en la cuestión meramente militar y técnica del fenómeno de la guerrilla se trasladó a la consideración de la población que se definió como “base” o “sostén”. Esto permite observar que los militares salvadoreños fueron capaces de dar cuenta de la importancia de la población en este nuevo tipo de guerra, pero que, a su vez, seguían apegados a esquemas convencionales: faltaría un giro aún para que el enemigo adquiriera su carácter altamente ambiguo y de enemigo interno.
En línea con la caracterización del enemigo y la población, la definición de la estrategia represiva también mostraba aún cierto apego a la doctrina convencional y un énfasis marcado en los aspectos militares. Así, se visualizaban a los Estados Nacionales como los principales contendientes de esta guerra y el enemigo era considerado un agente “externo”. Sin embargo, se producen significativas incorporaciones, como la indistinción entre “tiempos de guerra” y “tiempos de paz” y la disolución de los límites del “campo de batalla”.
La segunda serie de artículos (1964-1965) se caracterizó por un marcado avance en las concepciones contrainsurgentes, el abandono de resabios de la estrategia de guerra convencional y ciertos cambios regionales.
El énfasis en los aspectos militares propios de la primera serie dejó paso a un análisis más político del enemigo, que pasó a ser definido por su adscripción político-ideológica (“el comunista”). En línea con la laxitud y ambigüedad que más adelante caracterizaría a este enemigo de nuevo tipo, los militares salvadoreños alertaron desde sus artículos el hecho de que este enemigo incluía a muchos sujetos que negaban ubicarse dentro de esa orientación política. El enemigo comenzaba así a desdibujarse y “esconderse” tras fachadas democráticas.
El fortalecimiento –hacia mediados de la década del 60- de las primeras organizaciones sindicales marcó, por otro lado, el cambio en la caracterización de la población, que dejó de verse como un ente pasivo e indiferenciado hacia su interior. Los militares describieron en sus artículos las diversas organizaciones en las que la sociedad civil podía organizarse y alertaron sobre la capacidad del enemigo de infiltrarlas para utilizarlas para su propio beneficio.
La aparición de guerrillas en países de la región (Guatemala y Nicaragua) en ese período no logró modificar la “certeza” de que El Salvador continuaba constituyendo un país virtualmente blindado al desarrollo de guerrillas, pero coadyuvó a cambiar la caracterización de la región centroamericana. Esta pasó de ser una región tan vulnerable como el resto de América Latina, a ser un espacio especialmente propicio para el desarrollo de las guerrillas. No fue casual entonces que la estrategia represiva sugerida adquiriera una perspectiva regional, resultado de considerar que en la región, ningún país podía considerarse ajeno a la lucha contra el nuevo flagelo. El énfasis en los aspectos políticos había llamado a prestar atención a la vulnerabilidad de las “fronteras ideológicas”. Tampoco fue fortuito el impulso que recibieron instancias de integración regional, como el Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA) que significó un fuerte avance en lo respectivo a la circulación de la información sobre seguridad nacional.
Finalmente, la tercera serie de artículos se extendió entre 1968 y 1972 y coincidió con una ola de protesta protagonizada por organizaciones sindicales y estudiantiles. Se trata entonces de un período caracterizado por la instalación de manera cabal de la perspectiva contrainsurgente, evento que coincidió con un ascenso de la agitación social.
En esta etapa, la caracterización del enemigo se amplió aún más, siendo “la subversión” la figura utilizada para caracterizarla. Ya no será necesariamente el carácter armado ni la orientación revolucionaria lo que defina el “blanco” del control, la persecución y la eventual eliminación. El foco de la atención dejará de estar así, en el carácter armado del enemigo, para centrarse en un accionar más diverso y no necesariamente incompatible con el régimen democrático. La población, por su parte, perderá su distinción taxativa con respecto al enemigo, provocando una disolución de las fronteras entre combatientes y no combatientes y, consecuentemente, entre los métodos a emplear contra cada uno. Efectivamente, la estrategia represiva sugerida para un enemigo así entendido -indistinguible de la totalidad del conjunto social y especialmente de aquellos sectores movilizados- incluyó estrategias cada vez más drásticas de control de la población.
En lo que respecta a la caracterización de la población, las organizaciones políticas que en ella se desarrollen fueron sindicadas como el primer plano donde la subversión se desarrolla y el único donde es posible combatirla con eficacia. La población pasó a constituir así un enemigo latente, un enemigo en potencia. Enemigo y población perderán entonces, las características que los diferencian. En el plano de la estrategia represiva sugerida, el riesgo latente, presente en el propio juego democrático habilitará el uso de métodos novedosos, no contemplados por los esquemas tradicionales y muchas veces reñidos con las garantías constitucionales. A nivel doctrinario se sugiere el uso de personal civil y encubierto, la infiltración, el énfasis en la recolección de la información y el control de grupos extensos. Se trató de la explicitación, de manera más o menos explícita, de la necesidad de echar mano a métodos no convencionales o “sucios” para el control de la población. Esto se corroboró en los hechos con el surgimiento de un organismo paramilitar con fuertes lazos con el gobierno, pero nunca reconocido por el mismo, y la multiplicación de atentados de diverso tipo contra dirigentes sindicales y de la oposición, lo que dio a los actos de terrorismo como herramienta política.
Poco más de una década después, durante la Guerra Civil, la técnica de tierra arrasada –es decir, el aniquilamiento de la totalidad de un pueblo sospechado de apoyar a la guerrilla- será una técnica utilizada por las Fuerzas Armadas y sus batallones de elite para avanzar sobre la guerrilla enemiga (Amaya, Danner, Henríquez Consalvi, 2014). Para ello se necesitó un salto cualitativo en la consideración del papel que juega la población en la guerra de contrainsurgencia, una progresiva “criminalización” de dicha población y una legitimación de los métodos “sucios”.
Un antecedente de las justificaciones de este tipo de accionar lo encontramos en este momento en El Salvador. Difuminadas las fronteras entre colaboradores y no colaboradores y entre prácticas permitidas y perseguidas, este tipo de afirmaciones taxativas contribuyeron a criminalizar a la totalidad de la población, llegando a asimilarla con el enemigo a exterminar, prescribiendo consecuentemente la extensión de la vigilancia sobre la misma y, en el extremo, la aplicación de los mismos métodos diseñados para confrontar al enemigo armado.
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