Los que no alcanzan ni a migrar
Desde América Latina, los especialistas en el estudio de la migración dividen las olas migratorias en dos grandes fases: la primera inició a principios del siglo XVI con la llegada de colonos europeos y esclavos africanos a estas tierras y se prolongó hasta entrado el siglo XX cuando, por la depresión económica de Occidente y las guerras europeas, algunos países de Sur América fueron el destino de millones de personas del viejo continente. La segunda fase se caracteriza por el cambio de sentido del flujo migratorio, desde países del sur hacia países del norte y comenzó alrededor de 1950 y continúa en la actualidad.
Desde el norte de Centroamérica, la migración fundamentalmente es producto de causas socioeconómicas a tal grado que, además de ser un derecho humano, en muchos lugares se ha vuelto un imperativo. Las condiciones de pobreza, exclusión y violencia se han vuelto tan duras que los peligros que conlleva la decisión de migrar, especialmente hacia Estados Unidos, pierden peso ante el dilema de seguir sufriendo en los lugares de origen. Por esta crítica situación muchas veces suele pensarse que quienes más migran hacia el norte son los más pobres de los pobres. Pero esto no es del todo cierto. Para migrar hacia Estados Unidos se necesita poseer algo de valor económico aunque sea para empeñarlo o alguna persona que ayude a cancelar las cada vez más altas cantidades de dinero que ganan los coyotes. Incluso los que deciden arriesgarse viajando sin tutela, ya sea de manera individual o en caravanas, deben llevar alguna reserva económica para todas las necesidades que demanda el extenuante viaje. Sin embargo, los sectores más empobrecidos no tienen ni siquiera la opción de abandonar su país. Especialmente la juventud marginalizada a la que en su propia tierra se le niega una vida digna, justa y segura, y carece de familiares y amistades en el norte, está abandonada a su suerte y se vuelve presa de caminos subterráneos de sobrevivencia. Algo parecido sucede con los niveles educativos de la población que emigra.
A veces se piensa que los que han tenido menos oportunidades de educación formal son los que más tienden a dejar su tierra en busca de mejores horizontes. Pero esto tampoco es cierto. Quienes tienen mayor nivel educativo tienen una propensión más alta a migrar. Un estudio realizado en Guatemala, Honduras y El Salvador, arrojó que “la población de alto nivel educativo tiende a emigrar en mayor proporción que el resto de la población de estos países, lo que indica la casi nula capacidad de retención de la población y fuerza de trabajo altamente calificada que, ante la ausencia de opciones laborales y de condiciones de vida, opta por emigrar a los Estados Unidos2. El mayor nivel educativo permite estar más y mejor informados sobre los peligros del viaje migratorio y responder a las oportunidades que se presenten en el país de destino. De acuerdo a un informe de la Unesco del año 2019 “las personas con educación universitaria tienen dos veces más probabilidades de migrar que los que han cursado solo la escuela primaria; a nivel internacional, las probabilidades se multiplican por cinco. La educación no solo influye en las actitudes, aspiraciones y creencias de los migrantes sino también en las poblaciones de acogida”3. Entre los factores que provocan la migración en Centroamérica destacan los homicidios, el desempleo, la situación económica y la educación.
Es decir, si bien la migración es la válvula de escape para la sobrevivencia de muchas familias y para mantener a flote las economías nacionales, los más pobres de los pobres y los que tienen menos años de escolaridad en los países expulsores, se ven condenados a la lucha por la sobrevivencia en una tierra sin oportunidades. La juventud que se queda se ve sometida a un sin número de amenazas que hacen poco menos que imposible salir bien librado. La falta de comprensión de esta injusticia estructural hace que se criminalice a la juventud cuando su situación es un reflejo del deterioro de todo el cuerpo social. Con la migración el país gana remesas, pero pierde a gran parte de su juventud y de su mano de obra calificada. Y de paso condena a los más marginalizados a ser presa de los que juegan con su pobreza y su sufrimiento ofreciendo mejorar su vida con promesas de ficción.
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