«EL ARTE DE LA GUERRA»
La mecha está encendida en el Donbass
Sigue la partida de ajedrez alrededor de Ucrania. Estados Unidos prepara un ataque contra las autoproclamadas repúblicas populares de Donestk y Lugansk, donde la mayoría de los pobladores ostentan ahora la nacionalidad rusa. A la luz de la Constitución rusa, el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, tiene la obligación de defender a los ciudadanos rusos, incluso mediante la fuerza militar. Para evitar ser considerado responsable de algún enfrentamiento, Moscú ha alejado sus tropas de la frontera mientras que el Parlamento de la Federación Rusa solicitaba al Kremlin que reconozca la independencia de Donestk y Lugansk. Washington ya no puede invocar los acuerdos de Minsk porque, “gracias” al presidente de Francia Emmanuel Macron, el gobierno ucraniano acaba de rechazar de plano toda posibilidad de aplicarlos… aunque a la vez no puede tomar por asalto la región sin atacar a ciudadanos rusos, cuya voluntad de secesión es ahora más justificada que nunca. En definitiva, habrá que acabar reconociendo la independencia de las dos repúblicas populares. Y en su próxima jugada, estas podrían solicitar su incorporación a la Federación Rusa.
Mientras que la situación en el Donbass se hace cada vez más incandescente, el presidente estadounidense Joe Biden convocó –por videoconferencia– lo que de hecho es el consejo de guerra de la OTAN y la Unión Europea: el secretario general de la alianza atlántica, Jens Stoltenberg; el primer ministro británico Boris Johnson; el presidente francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Olaf Scholz; el primer ministro italiano Mario Draghi; el presidente polaco Andrzej Duda; el presidente rumano Klaus Iohannis; y el primer ministro canadiense Justin Trudeau; además del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y de la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
Ese consejo de guerra OTAN-UE declaró que «si Rusia efectúa una invasión ulterior contra Ucrania, Estados Unidos, con sus aliados y socios, responderá de manera decisiva e impondrá un costo inmediato y pesado».
Eso fue lo que Biden dijo a Putin al día siguiente, no sólo en nombre de Estados Unidos sino también de la OTAN y de la Unión Europea. O sea, rechazo categórico de toda negociación, de hecho una declaración de guerra, a la cual suscribió la Italia del primer ministro Mario Draghi, bajo la mirada de un parlamente italiano silencio y sumiso.
Las señales de guerra se intensifican. El Departamento de Estados está evacuando la embajada de Estados Unidos en Kiev y anuncia a los ciudadanos estadounidenses que deben salir de Ucrania porque «no podrá protegerlos ante el ataque ruso». El ministerio de Exteriores de Italia está haciendo lo mismo.
El Pentágono ha retirado de Ucrania 160 instructores militares que estaban entrenando a las fuerzas ucranianas. Pero quedan allí consejeros y otros instructores militares pertenecientes a las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y de otros países de la OTAN, personal que de hecho dirige el ejército y la Guardia Nacional de Ucrania.
En primera línea de esas fuerzas ucranianas está el batallón neonazi Azov, que ya se ha destacado por su ferocidad contra los pobladores rusos del Donbass. Ese “mérito” le ha valido al batallón Azov ser promovido a la categoría de regimiento mecanizado de las fuerzas especiales de Ucrania, armado y entrenado por la OTAN, bajo una insignia calcada de la que identificaba a la División Das Reich de las SS –una de las 200 divisiones hitlerianas que invadieron la Unión Soviética en 1941.
La Historia nos recuerda que aquellas divisiones hitlerianas fueron derrotadas. Pero aquella guerra costó a la Unión Soviética 27 millones de muertos –más de la mitad civiles– o sea el 15% de la población de la URSS, mientras que Estados Unidos perdió en la guerra un 0,3% de su población. Además, los nazis deportaron a Alemania 5 millones de soviéticos y los invasores hitlerianos destruyeron en la URSS más 1 700 ciudades y pueblos, 70 000 aldeas y 30 000 fábricas.
Pero todo eso ha sido peligrosamente olvidado mientras que Rusia sigue repitiendo, como quien habla con una pared, que no atacará Ucrania y denuncia la concentración de tropas ucranianas cerca del Donbass habitado por pobladores rusos. El gobierno de Kiev ha desplegado allí más de 150 000 soldados equipados con vehículos lanzacohetes Grad, capaces de lanzar cada uno, en una salva de 20 segundos, 40 cohetes de 122 milímetros con un alcance de 40 kilómetros cuya deflagración dispara miles de fragmentos metálicos cortantes o pequeñas bombas de explosión retardada. Un ataque a gran escala con ese tipo de armamento contra los pobladores rusos de Donetsk y Lugansk y sus zonas circundantes sería un verdadera carnicería en una región defendida por fuerzas locales que no cuentan más de 35 000 combatientes.
La guerra podría iniciarse en el Donbass con una operación bajo bandera falsa (false flag) [1].
Moscú ha denunciado al respecto la presencia en el Donbass de mercenarios estadounidenses equipados con armas químicas. La chispa pudiera ser una provocación, como un ataque contra alguna localidad ucraniana, acción que se atribuiría inmediatamente a los pobladores rusos para justificar una “respuesta” de las tropas de Kiev, numéricamente muy superiores a los defensores del Donbass.
Ante ese posible escenario, la Federación Rusa ha sido muy clara al subrayar que no se quedaría cruzada de brazos e intervendría en defensa de los rusos del Donbass, con el evidente objetivo de destruir las fuerzas atacantes.
Así podría estallar, en Europa, una guerra cuyo único beneficiario sería Estados Unidos. A través de la OTAN –bloque bélico que cuenta entre sus miembros a 21 de los 27 países miembros de la Unión Europea– y con ayuda de la propia UE, Washington está imponiendo nuevamente a Europa una situación similar –aunque todavía más peligrosa– a la que reinaba en tiempos de la guerra fría, a la vez que refuerza la influencia y la presencia de Estados Unidos en ese continente.
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