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La mentira de la Meritocracia

 

La mentira de la Meritocracia

Los puestos más altos suelen estar ocupados por personas que, curiosamente, vienen de entornos privilegiados. No es casualidad.

Por Isabel Ginés | 18/03/2025

Nos han vendido la idea de que, si te esfuerzas lo suficiente, vas a triunfar. Que el éxito depende solo de tu talento y trabajo duro. Pero esto es mentira. La meritocracia es un mito que esconde las desigualdades del sistema y hace creer que todos tenemos las mismas oportunidades cuando no es así.

Para que la meritocracia fuera real, todos tendríamos que arrancar desde la misma línea de salida. Pero en la vida no es así. No es lo mismo nacer en una familia rica que en una con pocos recursos. No es lo mismo estudiar en un colegio privado con los mejores profesores que en uno con aulas llenas y sin materiales. No es lo mismo tener acceso a buenos contactos que empezar de cero sin ayuda de nadie.

Si de verdad el esfuerzo fuera lo único que cuenta, las personas que trabajan más duro —como obreros, cajeras, limpiadores o repartidores— serían las más ricas. Pero sabemos que no es así. Muchas veces, el talento y el esfuerzo no son suficientes. Lo que realmente abre puertas es a quién conoces, de qué familia vienes o cuánto dinero tienes. Hay gente que nace con ventajas y otra que tiene que luchar el doble para conseguir lo mismo.

Los puestos más altos suelen estar ocupados por personas que, curiosamente, vienen de entornos privilegiados. No es casualidad. Se les da más oportunidades y se les perdonan más errores. En cambio, a alguien sin recursos no se le permite fallar ni una vez.

El mito de la meritocracia también hace que, cuando alguien no triunfa, se le culpe a él mismo: “No se esforzó lo suficiente”, “No quiso salir adelante”. Esto es injusto porque ignora todas las barreras que el sistema pone en el camino de muchas personas.

No todos pueden dedicarse solo a estudiar porque algunos tienen que trabajar desde jóvenes. No todos pueden aceptar ciertas oportunidades porque no tienen quién los apoye. Decir que “quien quiere, puede” es simplificar demasiado una realidad mucho más complicada.

La meritocracia no solo es mentira, sino que sirve para justificar un sistema injusto. Hace que los privilegiados crean que se lo han ganado todo solos y que los que están abajo sientan que es su culpa.

Si realmente quisiéramos un mundo más justo, en vez de repetir el cuento de que “el esfuerzo lo es todo”, tendríamos que cambiar el sistema para que todos tuvieran las mismas oportunidades de verdad. Hasta que eso no pase, la meritocracia seguirá siendo solo eso: un cuento.

Y si, nos repiten hasta el cansancio que, si te esfuerzas lo suficiente, vas a triunfar. Que si alguien es millonario, es porque se lo ganó con su trabajo y talento. Pero esto es solo una forma de justificar privilegios. Muchos de los que defienden la meritocracia —especialmente ricos, empresarios o “criptobros”— no quieren admitir que su éxito no viene solo del esfuerzo, sino de haber nacido con ventajas.

Sí, hay gente que estudia y trabaja al mismo tiempo, que se esfuerza al máximo, y aun así nunca llega a la misma posición que alguien con mejores contactos o una familia con dinero. Porque al final, las oportunidades no son iguales para todos. Cuanto mejor sea el entorno en el que creces, más fácil es el camino. Y la riqueza no empieza de cero con cada generación: se acumula. Si tu familia tiene dinero, tienes acceso a mejor educación, mejores conexiones y más seguridad, mientras otros tienen que luchar desde abajo sin red de apoyo.

La meritocracia es solo el cuento que los privilegiados se cuentan a sí mismos para sentirse mejor con la desigualdad.

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