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SER O TENER

SER O TENER 


Desde que somos pequeños nos dan cosas. Cuando crecemos, todavía queremos más cosas. Cuando nos hacemos mayores, buscamos un trabajo para seguir comprando más cosas.
Vivimos en una época de consumismo donde parece ser más importante “el tener” que “el ser”. No nos planteamos que la mayoría de las compras que hacemos no son realmente necesarias, simplemente compramos porque algo nos gusta, pero la realidad es que podríamos pasar sin ello perfectamente.

Compramos una casa en la que colocamos nuestras cosas. Compramos un coche para llevar las pertenencias de un sitio a otro. Como adquirimos demasiadas cosas, nuestra casa se queda pequeña, por tanto compramos una mayor. Así seguimos comprando más y más cosas. La sociedad nos incita constantemente a la compra de todo tipo de objetos, a través de los medios que tenemos a nuestro alcance; si observamos a nuestro alrededor nos daremos cuenta de que existen constantes anuncios tentándonos a consumir. Algunos nos hacen creer que si los compramos seremos más felices, incluso que haremos negocio con ello, -no olvidemos que el criterio del buen negociante es beneficiarse económicamente, pero también hacer creer al comprador que él también va a hacer negocio. 
También compramos otro coche nuevo porque el anterior ya es viejo, y así sucesivamente. Para algunas personas, el coche se convierte en la prolongación de su personalidad; se creen que si se compran un coche caro, inaccesible para la mayoría de la gente, esto les va a proporcionar prestigio, y serán más respetados dentro de la sociedad, incluso más valorados;  Pero en realidad, nunca se van a sentir satisfechas completamente con las cosas materiales.

 La adicción a tener más y más cosas, que la mayoría de las cuales no necesitamos, obliga a muchos matrimonios trabajar a tiempo completo los dos, o uno de ellos llega a tener dos trabajos; a veces, no por necesidad real, sino porque necesitan los dos sueldos para pagar una segunda casa en la playa, o un nivel de vida que está por encima de sus posibilidades, y esto implica restarle tiempo a sus hijos con el posible deterioro en su educación, porque la educación de los hijos no consiste en poco tiempo y calidad, sino que consiste en dedicarles mucho tiempo y de calidad.

Muchas ideas modernas convierten a la gente en esclavos, cuando no tienen por qué serlo. Tenemos que liberarnos del concepto de tener, porque “No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita”. Actualmente, vivimos en un mundo en el que desde que nos levantamos hasta la hora de acostarnos nos bombardean con una serie de mensajes de cosas que nos hacen creer que son necesarias para vivir bien, y lo peor de todo es que la mayoría de la gente nos lo creemos, y como se suele decir, “picamos”; y muchas veces no nos hacen vivir mejor sino todo lo contrario, lo que nos hacen es complicarnos la vida, que ya de por sí es complicada.

Una vez que nos metemos en la vorágine del consumismo puro y duro es muy difícil  salir de él; sólo unos pocos que se pueden contar con los dedos de una mano, son los valientes, los que un día deciden que se salen de este tipo de vida, se lían la manta a la cabeza y cambian completamente de vida.
Marta había nacido en Madrid, allí estudió la carrera y había comenzado a trabajar. Cuando empezó la crisis decidió hacerse autónoma pues podía trabajar desde su casa, al poco tiempo vino al mundo su hija Martina. Ella junto a su pareja decidieron cambiar de vida para proporcionarle a Martina una vida más tranquila y saludable, cambiaron la capital por un pueblo, ganando en calidad de vida.
 Un mundo interior de crecimiento personal, que reemplace al mundo externo de crecimiento material, contribuirá a conseguir una mayor satisfacción y bienestar. El crecimiento personal comienza desde el nacimiento y termina cuando morimos en condiciones normales; por lo tanto, cada día evolucionamos como personas, y esta capacidad de evolucionar deberíamos aprovecharla para enriquecernos por dentro.

Nuestra capacidad de aprender no la perdemos nunca, está siempre ahí. Es cierto que para aprender cualquier cosa es necesario el esfuerzo, y hay mucha gente que se resiste a tener que hacer cualquier tipo de cosa que  requiera esfuerzo, pero la verdad es que merece la pena porque el resultado es satisfactorio generalmente, y la mayoría de las veces el crecer como personas, el adquirir conocimientos, formas de resolver conflictos adecuadamente, manejar nuestras emociones , el llevarnos bien con los demás, nos hace sentirnos mejores personas; y sabemos que la calidad humana está por encima de las diferencias, de la riqueza, de la belleza, incluso de la inteligencia.

Tenemos que poner menos énfasis en la obsesión por las cosas. Es necesario trabajar para vivir, pero no al nivel que mucha gente cree.

Eduardo tiene treinta y dos años y trabaja intensamente. Hace poco tiempo perdió a su padre en un accidente de coche. Su padre hacía una buena facturación en la empresa.  Eduardo, a raíz de la muerte de su padre, se hizo cargo de la empresa, pero se impuso facturar por encima de lo que su padre hacía. El subir el listón tan alto, le supuso tener que trabajar con mayor intensidad, por lo tanto toda su vida giraba en torno al trabajo. Tenía pareja, madre, hermanos y amigos, pero todo eso pasó a un segundo plano alejándose cada vez más de su pareja, familia y amigos.

Eduardo se convirtió en un auténtico adicto al trabajo, sólo le satisfacía todo lo relacionado con el trabajo; facturar cada vez más y más era su auténtica ilusión. Sabemos que la adicción al trabajo tiene consecuencias negativas. Por este motivo, Eduardo fue perdiendo el interés sexual por su pareja; ella se había dado cuenta de que a raíz de la muerte del padre la relación había dado un giro de 180 grados. Intentó por todos los medios  recuperar a Eduardo, incluso se fue a vivir con él para salvar la relación, pero todo seguía igual: él, obsesionado con el trabajo en todo momento, y ella relegada a una mera compañera de piso. Después de muchos intentos y de darse cuenta de que la misión de devolver el interés sexual y sentimental a su pareja era imposible, lo dejó por fin, totalmente decepcionada, y con la autoestima por los suelos.
   
El introducir objetivos materiales más modestos haría mucho bien a nuestro medio ambiente y nos daría la oportunidad de disfrutar de un estilo de vida con más tiempo de ocio. Es importante aprender a disfrutar de las cosas cotidianas de la vida, cosas que no valoramos adecuadamente. Disfrutar de compartir con la familia y con amigos, de pasear por el campo apreciando la belleza del paisaje, de practicar algún tipo de deporte con amigos, de leer un buen libro, de ir a un museo, de bailar y cantar –que es sanísimo, aunque lo hagamos mal-. El filósofo R. Tagore decía “que si en el bosque sólo cantaran lo pájaros que lo hacen bien, sería un bosque muy triste”.

El tiempo que se pasa fuera del trabajo puede ser una oportunidad para aprender cosas nuevas y para crecer como persona. No debemos reducir nuestra vida al trabajo exclusivamente; esta opción no es sana. Por supuesto que el trabajo forma parte de nuestra vida; necesitamos cubrir nuestras necesidades primarias para poder vivir y, por lo tanto, precisamos el dinero que nos proporciona el trabajo. Pero yo siempre digo metafóricamente, que no hay que ser manzana, sino que hay que ser mandarina: la mandarina tiene muchos gajos, uno es la pareja, otro es la familia, otro es el trabajo, otro son los hobbies, otro los amigos…, por lo tanto si un gajo nos falla siempre podemos agarrarnos a los demás, porque nuestra vida debe estar parcelada, y nosotros debemos cultivar cada una de estas parcelas, por nuestro bien y por nuestro equilibrio emocional fundamentalmente.

Todas las cosas que nos rodean, -coches, casas, aparatos de música, trabajos-, no son más que medios y nada más que eso. No son la fuente de nuestra felicidad.
El verdadero éxito no se debe medir por lo que tenemos o por lo que hacemos para vivir. Las únicas cosas importantes se refieren a lo bien que vivimos: lo que aprendemos, lo que nos reímos y divertimos, y el amor que manifestamos por el mundo que nos rodea. ¡Esta es la verdadera esencia de la vida! Lo que nos vamos a llevar a la otra vida, es la vida que llevamos.

Muchos ejecutivos se lamentan de haber perdido muchos años de su vida luchando por conseguir sus objetivos. Sienten amargura por los muchos sacrificios que han tenido que realizar durante tantos años. Estos hombres no estaban desarrollando los diversos aspectos necesarios para llevar una vida más equilibrada. Una señora , que había emigrado en su juventud a Bélgica, me decía este verano, lamentándose de lo mucho que había trabajado en su vida: “mi marido y yo emigramos para hacernos ricos, y en vez de ricos nos hicimos viejos”. Esta mujer se sentía claramente insatisfecha con la vida que había llevado en un país con una cultura diferente, un idioma distinto, otras costumbres, para terminar viuda en el lugar del que emigró, cultivando un pequeño huerto. Eso sí, le quedaba el consuelo de la pensión que recibía cada mes del país donde había dejado sus mejores años.

Paradójicamente, la mayoría de los ejecutivos están insatisfechos con sus trabajos, pero cada vez pasan más tiempo trabajando. Si se vuelca toda la vida solo en lo material, se corre el peligro de que la personalidad desaparezca hasta que no quede nada.

El mejor lugar para demostrar la valía es la vida personal.

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