La clave para soportar el aislamiento por el coronavirus
Se gastan cantidades ingentes de dinero en el cuidado de los afectados, así como en su diagnóstico y tratamiento. Se invierte en investigación para encontrar una vacuna. Y todo ello es necesario, imprescindible, sí. Pero no es suficiente.
Al fin y al cabo no tenemos que combatir una infección, sino dos. No hay un patógeno, sino dos. El COVID-19 tiene un índice de contagio y un período de incubación conocidos, pero el otro agente infeccioso es mucho más contagioso, más rápido y más peligroso. Es el miedo.
Emerge ante pensamientos como: “Dicen que esta enfermedad afectará al 70% de la población, seguro que seré uno de ellos”. ¿Y cómo aplaco el miedo? Frecuentemente dando una respuesta ineficaz. Por ejemplo, uso mascarillas que a mí no me protegen, pero a cambio limito su uso a quien está realmente contagiado y las necesita. Puedo ir al supermercado con tres carritos para llenarlos con lo que quede de pollo –que no me gusta–, además de todo el estante de yogures –aunque al final tenga que tirarlos cuando caduquen–, y, por supuesto, todo el papel higiénico que sea capaz de coger.
Otra posibilidad que estamos viendo estos días es la de reaccionar con una respuesta de negación. Refugiarnos en el “A mí no me va a pasar” y llevar a la familia a la playa, que para eso no hay cole ni trabajo presencial. O dejar los niños con los abuelos, que les quieren mucho y no les importa si el nene tose un poco. O tal vez organizar una barbacoa en mi patio con todos los vecinos porque han cerrado los bares.
La verdadera motivación viene de dentro
Por suerte existe una tercera opción: ofrecer una respuesta adecuada. ¿Cómo? Toda conducta responde bien a una motivación extrínseca (se nos obliga desde fuera: “o te comes las lentejas o esta tarde no hay videoconsola”) o bien a una motivación intrínseca (nos obligamos nosotros mismos: “tengo que seguir estudiando duro si quiero llegar a cumplir mi sueño de ser médico”).
La primera es más fácil de implantar, más rápida a corto plazo pero más ineficaz a largo plazo.
La segunda es más compleja, más lenta a corto plazo pero más eficaz a largo plazo. Si tengo que quedarme en casa para no propagar el contagio y mi motivación es extrínseca, la cumpliré siempre que tenga cerca una figura de autoridad. Pero si no hay ninguno autoridad presente o la puedo engañar, saldré de casa y propagaré el virus.
Sin embargo, si mi motivación para quedarme encerrado es intrínseca, la autoridad seré yo mismo. Quedarme en casa no será una imposición que no comparto, sino una decisión con la que estoy de acuerdo aunque me incomode. Escapar no será un juego divertido, sino una irresponsabilidad que no estoy dispuesto a cometer sencillamente porque “yo no soy así”.
Cuando una persona hace lo que cree que es correcto, entonces no se rinde ante las dificultades, es capaz de resistir presiones de otras personas y, además, se siente bien consigo misma, porque su autoestima se fortalece.
Receta para una cuarentena sana
Por eso creo que la base sobre la que fundamentar una cuarentena “sana” tiene los siguientes ingredientes:
- Motivación intrínseca: “Puede que la idea de quedarse en casa sea de las autoridades, pero soy yo quien decide seguirla. Soy yo quien está de acuerdo en cumplirla”.
- Altruismo: “No se trata de esconderme para no contagiarme yo. Quizás ya esté contagiado. Se trata de no extender la infección”. Echar las cuentas es fácil: si permanezco en casa estando sano, los contagiados serán cero; si me quedo estando contagiado, solo habrá un contagiado: yo; si salgo estando sano puedo contagiarme y puedo extender la enfermedad a otras personas, los contagiados serán muchos, incluyéndome a mí. ¿Qué prefiero?
- Previsión: “Sé que necesitaré tales alimentos y medicamentos, por eso los tengo preparados”. Pero también sé que voy a tener sentimientos para los que me tengo que preparar:
- Incertidumbre y temor por mí y por mis seres queridos (a algunos de los cuales no voy a poder ver y eso me hará sentir tristeza);
- Si las autoridades aumentan el número de días de cuarentena cuando ya estamos en ella (cosa que puede suceder aunque es totalmente desaconsejable), entonces me sentiré engañado y desconfiaré de quien debería fiarme profundamente;
- Me aburriré de estar todo el día en casa, me sentiré frustrado por no salir a hacer cosas que me apetecen y eso me hará estar más irritable;
- Si le he transmitido el virus a alguien, me sentiré culpable…
- Un “Botiquín psicológico” para combatir la epidemia del miedo:
- Informarnos diariamente (que no continuamente) en fuentes fiables y oficiales.
- Practicar ejercicio físico: bicicleta estática, flexiones, subir y bajar escalones, etc.
- Mantener comunicación con los seres queridos cada día, preferiblemente por videoconferencia.
- Realizar todas aquellas actividades que nunca hemos tenido tiempo de hacer y que siempre posponemos (lectura, música, ver series, pintar, aprender a cocinar, estudiar historia…).
- Practicar actividades de crecimiento personal (relajación, orar si se es creyente, meditación, sentido del humor, gratitud, perdón).
- Hacer lo anterior todos los días, convirtiéndolo en una rutina.
José Antonio Muela Martínez, Profesor Titular Departamento de Psicología, Universidad de JaénEste artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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