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¿Quién pagará la fiesta?

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¿Quién pagará la fiesta?

Por Rodolfo Cardenal.

La resaca electoral ha traído consigo el inminente rescate financiero del Fondo Monetario Internacional, una “oportunidad de oro”, según el ministro de Hacienda. Pero el rescate no es gratuito, sino que está supeditado a subir los impuestos, recortar el gasto, suprimir las exenciones fiscales y recaudar de forma más eficiente. En general, una mayor presión fiscal sobre la población. La erradicación de la evasión y la elusión, por eficaz que pueda ser, no es suficiente. La aprobación del rescate pondrá a prueba la creatividad propagandística de Casa Presidencial, pues tendrá que conseguir que los electores de la “N” acepten de buena gana la subida de algunos impuestos.

La elevación del impuesto al valor agregado es norma en estos rescates. Es un recurso fácil y también el más injusto, porque los pobres pagan más por lo poco que consumen. El acuerdo con el Fondo Monetario desafía el encantamiento presidencial. La inmensa mayoría de los fascinados con la “N” pagarán más por consumir lo mismo, mientras sus ingresos se deterioran. Sin embargo, subir ese impuesto no es la única opción. Existen otras posibilidades: el impuesto predial (El Salvador es uno de los pocos países latinoamericanos que no lo tiene), gravar las rentas del capital y la herencia, y el impuesto diferenciado al valor agregado (más bajo para la canasta básica, la salud, la educación y los medicamentos, y mucho más alto para el consumo de lujo).

La intelectualidad neoliberal desea el acuerdo con el Fondo Monetario, porque implica la supervisión internacional del gasto público y de la recaudación. Es decir, Casa Presidencial ya no podrá disponer de la hacienda pública a su antojo. Pero, por otro lado, esos intelectuales son contrarios a cualquier subida de impuestos que no sea al valor agregado. Alegarán que otras cargas impositivas son contraproducentes para la inversión, el crecimiento económico y el empleo.

En la década de 1980, el discurso neoliberal, disfrazado de teoría, sostuvo que reducir los impuestos a los ricos beneficiaría al resto. Ese dinero sería invertido y dinamizaría la actividad económica, crearía nuevos empleos y mejoraría los salarios. Una década más tarde, Arena introdujo ese mito en el país. El resultado está a la vista. Los ricos no invirtieron, ni impulsaron la economía, ni crearon más empleo, ni subieron los salarios. Simplemente, pusieron ese dinero a buen recaudo, en paraísos fiscales. Insistir en el mismo argumento es exigir que la inmensa mayoría de la población con ingresos medios, bajos y muy bajos pague más impuestos. La carga recaería así en los que no se han beneficiado de las privatizaciones, de la dolarización y de la globalización neoliberales.

La deuda acumulada por Arena, el FMLN y el mismo presidente Bukele, más la crisis financiera asociada a la covid-19, han obligado a acudir al Fondo Monetario para sanear la maltrecha hacienda nacional. El rescate plantea de nuevo la cuestión de gravar a los ricos, para disgusto y nerviosismo de la intelectualidad neoliberal. Economistas de la London School of Economics aseguran que las consecuencias económicas de subir los impuestos a los ricos son irrelevantes. En las dos últimas décadas, la tasa máxima de impuestos sobre los ingresos, las rentas del capital y la herencia de los más ricos ha caído masivamente sin que se observe mayor crecimiento económico adicional ni más empleo. El 1 por ciento más rico pasó de pagar el 91 por ciento, en 1963, a menos del 50 por ciento, en 2019, sin arrojar el resultado esperado. Otro economista de la American University ha corroborado ese hallazgo. No ha encontrado evidencia de que menos impuestos estimulen la inversión. Al contrario, ha observado que esta se estanca. El Salvador no tiene por qué ser la excepción.

Los dioses de la economía guardaron silencio, pese a que sus devotos les sacrificaron a las mayorías. La disminución de los impuestos a los ricos desde la década de 1980 no ha creado el bienestar general prometido. Nunca hubo derrame. Más bien, aumentó la desigualdad en el ingreso, lo cual ha tenido consecuencias graves para la población y para el medioambiente. En cambio, la riqueza de los más ricos no ha dejado de aumentar desde 1980. La desigualdad ha avanzado imparable, como la pandemia. Entre 1980 y 2015, el 1 por ciento más rico del mundo recibió una proporción dos veces mayor al crecimiento económico que la mitad de la población con menores ingresos. Ni siquiera la pandemia ha podido detener la acumulación de riqueza por ese 1 por ciento.

Hay, pues, que perder el miedo de gravar a los ricos con impuestos más altos. El rescate del Fondo Monetario mostrará hasta dónde llega el compromiso del presidente Bukele con sus seguidores. ¿Se atreverá a gravar a los ricos o continuará la práctica de sus antecesores de obligar a pagar a los de siempre? ¿Tan fascinados están los electores con la “N” como para sacrificar sus escasos ingresos por su líder?

* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.

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