Bukelismo y antibukelismo
La llamada “posideología” ha implicado una ruptura con respecto de la tensión histórica entre las ideologías de derechas e izquierdas. El encarnizado debate entre capitalismo y comunismo estaría ya en el pasado y, con él, se habrían desmoronado los marcos ideológicos que servían de soporte. Desde la década de los sesenta, cuando menos, se viene anunciando el “fin de las ideologías”, en trabajos tan distantes como los de Daniel Bell o Francis Fukuyama; sin embargo, pareciera que no pocas personas, hasta hoy, están proclamando la presunta superación de las discusiones ideológicas en El Salvador. Si así fuese, los obstinados resabios de la Guerra Fría por fin se estarían extinguiendo en el país y se habría arribado a cierta forma de “pensamiento único”, previamente anticipada por distintos autores, en virtud de la cual se suavizarían los antagonismos ideológicos o, como mínimo, se empequeñecerían las agrupaciones que los abanderaban.
Es probable que, en efecto, esa clásica dicotomía entre derechas e izquierdas haya perdido vigencia y esté debilitada. O quizás solamente ha entrado en fase de aletargamiento y, de pronto, se reactivará dentro de un tiempo. Al fin y al cabo, la historia acostumbra comportarse de manera cíclica o en espiral. A pesar de ello, no parece posible que las personas puedan liberarse plenamente de las valoraciones ideológicas acerca de cómo “deberían” funcionar el Estado y el mercado. No es una premisa realista. Tal vez se han desactualizado o desmontado “unas” ideologías, las viejas, pero no “todas” ellas. Otras ideologías habrán de surgir para estimular la acción humana, especialmente en el ámbito político.
Más allá de las definiciones académicas, que van desde las de tipo “funcionalista” (conjunto o sistema de ideas que orientan la acción) hasta las de corte “marxista” (falsa consciencia que oculta la realidad), existen dos peligros latentes que se podrían derivar de cualquier esquema ideológico: el extremismo y el dogmatismo. Cuando estos riesgos se materializan, las ideologías dificultan la aceptación y el procesamiento de las diferencias de opinión y de las evidencias que las contradicen, considerándoseles amenazas al purismo ideológico. Para reafirmarse, los grupos ideologizados propenden a la uniformidad en la visión e interpretación del mundo y al menosprecio o rechazo de las pruebas que les cuestionan. Se conducen como compartimentos estancos que se encierran en sí mismos, exhibiendo rasgos esquizoides. Hay buenos (“nosotros”) y hay malos (“los otros”) casi por naturaleza.
En el caso salvadoreño, se advierte una nueva lucha ideológica (de menor categoría), la del bukelismo contra el antibukelismo. Fiel a su estilo, El Salvador siempre se mueve en polos opuestos e irreconciliables. No suelen identificarse contendientes que merecen respeto, sino enemigos a muerte que deben eliminarse. Y si antes el conflicto en el país lo impulsaban capitalistas y comunistas, aparentemente ahora la guerra en el campo ideológico está protagonizada por bukelistas y antibukelistas. Para los primeros, Nayib Bukele es un dios al que admiran y casi veneran, y quien todo lo hace bien; para los segundos, es un demonio que aborrecen y maldicen, y quien todo lo hace mal. El extremismo y el dogmatismo, como instrumentos de ideologización, levantan la mano en las dos esquinas. Los preconceptos pesan más que los datos, y los hechos se confunden con los deseos. De seguir así, la frase de Koestler, en El cero y el infinito, volverá a entrar en vigor: “El partido no se equivoca jamás”.
Por ejemplo, en materia de homicidios, quienes a toda costa pretendan desacreditar al Gobierno encontrarán problemas tanto cuando los números suben como cuando bajan. Si las cifras se incrementan, dirán que el Ejecutivo es incapaz; pero si descienden, sostendrán que existe un pacto oscuro con grupos delictivos. En ambos sentidos, la actuación gubernamental es criticable y hasta censurable. De igual modo, quienes defiendan a ultranza al Gobierno hallarán aciertos y logros en todos los escenarios. Si los homicidios decrecen, será por la excelente estrategia oficial; y si aumentan, seguramente se deberá a que la oposición política está confabulando en contra del presidente o a que las estructuras criminales están reaccionando ante un embate heroico y sin precedentes. En las dos perspectivas, el Ejecutivo atina y nunca falla. Se trata de una locura completa y redonda, de un lado y de otro, que justifica con simplezas los propios prejuicios.
Incluso en un plano menos serio, quienes quieran destacar y aplaudir el doctorado honoris causa del presidente Bukele lo compararán con Nelson Mandela, monseñor Romero o María Isabel Rodríguez, quien posee más de diez de esos doctorados. Y quienes busquen atacarlo apuntarán que mantiene el nivel educativo de bachillerato y que ese título honorífico (no académico) también lo han obtenido figuras como Laura Bozzo (Claustro Académico Universitario), Mike Tyson (Central State University) o La Rana René (Southampton College).
Citando a Aristóteles: “La virtud es una disposición voluntaria adquirida, que consiste en un término medio entre dos extremos malos, el uno por exceso y el otro por defecto”. Lo más probable es que las lecturas y posturas extremistas estén erradas, en parte debido a su cercanía con el dogmatismo y hasta con el fanatismo. Es indispensable cultivar el sano “término medio” al interior de la sociedad, con una razonable actitud autocrítica, como vía para la verdadera desideologización de la realidad sociopolítica.
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