Si una sindicalista fuera Ministra de Salud
(Por: Francisco Parada Walsh)
Salvadoreño el disfrute de una corrida de toros depende del lugar donde se observe. No es lo mismo, claro, ver el sangriento espectáculo tras la barda, a como lo vive el torero, y por supuesto, cómo padece el sufrimiento la pobre criatura del toro.
Y claro está, que estamos quienes odiamos a ese tipo de tradiciones. Como alegoría semejante hemos visto el manejo de la salud pública en El Salvador. Los gobernantes suelen estar indolentes, como la princesa o la dama de honor esperando el pañuelo blanco del torero vencedor luego de asesinar al toro.
Están allá, tan arriba y tan lejos de la realidad del salvadoreño común, que su único vínculo con ellos son los funcionarios a quienes colocan más por conveniencia propia que por una sana visión, y que hacen el papel del torero.
El animal sacrificado son los trabajadores de salud y en consecuencia, los pacientes. Pensaríamos que protestando afuera, estaríamos quienes odiamos este espectáculo, y de entre todos nosotros, un sindicalista de corazón sería el o la mejor activista.
Por eso sueño con que un sindicalista de pura cepa llegue a ser Ministro de Salud de mi país. Por seguro que le preguntaría al gobierno de turno ¿Para dónde vamos? ¿Cuáles son las etapas o fases para impulsar una mejor atención de los pacientes y mejorar el vilipendiado sistema de salud? Estamos seguros que con gallardía exigiría que se respeten los derechos laborales de todos los y las trabajadoras de salud.
Demandaría arriesgando su propio pecho, a que se contraten más médicos, enfermeras, técnicos, etc. porque se sabe que su falta es el talón de Aquiles del sistema. Exigiría que no hubiese más médicos generales atendiendo los hospitales de la red pública en situaciones clínicas que corresponden a un especialista.
No sería comparsa de la gente de la tribuna de honor, que saben que no pueden invertir más en salud, o que simplemente no quieren. Odiaría por supuesto, que se contratase personal ad honorem. Este ideal funcionario, se acercaría al trabajador de salud para saber sus necesidades reales, porque de ahí mismo proviene y conoce de todas sus miserias.
Le preguntaría qué se necesita para hacer mejor su labor, que al final es atender a la gente pobre que no puede pagarse servicios privados. Jamás nunca adoptaría la reiterada postura cínica de culpar a los empleados de los resultados de una mala visión y de una pésima gestión, o de la ausencia de ella.
Como aquel tenebroso funcionario saliente que tildó a los empleados de “HDP” luego de la derrota electoral. Comprendería que, la lucha entre patrono y trabajador no tiene sentido, que si bien la calidez en el trato a los pacientes es un asunto a corregir por quienes tratan a los pacientes, tampoco opaca o desacredita que urge contratar suficiente personal dado que es una falta crítica en todo el sistema.
De otro modo, como “los de siempre” la ineptitud en la administración se carga sobre las espaldas del trabajador acusándolo siempre que los problemas del sector salud, son “de actitud” como queriendo con ello negarle no solo sus derechos laborales (algo que ya se vislumbra de nuevo en forma abierta) a la contratación de personal en calidad y cantidad por lo menos mínima para suplir la demanda.
Nuestro funcionario por haber sido sindicalista no se prestaría a ser torero. Antes bien, haría conciencia en la gente de la tribuna de honor, para hacer las cosas bien y mejor, empezando por saber escuchar a los de más abajo, por tener compasión del pobre toro.
Exigiría, como antes cuando fue sindicalista, que se cumpliese el escalafón, que se nivelaran salarialmente las plazas, si se quiere, al mismo tiempo y con derecho propio, exigirle al oprimido que haga más ladrillos sin ofrecerle paja cual ordena el Faraón. Pero todo depende desde donde se mira la corrida, y de la conciencia que se tenga. Por eso los Olimpo, conocidos por su inconciencia, mostrarán su agrado por toreros inclementes al tiempo de su desprecio por el toro.
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