La teoría del imperialismo de Lenin
Queridos amigos y amigas volvemos con una nueva entrada. Marx desde Cero es consciente que ni somos modernos ni vamos acorde a los tiempos, de hecho dedicamos nuestro tiempo a estudiar a un clásico que consideramos vigente y útil. Tampoco precisamos de construir un neolenguaje, ni necesitamos empoderamientos, llamamos al pan pan y al vino vino y la lucha de clases es más actual que nunca. ¿Y ello por qué? Sabemos que muchas cuestiones han evolucionado, que han aparecido nuevos problemas, pero otros continúan siendo actuales, no se han superado y pensamos que el análisis de nuestros clásicos sigue siendo válido.
Como por ejemplo la teorización que del imperialismo realizó Lenin. A continuación compartimos. de un lado, el folleto de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo; y por otro, un interesante estudio de M. Roca Monet publicado en Laberinto. ¿Preparados? Vamos allá…
Saludos fraternales, Olivé
_______________________________________________________________
LA TEORÍA DEL IMPERIALISMO DE LENIN
M. Roca Monet
El gran debate sobre el imperialismo, en los medios marxistas, se produce en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). A la determinación del carácter imperialista de esta guerra, une la “traición socialdemócrata”, encabezada por el partido rector de la II Internacional, que es el alemán, que vota los créditos de guerra y realiza la colaboración de clase conocida por la “unión sagrada” con la burguesía. De esa afloración del oportunismo reformista, y sus variantes en la coyuntura bélica (socialimperialismo, socialchovinismo y socialpacifismo), sólo queda enteramente libre el partido bolchevique ruso que dirige Vladímir Ilich Uliánov (Lenin, 1870-1924), y aquellos grupos de extrema izquierda que luchan contra la socialdemocracia oficial en sus respectivos países. En esas circunstancias, Lenin es el que encabeza la lucha del internacionalismo revolucionario, en cuya perspectiva acomete la exposición de la teoría marxista del imperialismo, en la primavera de 1916, con su folleto El imperialismo, fase superior del capitalismo.
Con anterioridad, otros autores marxistas habían analizado los nuevos fenómenos de la época, si cabe con mayores pretensiones, produciendo algunos libros importantes, como fueron el El capital financiero de R. Hilferding (1912), La acumulación de Capital (1913) de Rosa Luxemburg, y La economía mundial y el imperialismo (1915) de N. Bujarin. Justamente, en el prefacio a esta última obra, destacaba Lenin tres cuestiones de gran interés: 1) que el imperialismo es el problema más esencial “en la esfera de la ciencia económica que estudia el cambio de la forma de capitalismo en la época contemporánea”; 2) que el no entenderlo así conduce a reducir “el concepto científico de imperialismo a una especie de expresión injuriosa”, y 3) la consideración de la supremacía del capital financiero, como el “amo” del mundo, por ser éste “particularmente móvil y flexible, particularmente entrelazado dentro del país y en el orden internacional …particularmente impersonal y separado de la producción directa, se presta a la concentración con particular facilidad…”.
Ahora bien, la pregunta obligada es ¿qué aporta, qué distingue El imperialismo, fase superior del capitalismo respecto a los textos anteriores de inspiración marxista? La respuesta es que en el pensamiento de Lenin, no hay sólo una descripción de los nuevos fenómenos característicos de la época imperialista, sino una teoría completa del imperialismo que desborda su propio libro, aunque está señalada en el mismo. ¿Por qué y cómo? Es sabido que El imperialismo, fase superior del capitalismo surgió de un encargo de la editora Parus de Petersburgo, de cara a realizar un folleto de divulgación legal sobre la economía mundial contemporánea. Cosa que Lenin -exiliado en Zurïch- aprovechó para estudiar el imperialismo con mayor acopio de publicaciones y estadísticas, cuyas notas y materiales preparatorios son los Cuadernos sobre el imperialismo. Aunque la publicación del libro, bajo la censura zarista, obligó a Lenin a utilizar un “lenguaje a lo Esopo”, en algunas cuestiones peliagudas, él mismo lo justifica en sus prólogos posteriores, en nombre de la obligatoriedad que tienen los revolucionarios de aprovechar, en las circunstancias adversas, “los pequeños resquicios de la legalidad”, para difundir sus ideas, más allá de los círculos militantes clandestinos.
En este caso, se trataba de mostrar pormenorizadamente la naturaleza económica y política del imperialismo, en unos momentos en que la guerra imperialista había puesto la revolución socialista a la orden del día en los países de capitalismo avanzado, en las metrópolis imperialistas, y la alianza de ésta con las luchas por la autodeterminación de las naciones oprimidas, en las que las naciones coloniales (del luego llamado Tercer Mundo) tenían un papel de primer orden. Pues si era importante conocer la esencia económica y política del imperialismo, no menos importante era la consideración de que toda la lucha contra el imperialismo es humo o una frase vacía, si no va acompañada de la lucha contra el oportunismo reformista. Y esto era necesario proclamarlo, no sólo en Rusia, sino en los países europeos beligerantes, entre los que la vecina Alemania ocupaba un lugar decisivo en la perspectiva de la revolución europea. Eso explica la crítica al oportunismo reformista representado por el “centrista” y socialpacifista alemán K. Kautsky, máxima autoridad de la II Internacional socialdemócrata en aquella coyuntura. Y que, no obstante, la vergonzosa capitulación de la socialdemocracia alemana, mantenía su prestigio en el movimiento obrero, con el agravante de cubrir el oportunismo reformista con ropaje marxista, con deliberado empeño, todo lo cual sólo era manifiesto para las minorías marxistas y de vanguardia. Lo cual engarza con el hecho de que el imperialismo escinde el movimiento obrero en dos tendencias fundamentales: la revolucionaria y la oportunista, en la medida que crea -mediante el soborno derivado de la superganancia monopolista- una categoría repulsiva de obreros aburguesados, la “aristocracia obrera”, principal punto de apoyo del reformismo socialdemócrata, y un “tumor maligno” a combatir.
1. LOS RASGOS ECONÓMICOS DEL IMPERIALISMO
En el debate teórico sobre la naturaleza del imperialismo, las posiciones en la II Internacional oscilaron, desde las que equiparaban el imperialismo al fenómeno colonial, dado que las conquistas coloniales de las grandes potencias aparecían como su aspecto más visible y agresivo, hasta los que interpretaban el imperialismo como una política preferente o dominante del capitalismo industrial desarrollado, caso de Karl Kautsky, el principal teórico del partido socialdemócrata alemán y de la II Internacional, o una política del capital financiero, en el caso de R. Hilferding. Con todo la idea unilateral de ser una cuestión de comercio exterior o de “intercambio desigual” entre “centro y periferia”, es de las que más ha proliferado en la posteridad1.
Para Lenin, por el contrario, el imperialismo es el capitalismo altamente desarrollado, cuya esencia económica es el monopolio, y cuyos rasgos principales describe y articula, empezando consecuentemente, con el materialismo histórico, por los cambios operados en la producción, (y no por la esfera de la circulación y los mercados). Los cinco rasgos económicos principales descritos por Lenin son:
1) El elevado desarrollo de la producción capitalista conduce al monopolio;
2) el nuevo papel de los bancos y la fusión de éstos con el capital industrial lleva a la formación del capital financiero y al poder de la oligarquía financiera;
3) la exportación de capital adquiere una gran importancia respecto a la exportación de mercancías, característica de la fase precedente;
4) la formación de asociaciones de capitalistas internacionales que se reparten el mundo, y
5) la terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes.
Hay que fechar, por tanto, el paso del capitalismo concurrencial al ascenso del capitalismo monopolista. Lenin señala:
1) que las décadas de 1860-1880, representan “el punto culminante de la libre competencia”;
2) que ya la crisis de 1873 impulsa la creación de los cárteles, como “un fenómeno pasajero”, y
3) que es la crisis de 1900-1903 la que hace de la cartelización de la industria una base poderosa de la vida económica, operando la transformación del capitalismo en imperialismo.
Lenin no deja de evocar la gran contribución de Marx al exponer la ley de concentración y centralización del capital, en la época del capitalismo concurrencial, cuando la libre competencia era concebida por la economía burguesa como el “orden natural” de la vida económica. En ese sentido, la perspectiva histórica trazada por Marx se había impuesto de forma evidente. Recordemos al efecto la diferencia entre concentración y centralización, establecida por Marx en Das Kapital. A diferencia de la mera concentración de capital que todo capitalista individual representa, la centralización de capital significa: “concentración de capitales ya formados, abolición de la independencia individual, expropiación de un capitalista por otro, transformación de muchos capitales menores en pocos capitalistas mayores”. Y añadía Marx: “La centralización alcanzaría su límite extremo en una rama dada de la producción cuando todos los capitales invertidos en ella se fundieran en un capital único”. A lo que agrega Engels en una nota a la cuarta edición: “Los recientísimos “trusts” ingleses y norteamericanos tienden ya a esa finalidad, intentando unificar en una gran sociedad anónima, con un monopolio práctico, a todas las grandes empresas, por lo menos de una rama económica”2.
1.1. El monopolio en la producción capitalista
A diferencia de los “monopolia” mercantiles de los albores del capitalismo, los monopolios capitalistas son grandes o gigantescas empresas que concentran la mayor parte de la producción en las principales ramas de la industria. Esta supremacía les permite fijar los precios en el mercado y obtener elevadas ganancias de forma continuada, de ahí que las formas monopolistas más destacables de los comienzos sean los cárteles, trusts, sindicatos y consorcios3. En el surgimiento de los monopolios, finales del siglo XIX, interviene el desarrollo de las fuerzas productivas que caracteriza a la llamada Segunda Revolución Industrial, y la reorganización de las relaciones de producción que lleva a la creación de la gran empresa:
a) Las grandes o gigantescas empresas aparecen como resultado y agente de la monopolización, señaladamente en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos de Norteamérica. En contraste con la típica empresa individual o familiar del siglo XIX, la formación de la gran empresa, luego corporaciones gigantes, están vinculadas a las sociedades anónimas. Ilustrando los efectos de la centralización de capital, ya Marxhabía señalado: “El mundo no contaría aún con ferrocarriles si hubiera tenido que esperar hasta que la acumulación (de capital) hubiera puesto algunos capitales individuales a la altura de la construcción de ferrocarriles. En cambio, la centralización consiguió eso en un abrir y cerrar de ojos, gracias a las sociedades por acciones”. Pero no quedan ahí los efectos de la centralización. “La masa de capitales fundidos de un día para otro por la centralización – agrega Marx– se reproducen y aumentan como los demás, aunque más deprisa y se convierten así en nuevas palancas potentes de la acumulación social. Por eso cuando se habla del progreso de la acumulación social se incluye implícitamente los efectos de la centralización”4.
b) Monopolios y crisis económicas. Pese a que los cárteles y trusts se habían fraguado bajo los efectos de las crisis económicas, la estabilización y expansión de las primeras formas monopolistas hizo concebir la idea de que los monopolios reducían el alcance de las crisis económicas. En los círculos revisionistas del marxismo, encabezados por el alemán E. Berstein, se argumentaba -a favor de la debilitación de la crisis- el dominio del mercado que suponía la organización del monopolio, frente al desconocimiento del mercado que caracterizaba a la competencia anárquica de las empresas no monopolistas. De lo cual se deducía que, si las crisis parciales eran factibles, una crisis general de superproducción sería imposible, dada la correspondencia del volumen de producción monopolizada con la demanda de la misma. Es más, si la crisis estallaba, los trusts y los cárteles reaccionarían rápidamente para evitar la catástrofe. A decir de J. Schumpeter, la debilitación de la crisis se debía a la capacidad de los grandes consorcios y trusts para introducir innovaciones de manera uniforme a lo largo del ciclo económico. En todo caso, los contemporáneos estaban bastante impresionados por el mantenimiento de los precios que caracterizaba a los monopolios, dado que la caída de los precios era un claro exponente de las crisis y de las quiebras de las empresas que la crisis llevaban consigo.
Lenin, por el contrario, considera que la eliminación de la crisis por los monopolios “es una fábula de los economistas burgueses, los cuales ponen todo su empeño en embellecer el capitalismo”. Las virtudes de la “empresa combinada” respecto a la coyuntura -expuestas por Hilferding 5 no le resta énfasis al planteamiento de la crisis por Lenin: 1º) porque considera “el monopolio que se crea en varias ramas aumenta y agrava el caos propio de todo el sistema de la producción capitalista en su conjunto”; 2º) “Se acentúa aún más la desproporción entre el desarrollo de la agricultura y el de la industria, desproporción que es característica del capitalismo en general”; 3º) “La situación de privilegio en que se halla la industria más cartelizada, lo que se llama industria pesada, particularmente la hulla y el hierro determinan en las demás ramas de la industria “la falta mayor de armonía”. 4º) “Y junto a ello los progresos extremadamente rápidos de la técnica traen aparejados consigo cada vez más elementos de desproporción entre las distintas parte de la economía nacional, elementos de caos y crisis”. 5º) “Y las crisis -crisis de todas clases, sobre todo las económicas, pero no sólo éstas- aumentan a su vez, en proporciones enormes, la tendencia a la concentración y el monopolio”.
c) La socialización contradictoria de la producción por el monopolio. La contradicción netamente capitalista entre el carácter social de la producción y la concentración de la propiedad privada de los medios de producción en pocas manos, se agudiza bajo el imperialismo. Eso significa, 1) que el imperialismo “arrastra, por decirlo así, a los capitalistas, en contra de su voluntad y de su conciencia, a un cierto nuevo régimen social, la transición entre la absoluta libertad de competencia y la socialización completa”; 2) el yugo monopolista “sobre el resto de la población se hace cien veces más duro, más sensible, más insoportable; 3) “aunque la producción mercantil sigue “reinando” como antes y es considerada la base de toda la economía, en realidad se halla ya quebrantada, y las ganancias principales van a parar a los “genios” de las maquinaciones financieras”.
1.2. El nuevo papel de los bancos, la formación del capital financiero y el poder de la oligarquía financiera
A) EL NUEVO PAPEL DE LOS BANCOS
La crisis de 1900 también intervino en el proceso de concentración y centralización de la banca en las economías nacionales avanzadas, arrojando tres aspectos principales en la transformación del capitalismo en imperialismo:
a) El proceso por el cual “los bancos se convierten en monopolios omnipotentes que disponen de casi todo el capital monetario de todos los capitalistas y pequeños patronos, así como de la mayor parte de los medios de producción, y de las fuentes de materias primas de uno o muchos países”. El incremento del capital bancario como la expansión de las redes bancarias (por el número de oficinas y el drenaje de ingresos de todo género), redunda en otro aspecto del papel de los bancos, señalado por Marx: “Los bancos crean a escala social la forma y nada más que la forma de la contabilidad general y la distribución de los medios de producción“.
b) Entrelazamiento de los grandes bancos con la industria. Este aspecto, subraya Lenin, es el más evidente del nuevo papel de los bancos. Los bancos no se resignan a ser simples intermediarios y aspiran a la ganancia monopolista y hacerse copropietarios de las empresas, por medio de los hilos que facilitan las sociedades anónimas. El entrelazamiento, por medio de este u otros procedimientos, contribuye a dar celeridad e intensidad a los monopolios en la industria y el comercio, al tiempo que supone el resultado de la subordinación, cada vez mayor, del capital industrial. Dada la magnitud del negocio bancario y las relaciones de control de los bancos con las empresas industriales afines y los grupos de empresa que giran en su órbita, aparece una especialización de la banca y la introducción de los servicios de estudios financieros que sirven a esos fines.
c) La “unión personal” de los grandes bancos con las grandes empresas industriales y comerciales, se refuerza con la “unión personal” de éstos con los altos funcionarios de los Gobiernos.
d) El poder de los bancos influye en la pérdida de importancia del papel de la bolsa, “desde el momento que los bancos pueden colocar la mayor parte de las emisiones entre sus clientes”, resumido en el dicho de que “todo banco es una bolsa”. Esta circunstancia típica del caso alemán, era interpretada como “la expresión del Estado Industrial, completamente organizado y la manifestación de la “regulación consciente” de las leyes económicas a través de los bancos”. A lo cual responde Lenin: que esa regulación consciente a través de los bancos consiste en el despojo del público por un puñado de monopolios “completamente organizados”. Por eso, de este periodo datan las quejas del pequeño capital, contra el “terrorismo de los bancos”.
B) EL CAPITAL FINANCIERO.
Lenin corrige la definición de capital financiero dada por R.Hilferding, que brevemente dice: “Capital financiero es el capital que se halla a disposición de los bancos y que utilizan los industriales”. Considera la definición incompleta. Primero, por no tener en cuenta la elevada concentración de la producción que supone la aparición de los monopolios; segundo, por no apreciar la fusión de los grandes bancos con la industria, que especifica la formación y dominio del capital financiero, de lo que resulta que un pequeño número de magnates dominan ambas esferas.
C) EL PODER DE LA OLIGARQUÍA FINANCIERA
El dominio “monstruoso” de la oligarquía financiera que dispone de considerables fortunas en capital dinero, por lo cual crea “una espesa red de relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción”.
Un medio de reforzar el poder piramidal de los grupos financieros, son las redes creadas por la difusión de las sociedades por acciones y el “sistema de participación” entre éstas. El sistema de participación consiste en la posesión de acciones de una compañía por otra. De esta suerte, un grupo financiero adquiere el control de una sociedad anónima, sin una gran inversión, mediante un paquete de control del total de las acciones, y puede, a partir del capital de esta “sociedad madre”, crear otra sociedad anónima “hija”, que a su vez puede crear otra “sociedad nieta”, en todas las cuales el grupo financiero en cuestión tiene el paquete de control y ocupa el papel dirigente. Estos efectos multiplicadores del poder de los grupos financieros cuentan con la impunidad para realizar todo tipo de negocios oscuros y especulativos, dado que las distintas sociedades creadas son formalmente independientes.
A esto se suman las prácticas de ocultación, en las sociedades anónimas, los “malabarismos en los balances” (ingeniería contable), son otro de los medios empleados para engañar al público y al accionista medio, y a la vez salvarse los responsables en caso de fracaso o quiebra. No menos destacables resultan los manejos de los trusts norteamericanos, que mediante la expresión de capital “diluido” multiplicaban por ocho el monto de capital fusionado en el trust del azúcar, y que mediante la llamada “recapitalización” calculaban de antemano los beneficios monopolistas y pagaban monstruosos dividendos “diluidos”.
Frente al supuesto de “capital popular” o de “democratización del capital”, al que se presta la apología de la sociedad anónima, Lenin señala el reforzamiento que éstas representan del capital financiero, lo cual pasa por “la emisión de acciones más pequeñas”. Algo que tenía claro el capitalista alemán Siemens, al decir que “la acción de una libra esterlina es la base del imperialismo británico”.
La emisión de valores es otra de las operaciones más lucrativas del capital financiero, ya sea la emisión de valores industriales, como el servir de intermediario en la emisión de empréstitos al extranjero, (en consonancia con la importancia del capital de préstamo en la exportación de capital de este periodo). En ese sentido, Francia ocupa un papel de primer orden, dado que “el dominio de la oligarquía financiera se basa en los cuatro bancos más importantes, que gozan del monopolio absoluto en la emisión de valores. De hecho se trata de un trust de los grandes bancos. Y el monopolio garantiza beneficios monopolistas de las emisiones”.
También los procesos de urbanización de las ciudades, resultantes del crecimiento de la industria, hacen de la especulación de terrenos -por parte de los bancos- una operación especialmente lucrativa. “En este caso -dice Lenin– el monopolio del banco se funde con el monopolio de la renta del suelo y con el monopolio del transporte, pues el aumento de los precios de los terrenos depende principalmente de los buenos medios de comunicación con la parte céntrica de la ciudad”.
El poder de la oligarquía financiera se consolida gracias a los enormes beneficios que sacan tanto de la coyuntura de auge económico, en general, como de la depresión económica, en particular, que arruina las empresas más débiles, y que los bancos adquieren “a bajo precio en su lucrativo negocio de “saneamiento” y “reorganización”. En definitiva, por la propia naturaleza y práctica de la ganancia monopolista, el dominio de los grupos financieros impone “a toda la sociedad un tributo en provecho de los monopolistas”.
El predominio del capital financiero lleva a “proporciones inmensas” la separación propiamente capitalista entre la propiedad del capital y la gestión de éste en la producción, dada la difusión de la sociedad anónima; al separar el capital dinero del capital industrial o productivo; al separar el rentista que vive del corte del cupón, el especulador que se lucra de los empréstitos, de las operaciones bursátiles y del tráfico de capitales monetarios, respecto a los empresarios y gerentes que participan en el funcionamiento del capital productivo.
Sobre estas “separaciones” del capital en funciones, abunda toda una literatura económica destinada a los capitales financieros “buenos” y “malos”, en los que el “autobombo servil” hace que las publicaciones alemanas se reclamen de “la honradez de los alemanes”, frente a los modales dinamiteros y venales de los monopolios norteamericanos, por un lado, y la especulación de los franceses, por otro, sin apreciar los elementos de corrupción y de plutocracia, puestos de manifiesto en “la secreta aspiración de los altos funcionarios del Estado a la sinecura de los grandes bancos”.
Pero es justamente la potencia del capital financiero “sobre todas las demás formas de capital”, en los cuatro países más importantes de este periodo: Inglaterra, EE.UU, Francia y Alemania, lo que convierte a estos Estados en potencias financieras, “respecto a los cuales, el resto del mundo tiene funciones de deudor y tributario de esos países banqueros internacionales, de esos cuatro “pilares” del capital financiero mundial”.
1.3. La exportación de capital
a) El sello distintivo del ascenso de los monopolios es la exportación de capital, a diferencia de la primacía en la exportación de mercancías, característica del capitalismo concurrencial o premonopolista. Lo cual, a su vez, redunda en reforzar la exportación de mercancías, introduciendo en las transacciones “los principios monopolistas”.
b) Ahora bien, la exportación de capitales exige dos premisas fundamentales: un excedente de capital en los países avanzados, y la creación de un mercado mundial, en el que los países atrasados ofrecen oportunidades de inversión más lucrativas, o donde “se han asegurado las condiciones elementales de desarrollo de la industria”. La primacía de Inglaterra, derivada de ser el primer país capitalista del mundo, explica que tras “implantar el libre cambio pretendió ser el taller del mundo, el proveedor de artículos manufacturados para todos los países, los cuales debían suministrarle a cambio materias primas”, se refleja en el volumen de exportación de capitales a sus colonias.
c) La exportación de capital aparece relacionada inicialmente con unos pocos países europeos, principalmente: Inglaterra, Francia y Alemania, en los que la acumulación arroja un excedente de capital, equiparable a una “maduración excesiva de capital” en las metrópolis imperialistas. A la objeción de por qué se invierte el capital fuera, en lugar de hacerlo en el propio país, ya había respondido Marx: “Cuando se envía capital al extranjero, no es porque este capital no encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país. Es porque en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia” 6. Objeción que vuelve a plantearse y a la que responde Lenin: “Mientras el capitalismo sea capitalismo el excedente de capital no se consagra a la elevación del nivel de vida de las masas del país, ya que esto significaría la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino al acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capitales al extranjero, a los países atrasados”.
d) La exportación de capital se realiza por consiguiente para obtener una ganancia más elevada, la cual, en el caso de los países atrasados, se basa en el hecho de que “los capitales son escasos, el precio de la tierra relativamente poco considerable, los salarios bajos y las materias primas baratas”. A su vez esta exportación de capital acelera el desarrollo capitalista en estos países. El imperialismo crea capitalismo y se agudiza la ley capitalista del desarrollo desigual.
e) El capital invertido en el extranjero por Inglaterra, Francia y Alemania hasta 1914, refleja la supremacía de Inglaterra, dada la gran magnitud de su imperio colonial; seguida por Francia cuyo exportación de capital se dirigía principalmente a otros países europeos, encabezados por Rusia, con la particularidad de que a diferencia de Inglaterra, se trataba de capital de préstamo, de empréstitos públicos. En tercer lugar, estaba Alemania, con el menor peso colonial y un capital invertido sobre todo entre Europa y América.
f) La exportación de capital estimula la exportación de mercancías bajo “principios monopolistas”. Esto significa: “la utilización de las ‘relaciones’ para las transacciones provechosas”. En el caso del capital de préstamo, Lenin cita como ejemplo el que las cláusulas del empréstito imponga la inversiones de una parte del mismo en la compra de productos al país acreedor, particularmente barcos y armamentos.
1.4. El reparto económico del mundo entre los monopolios internacionales
a) Las asociaciones monopolistas -cárteles, sindicatos, trusts- se reparten entre sí el mercado interior, en primer lugar, al apoderarse de las principales ramas de la producción del país, para pasar luego a los mercados exteriores, en los que la exportación de capital, la existencia de las colonias y el mercado mundial preparan el terreno.
b) La formación de los cárteles internacionales mediante el acuerdo entre monopolios de distintos países, es considerado por Lenin “un nuevo grado de concentración mundial del capital y de la producción, un grado incomparablemente más alto que los anteriores”. Los cárteles internacionales, a semejanza de los nacionales, fijan los precios y condiciones de venta, y se reparten los mercados. Son acuerdos que afectan al campo de las materias primas, metales y fuentes de energía, como la electricidad y el petróleo.
c) El hecho de que en estos acuerdos internacionales se unan los monopolios privados y los monopolios estatales, significa que “tanto los unos como los otros no son más que distintos eslabones de la lucha imperialista que los más grandes monopolistas sostienen en torno al reparto del mundo”.
d) Los acuerdos monopolistas de los cárteles en el reparto económico del mundo eran tenidos por modelos pacíficos de entendimiento internacional, en los medios burgueses y socialdemócratas. Lenin responde que eso significa ocultar y confundir los objetivos de la lucha -entre los grupos monopolistas- con las formas de lucha que revisten. Cuando son los objetivos de la lucha, el que “aclara el sentido histórico-económico de los acontecimientos, pues la forma de lucha puede cambiar constantemente en dependencia de diversas causas, relativamente particulares y temporales, mientras la esencia de la lucha, su contenido de clase, no puede cambiar mientras subsistan las clases”. “Suplantar el contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa descender al papel de sofista”.
e) El reparto económico del mundo, la internacionalización del capital en manos de los monopolios, no es un simple efecto perverso del capitalismo, sino el único camino para la superganancia. Este reparto se hace en función de la “fuerza” de los grupos capitalistas, dado que “otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y del capitalismo”. Y cómo la fuerza está en razón del desarrollo económico y político, para entender las correlaciones de fuerzas “hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de las fuerzas, pero saber si dichos cambios son “puramente” económicos o extraeconómicos (p.e. militares) es un asunto secundario que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo”.
1.5. El reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas
a) El rasgo distintivo a comienzos del siglo XX es el reparto territorial definitivo del planeta, por vez primera, “no en el sentido de que sea imposible repartirlo de nuevo, sino en el de que la política colonial de los países capitalistas ha terminado ya las conquistas de todas las tierras no ocupadas que había en nuestro planeta”; “de modo que lo que en adelante puede efectuarse son únicamente nuevos repartos, es decir, el paso de territorios de un “propietario” a otro y no el paso de un territorio sin propietario a un “dueño”.
b) Desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX se ha realizado el reparto del mundo entre Inglaterra, Francia y Alemania, las principales potencias coloniales europeas. ¿Por qué esta relación entre auge de la conquista colonial y el ascenso del capital financiero? Porque el control de las materias primas es indispensable para la solidez del dominio monopolista, que se asegura de una manera más “cómoda” y lucrativa mediante la opresión colonial. Además no se trata sólo del presente. “Para el capital financiero no tienen importancia sólo las fuentes de materias primas ya descubiertas, sino también las posibles, pues la técnica avanza en nuestros días con una rapidez increíble y las tierras hoy inservibles pueden ser convertidas mañana en tierras útiles…”.
c) A diferencia de la época clásica de la libre competencia, en la que la política burguesa era partidaria de la independencia de las colonias, el ascenso de los monopolios se vincula al florecimiento de la ideología y política imperialista, señaladamente durante este periodo en el caso de Inglaterra y extensible al entusiasmo por la panacea de la riqueza de las naciones. “La salvación está en el monopolio, decían los capitalistas al fundar los cárteles, sindicatos y trusts. La salvación está en el monopolio, repetían los jefes políticos de la burguesía, apresurándose a adueñarse de las partes del mundo todavía no repartidas”.
d) El reparto del mundo entre las grandes potencias capitalistas abarca una variedad de formas de dependencia política-estatal. Desde las colonias, en sentido estricto, que son los países sometidos económica y políticamente a las metrópolis imperialistas, a los países semicoloniales y dependientes, que son los que, pese a gozar de independencia política, están sometidos de hecho, en mayor o menor grado, a las redes financieras del imperialismo. Y esto porque: “El capital financiero es una fuerza tan considerable, puede decirse tan decisiva, en todas las relaciones económicas e internacionales, que es capaz de subordinar y en efecto subordina, incluso a los Estados que gozan de la independencia política más completa”.
e) Los nuevos repartos del mundo y la redistribución de las “áreas de influencia” expresan las correlaciones de fuerzas de las potencias imperialistas, tanto en el sentido de la lucha por la supremacía entre ellas, como por la necesidad de debilitar a los adversarios.
2. EL ANÁLISIS DE LAS CLASES, CRÍTICA DEL OPORTUNISMO REFORMISTA Y DE LA “ARISTOCRACIA OBRERA”
¿Cómo afrontar la lucha contra el imperialismo, contra la “monstruosa” dominación de la oligarquía financiera? Para Lenin es indudable que “si las fuerzas del imperialismo no tropezaran con resistencia alguna” se impondrían en toda su extensión. Pero la función del análisis es detectar, desde el punto de vista de la lucha de clases -en el sentido motor de la historia- las tendencias y contratendencias que dimanan, apreciando el antagonismo de intereses que imprime a las formaciones sociales. El hecho objetivo de que la guerra imperialista, ponga a la orden del día la estrecha vinculación de la época del imperialismo con la época de la revolución proletaria, no implica la simpleza del análisis, ni la vulgarización del marxismo. Por el contrario, obliga a resolver toda una serie de cuestiones, producto de la complejidad que presenta la doble vertiente del imperialismo, en cuanto capitalismo parasitario, corruptor y agonizante, por un lado, y de época de transición del capitalismo al socialismo, de antesala latente hacia una forma social superior, que abre la ruptura revolucionaria, la revolución social.
En esas condiciones, hay que aguzar más si cabe la exigencia del análisis marxista de las clases sociales para orientar la acción revolucionaria, puesto que de ese análisis depende la “fundamentación científica de la política”. “El marxismo -escribe Lenin en Cartas sobre táctica- exige de nosotros el análisis más exacto, objetivamente comprobable, de las clases y peculiaridades concretas de cada momento histórico. Nosotros, los bolcheviques, hemos procurado siempre ser fieles a esta exigencia, indiscutiblemente obligatoria desde el punto de vista de toda fundamentación científica de la política” 7 .
2.1. La importancia del análisis de las clases
Efectivamente, desde el punto de vista marxista hay que establecer el antagonismo entre la dos clases principales del modo de producción capitalista, cuyas leyes de movimiento actúan y agudizan bajo formas más o menos modificadas. ¿Cómo se presenta este antagonismo a escala mundial? En la correlación de clase entre la burguesía y el proletariado, bajo el imperialismo, tenemos el dominio en bloque de la burguesía, en un polo, y el bloque proletario en otro. Entre ambos bloques se encuentran las capas intermedias de la pequeña burguesía, cuya crítica subalterna al imperialismo no se puede perder de vista.
a) Dominio de la burguesía imperialista: “Paso en bloque de todas las clases poseyentes al imperialismo, originado por la red extraordinariamente vasta y densa de relaciones y vínculos que ha subordinado a su férula, no sólo a la generalidad de los capitalistas y patronos medios y pequeños, sino también a los más insignificantes, por una parte, y la exacerbación por otra de lucha con otros grupos nacionales de financieros por el reparto del mundo y por el dominio sobre otros países”8.
Esto significa que la burguesía de todas las grandes potencias europeas (Inglaterra, Francia, Alemania, Austria e Italia), más Japón y Estados Unidos son reaccionarias de pies a cabeza y están penetradas de la dominación mundial, razón por la cual todas sus guerras son rapaces, criminales y reaccionarias, o sea, imperialistas. No así la guerra contra esas burguesías imperialistas, por parte de los pueblos oprimidos y las colonias, que también son naciones, en lucha por la autodeterminación nacional, por la independencia política. El imperialismo no es sólo la tendencia a la anexión económica de los mercados y los territorios bajo fórmulas coloniales y neocoloniales. El aspecto político principal del imperialismo es la tendencia a la reacción en toda la línea. El imperialismo no quiere la libertad, sino la dominación mundial, lo cual comprende dos fenómenos concomitantes: 1º, la tendencia a la nivelación o la desaparición de las diferencias políticas entre las respectivas burguesías imperialistas, y 2º, la tendencia a la corrupción y escisión del movimiento obrero, bajo la férula del oportunismo y la “aristocracia obrera”, sobornada por las superganancia monopolistas, y enquistada en el “partido obrero burgués”.
Además, en la apreciación del dominio económico y político mundial del imperialismo, hay que tener en cuenta no sólo el monopolio de la violencia que representa la maquinaria represora de los Estados capitalistas, sino también la ideología imperialista, con sus prédicas de reforma y embaucamiento que penetra en la clase obrera y demás clases subalternas. Esas prédicas están destinadas a alentar “los sentimientos de confianza de la masa inconsciente hacia los capitalistas”. Por eso, “la burguesía se mantiene no sólo por medio de la violencia, sino también gracias a la rutina, la ignorancia y la falta de organización de las masas”.
b) El proletariado revolucionario. Es el sujeto de la revolución social que se avecina. ¿Por qué? Porque el proletariado revolucionario es la clase que no sólo puede ofrecer resistencia al imperialismo, sino que ha de hacerlo en forma de revolución social. En los países capitalistas beligerantes, la situación revolucionaria creada por la guerra imperialista supone un viraje histórico. La gran guerra -dirá Lenin– ha permitido a los socialdemócratas europeos comprobar su táctica (y estrategia) en una crisis mundial, revelándose ante la capitulación socialdemócrata y la bancarrota de la II Internacional, la necesidad del partido marxista revolucionario. Convertir la guerra imperialista en guerra civil por el derrocamiento de las burguesías imperialistas, y oponer a la carnicería y la matanza entre proletarios de distintos países, la confraternización entre ellos, para que vuelvan las armas contra sus gobiernos y los derriben, exige un partido de nuevo tipo. Pues: “La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeño-burguesa de la clase obrera, que se beneficia de las migajas, de los privilegios proporcionados por la condición “dominante” de “su” nación. La vieja teoría de que el oportunismo es un “matiz legítimo” dentro de un partido único y ajeno a los “extremismos” se ha convertido hoy en día en el engaño más grande a la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero”9.
Vista la necesidad de la constitución del proletariado “para sí”, la constitución del proletariado en partido de clase revolucionaria, hay que establecer a renglón seguido la política de alianzas. En términos generales esta alianza estratégica -en los países imperialistas- pasa por atraer a las masas semiproletarias, señaladamente los campesinos pobres, especificada por la famosa alianza obrero-campesina, y “arrancar a la burguesía los pequeños propietarios que ella engaña y los millones de trabajadores cuyas condiciones de vida son más o menos pequeño burguesas”10. En ese sentido, cabe apreciar la crítica democrático pequeño-burguesa al imperialismo, y el sesgo reformista que le caracteriza, en la medida que su crítica no afecta a las bases profundas del dominio imperialista.
c) Reformismo democrático pequeño-burgués. Lenin destaca cómo aparece en todos los países imperialistas, el rechazo al ascenso del imperialismo, a principios del siglo XX. Expresa sobre todo la oposición a la omnipotencia de los bancos, a la oligarquía financiera, contra la exportación de capital al extranjero, en lugar de emplearlo en el fomento de la industria patria y elevar la capacidad de consumo de la población.
En ese contexto reformista, destaca la crítica del economista inglés J. A. Hobson, célebre por su libro El imperialismo (1902). Junto a la salida de tipo “subconsumista”, que Lenin rechaza, hace notar que el mérito de Hobson radica en que, pese a no ser marxista, hace un análisis más profundo que los realizados por algunos “marxistas”. En este sentido, destaca el énfasis de Hobson en el parasitismo imperialista, consistente en que el dominio colonial europeo, cuyo máximo exponente es Inglaterra, “permite enriquecerse a las clases superiores y sobornar a las clases inferiores”. El parasitismo hace presagiar todo tipo de degeneraciones, tal como “educar al negro para el trabajo”, liberando así a los trabajadores de las metrópolis imperialistas de los peores trabajos, y en otros fenómenos de ociosidad, evidenciado por el hecho de que se reduzca la agricultura en provecho de las zonas de diversión y recreo de los ricachos, ejemplo del turismo de la Riviera francesa, el sur de Inglaterra y otros lugares de Italia y Suiza.
Pero, sobre todo, está el hecho de la mella que el parasitismo ha ocasionado en una parte de los obreros, creando una categoría especial diferenciable de la gran masa proletaria. Se trata de una diferencia entre las “capas superiores” de los obreros y la “capa proletaria inferior, propiamente dicha”. Esa capa superior integra a los miembros de las cooperativas y de los sindicatos, de las sociedades deportivas y de las numerosas sectas religiosas. El derecho electoral se halla adaptado al nivel de esta categoría…Para dar una idea favorable de la situación de la clase obrera inglesa, ordinariamente se habla sólo de esa capa superior, la cual constituye la minoría del proletariado. Por ejemplo, el problema del paro forzoso es algo que afecta principalmente a Londres y a la capa proletaria inferior, de la cual los políticos hacen poco caso…”11.
Por otro lado, está en palabras de Hobson, el “peligro gigantesco de parasitismo occidental”, vinculado al proyecto de creación de los Estados Unidos de Europa, como “federación europea de grandes potencias”, en un contexto de “interimperialismo”, que a su vez designa la posibilidad de “grandes imperios federados”, en este caso, animados especialmente por el reparto “pacífico” de China. En esto Lenin recuerda que, ya el social-imperialista alemán G. Hildebrand había propuesto, en 1910, la formación de los Estados Unidos de Europa Occidental (sin Rusia) para aplastar a los negros africanos y al Islam, para sostener un ejército y una marina potente contra la coalición chino-japonesa.
Pero, ¿qué es lo importante en la crítica del imperialismo? “Lo esencial en la crítica del imperialismo -dirá Lenin– es saber si es posible modificar mediante reformas la base del imperialismo, si hay que seguir adelante agudizando y ahondando más las contradicciones que el imperialismo engendra, o hay que retroceder atenuando dichas contradicciones”. Y retroceder era lo que hacía el oportunismo reformista, representado por K. Kautsky.
2.2. La lucha contra el oportunismo reformista y la “aristocracia obrera”
La crítica del oportunismo reformista, concretada en la crítica del papel del kautskismo, reviste una doble importancia. Kautsky había sido la máxima autoridad de la II Internacional (1989-1914) y conservaba una importante influencia en el movimiento obrero. Por eso Lenin estaba obligado a: 1) mostrar la errada actitud de Kautsky, y 2) hacer patente que esa actitud era una negación del marxismo.
Kautsky, como se dijo, entendía por imperialismo no una fase, etapa o estadio del capitalismo. Negaba de plano que el imperialismo abarcara todas las modificaciones o fenómenos que le eran inherentes al capitalismo contemporáneo, dado que en dicho caso, tendría que concluir con que “el imperialismo es una necesidad vital del capitalismo”, como él mismo admitía. En lugar de esto daba una definición errónea e inofensiva: “El imperialismo es un producto del capitalismo industrial altamente desarrollado. Consiste en la tendencia de toda nación capitalista industrial a someter y anexionarse cada vez más regiones agrarias sin tener en cuenta la nacionalidad de sus habitantes”. Leninrechaza esa definición: 1º porque no es el capital industrial, sino el dominio del capital financiero lo que caracteriza al imperialismo; 2º porque éste se anexiona económicamente todo lo que puede, tanto las regiones agrarias como las industriales, y 3º porque el aspecto político anexionista (de las colonias) no lo enmarca en el aspecto político principal del imperialismo, que es la tendencia a la violencia y a la reacción.
La noción del imperialismo, en cuanto “tipo peculiar de política capitalista, como lo era el manchesterismo al que ha reemplazado 12”, significaba en Kautsky dejar la puerta abierta a la posibilidad de “recomendar” otra política burguesa; para que -en lugar de “malo”- el capital financiero fuera “bueno” y “pacífico”. Una política socialpacifista, en definitiva, animada por el cese de las rivalidades imperialistas, llamada a la sazón “ultraimperialismo o superimperialismo”, cuyo modelo lo encuentra en los acuerdos monopolistas de los cárteles, según la cual bastaría “la aplicación de la política de los cárteles a la política exterior”. A eso respondían consejos de este tipo: “Como mejor puede realizar el capital su expansión -decía Kautsky– no es por medio de métodos violentos sino por la democracia pacífica”. De camino ignoraba las prácticas menos pacíficas o decididamente violentas de los cárteles, tanto en el terreno económico y político, de cómo se las gastaban contra los out siders (empresarios que se resistían al monopolio), los “dumping” a la exportación y el recurso a los aranceles proteccionistas, para eliminar al competidor, y demás exponentes de la falta de ejemplaridad democrática de los “principios monopolistas”. La teoría del superimperialismo, aspiraba pues a “la unión de los imperialismos de todo el mundo y no la lucha entre ellos, la fase de cesación de las guerras bajo el capitalismo, la fase de la explotación general del mundo por el capital financiero unido internacionalmente”. Naturalmente para Lenin, todo eso eran serviles recomendaciones en torno a “la idea profundamente errónea, que lleva el agua al molino de los apologistas del imperialismo, según la cual la dominación del capital financiero atenúa la desigualdad y las contradicciones de la economía mundial, cuando en realidad lo que hace es acentuarlas”.
El planteamiento de Kautsky se reclamaba de “la significación puramente política de la palabra imperialismo”, que a su juicio era la que primaba entre los tratadistas ingleses, los más versados en la materia. Pero, curiosamente, I. A. Hobson, el distinguido reformista autor de El Imperialismo, era todo un ejemplo de análisis económico, y Leninpodía hacer notar, no sólo que el “interimperialismo” al que aludía Hobson era asimilable al “ultraimperialismo o superimperialismo” de Kautsky, sino lo por debajo que el “marxista” Kautsky quedaba del social-liberal y reformista Hobson, tanto en la apreciación de las rivalidades imperialistas, como en lo relativo a las degeneraciones parasitarias del imperialismo, a las que ni Kautsky ni Hilferding habían prestado atención. Obviamente la pregunta era: ¿Por qué estos campanudos “marxistas” no ven la tendencia al parasitismo en las potencias imperialistas, ni las consecuencias sociales y políticas que acarrea para el movimiento obrero? ¿Por qué no reparan en la significación de los Estados Unidos de Europa, tan admirablemente expuesta por Hobson, y “disimulan el hecho de que los socialchovinistas colaboran con la burguesía imperialista para formar una Europa imperialista sobre los hombros de Asia y África”, en palabras de Lenin?
La temática del parasitismo y la descomposición del capitalismo es un punto de reflexión al que Lenin le presta necesariamente gran atención. Pues, el hecho de que los monopolios manejen sumas astronómicas de millones, lejos de ser un mero dato económico, indiferente a la vida política y social, es un fenómeno que lo penetra todo llevando a las sociedades a la degeneración y la decadencia, con independencia del régimen político y de cualquier otra “particularidad”. Más exactamente: “El imperialismo es una enorme acumulación en unos pocos países de un (gran) capital monetario….De ahí el incremento extraordinario del sector rentista, esto es de individuos que viven del ‘corte del cupón’, que no participan para nada en ninguna empresa y cuya profesión es la ociosidad”. En ese clima de corrupción y descomposición que alimenta el parasitismo, es también donde la superganancia monopolista permite “sobornar a las capas superiores del proletariado y con ello nutre y refuerza el oportunismo”. Por eso, en un sentido pionero fue el imperialismo inglés el que, desde la segunda mitad del siglo XIX, refleja a la perfección las causas y las consecuencias del fenómeno oportunista. En este sentido, las causas fueron: 1) la explotación del mundo por Inglaterra, 2) la situación de monopolio en el mercado mundial, y 3) el monopolio colonial inglés. Las consecuencias han sido: 1) el aburguesamiento de una parte del proletariado inglés, y 2) el que una parte del proletariado permita que lo dirija gente comprada por la burguesía o, cuando menos, pagada por ella. Para respaldar su línea de argumentación, Lenin, invoca a Marx y Engels, que aunque no “alcanzaron la época imperialista del capitalismo mundial”, sí observaron las características de Inglaterra a mediados del siglo XIX, y los dos rasgos principales del imperialismo -las inmensas colonias y la ganancia monopolista en el mercado mundial-, por lo cual Inglaterra era entonces una excepción entre los países capitalistas. Y de esos dos rasgos imperialistas, Marx y Engels, pudieron sacar la conclusión de la victoria temporal del oportunismo en el movimiento obrero inglés, y el problema que planteaba para la revolución socialista en el país, que por su mayor desarrollo capitalista, tendría que haber sido el primero en realizarla. En consecuencia: ¿por qué el monopolio de Inglaterra da la victoria temporal del oportunismo en ese país? “Porque el monopolio da superganancias, es decir un exceso de ganancias por encima de las ganancias normales, ordinarias del capitalismo en todo el mundo. Los capitalistas pueden gastar una parte de esta superganancias ( ¡e incluso una parte no pequeña!) para sobornar a sus obreros, creando algo así como una alianza …de los obreros de una nación dada con sus capitalistas, contra los demás países”13. Esto explica la existencia de la “aristocracia obrera” en Inglaterra, detectada por Engels, en el magnífico prólogo de 1892 a su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra 14, así como la creación en ese país de un “partido obrero burgués”.
Ahora bien, cabe preguntar, entonces: ¿Qué diferencia se plantea respecto al precedente de la Inglaterra de mitad del siglo XIX? Para Lenin hay dos aspectos diferenciales. Ahora, en primer lugar, no hay uno sino varios, ahora “el partido obrero burgués” es inevitable y típico en todos los países imperialistas, puesto que Inglaterra ya no tiene el monopolio absoluto, no está sola en el contexto imperialista; pero, en segundo lugar, los partidos obreros burgueses de las metrópolis imperialistas no pueden triunfar por largo tiempo, no pueden ser tan duraderos como lo fue “el partido obrero burgués” en Inglaterra. Las rivalidades imperialistas por el reparto del botín y la mayor explotación y opresión de las grandes masas, conducirá a las guerras imperialistas y a la lucha revolucionaria encaminada a derribar a la burguesía y a los partidos obreros burgueses que la mantienen en pie. Visto el fundamento económico de la “aristocracia obrera” y del “partido obrero burgués”, lo importante es fijar la atención en el “desplazamiento en las relaciones entre las clases” que comporta, razón por la cual ese desplazamiento “encontrará sin gran ‘dificultad’ una u otra forma política”. Pues las instituciones políticas y económicas del capitalismo reservan a la “aristocracia obrera” los privilegios y prebendas correspondientes a los servicios que le prestan: “La burguesía imperialista atrae y premia a los representantes y adeptos de los “partidos obreros burgueses” con lucrativos y tranquilos cargos en un gobierno o en un comité de la industria de guerra, en un parlamento y en diversas comisiones, en las redacciones de los periódicos legales “serios”, o en la dirección de los sindicatos obreros no menos serios y “obedientes a la burguesía”15.
En esa dirección, ¿cómo interviene la democracia política burguesa y la manipulación de las masas? “En nuestro siglo no se puede pasar sin elecciones; no se puede prescindir de las masas, pero en la época de la imprenta y del parlamentarismo no es posible llevar tras de sí a las masas sin un sistema ampliamente ramificado, sistemáticamente aplicado y sólidamente organizado de adulación, de mentiras, de trapicheos, de prestidigitación con palabras populares y de moda, de promesas a diestro y siniestro de toda clase de reformas y beneficios para los obreros con tal de que renuncien a la lucha revolucionaria por derribar a la burguesía”16.
El oportunismo del “partido obrero burgués” se manifiesta asimismo en la invocación del marxismo en falso. “Donde el marxismo es popular entre los obreros, esta corriente…invocará a Marx y jurará en su nombre. No hay modo de prohibírselo, como no se puede prohibir a una empresa comercial que emplee cualquier etiqueta, cualquier rótulo, cualquier anuncio. En la historia ha sucedido siempre que después de muertos los jefes revolucionarios, cuyos nombres eran populares en las clases oprimidas, sus enemigos intentarán siempre apropiárselos para engañar a estas clases”17. Mientras que, por otro lado, el oportunismo socava el terreno, presentándose como “matiz legítimo”, a la par que factor de corrupción de la inteligencia y desmoralización del movimiento obrero, al darse como argumento aplastante de la “causa perdida”. Baste lo dicho por el ruso L. Martov, al esgrimir en defensa del oportunismo, que “la causa de los adversarios del capitalismo sería una causa perdida, si el capitalismo avanzado condujera al reforzamiento del oportunismo, o si los obreros mejor retribuidos mostraran inclinación hacia el oportunismo”.
No hay tampoco que dejarse impresionar por la apelación de los oportunistas a las masas, a las organizaciones de masas, y de éstas como abrigo del oportunismo. Porque el hecho de que el sindicalismo tradeunionista inglés estuviera del lado del “partido obrero burgués” fue observado por Marx y Engels, que “no se conformaron con ese partido y lo desenmascararon”. Hay masas y masas. Primero, porque esa organización de masas sindical era una minoría del proletariado. “Bajo el capitalismo -dice Lenin– no puede pensarse seriamente en la posibilidad de organizar a la mayoría de los proletarios. En segundo lugar -y esto es lo principal- no se trata tanto del número de miembros de una organización, como del sentido real, objetivo, de su política: si esta política representa a las masas, sirve a las masas, es decir, sirve a las masas para liberarlas del capitalismo, o representa los intereses de una minoría, de su conciliación con el capitalismo”. ¿En qué consiste, entonces, la línea marxista de masas, de rechazo a la masa de maniobras del oportunismo, imbuido de “respetabilidad burguesa”? Hay que ir a las masas, al “más abajo y más hondo”, donde están las verdaderas masas proletarias, “a luchar por el socialismo y la revolución a través de las largas y dolorosas peripecias de la guerra imperialista y de los armisticios imperialistas”. A las masas hay que decirles la verdad. El oportunismo y el “tumor maligno” que representa para la revolución debe ser explicado. “La única línea marxista en el movimiento obrero consiste en explicar a las masas que la escisión con el oportunismo es inevitable e imprescindible, en educarlas para la revolución mediante una lucha despiadada contra él, en aprovechar la experiencia de la guerra para desenmascarar todas las infamias de la política obrera nacional liberal y no para encubrirlas”18.
Más adelante, después de la gran revolución rusa de octubre de 1917, que confirma la revolución venidera, aunque haya fracasado luego la revolución alemana de 1818, y la revolución europea parezca aplazarse, en el prólogo de 1920 a su libro El imperialismo.., el concepto de “aristocracia obrera” es resumido por Lenin en términos lapidarios. Primero, el concepto designa a “una capa de obreros aburguesados”. Segundo, que “son enteramente pequeñoburgueses por su régimen de vida, por sus retribuciones y por toda su concepción del mundo”. Y tercero, que “son el principal apoyo de la II Internacional”, de la socialdemocracia oficial. En suma son: “verdaderos agentes de la burguesía en el seno del movimiento obrero, lugartenientes obreros de la clase de los capitalistas, verdaderos vehículos del reformismo y del chovinismo. En la guerra civil entre el proletariado y la burguesía se colocarán inevitablemente, en número considerable al lado de la burguesía”.
3. LA REVOLUCIÓN SOCIAL Y LA ALIANZA CON LA LIBERACIÓN NACIONAL DE LAS COLONIAS
Las grandes cuestiones que se perfilan en la coyuntura revolucionaria explicitan del todo la teoría del imperialismo, en su sentido político e ideológico. En ese orden, aparece en primer lugar la necesidad del partido de nuevo tipo ya entrevisto, por un lado, en la obligatoria lucha contra el oportunismo, y las condiciones requeridas, por otro, para la creación de la nueva Internacional. En esa dirección, importará antes que nada saber que el modelo de la II Internacional es el desechable, a la par que se presagia, en términos alternativos, el modelo del partido bolchevique, cuya fuerza teórica y práctica sobresale muy por encima de los grupos internacionalistas europeos, llamados a organizarse en torno a “la vieja bandera del marxismo”, que dirá Lenin.
En esas circunstancias de máxima agudización de la lucha de clases, el pensamiento de Lenin, siempre complejo y vigoroso se agiganta, ante los desafíos que lleva aparejado el desarrollo del marxismo, especificado en los debates de los innumerables problemas planteados y la pertinencia de las soluciones marxistas dadas. La problemática candente de la guerra y la revolución es la esfera estratégica sustancial, en la que se debate la conexión de la revolución socialista con el progreso de la lucha de clases y la eficacia práctica de las consignas políticas basadas en el análisis concreto. “El progreso -como dice Lenin en 1916-, si no se toman en cuenta los posibles y transitorios pasos atrás, es factible sólo en dirección a la sociedad socialista, a la revolución socialista”. Pero la ley capitalista del desarrollo desigual en la economía y en la política permite presagiar que la revolución socialista pueda realizarse en Europa, en uno o varios países.
La alianza de la revolución europea con la liberación de las colonias, que son naciones y pueblos oprimidos y sojuzgados por las grandes potencias imperialistas, vuelve a poner en primer plano la discusión sobre la autodeterminación de las naciones, y la exigencia primordial que ésta comporta para el proletariado de la nación opresora. No obstante los numerosos escritos de Lenin sobre la temática de la autodeterminación nacional, volverán a ella en la controversia con los “izquierdistas”, poniendo el dedo en el “economismo imperialista”, como exponente del aplastamiento u opresión del pensamiento humano por los horrores de la guerra imperialista, y el menosprecio de la democracia y la renuncia al análisis que de ello resulta.
3.1. La necesidad del partido revolucionario y la nueva Internacional
La traición socialdemócrata a la revolución social y, por tanto, la bancarrota de la II Internacional ponen en primer plano la necesidad del partido revolucionario de nuevo tipo. Los bolcheviques rusos son -en la teoría y la práctica- los que encabezan la lucha contra el oportunismo y los que están mejor situados para afrontar la gestación de la nueva Internacional. Los bolcheviques, que dirigen el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, han luchado contra las diversas variantes del oportunismo (economicismo, liquidacionismo, etc), lo cual ahora les ahorra los males del socialchovinismo y el socialimperialismo. Tras sufrir, en 1913, una escisión de los oportunistas, el grupo de diputados obreros rusos en la Duma, que seguían la pauta marcada por el partido bolchevique, no sólo se negaron a votar los créditos de guerra en 1914, sino que se dirigieron, en protesta contra la guerra, “a los sectores más hondos de la clase obrera, llevando la propaganda contra el imperialismo a las amplias masas de los proletarios rusos”. Por eso fueron arrestados y llevados a la deportación en Siberia, demostrando así, con la excepción de la regla, que no todos los grupos parlamentarios eran iguales.
No había ocurrido así, en Alemania, en la que el grupo parlamentario había votado los créditos de guerra, y el partido socialdemócrata, el partido rector de la II Internacional, tras la vergonzosa capitulación estaba dividido en tres tendencias: una derecha oportunista (socialchovinista y socialimperialista, que ha llegado a la mayor degradación), el oportunismo socialpacifista, el “centro” kautskiano, y la izquierda representada por los revolucionarios e internacionalistas, que publican revistas y llamamientos ilegales, como el titulado “El enemigo principal está en el interior del país”, y en los que denuncian el carácter imperialista de la guerra.
En el folleto El socialismo y la guerra, Lenin señala las trapacerías de que se valen los oportunistas socialdemócratas respecto a la bancarrota de la II Internacional, cuyas opiniones al respecto tachan de “exageradas”. Así como las previsibles tentativas de reconstituirla después de la guerra, en sintonía con la afirmación exculpatoria de Kautskyde que la Internacional era “un arma para tiempos de paz”, por lo que deducía que, en tiempos de guerra, no estuviese a la altura de las circunstancias. Esa definición conciliatoria con el socialimperialismo, lo era a cambio de ignorar el Manifiesto de Basilea (1912), por el que todos los partidos socialistas europeos se comprometieron, en caso de guerra imperialista, a aprovechar la crisis económica y política para precipitar la caída del capitalismo. Pero, cuando llegó la guerra y la crisis revolucionaria, la mayoría de los partidos socialdemócratas aplicó una táctica reaccionaria, embrollando de paso todo lo relativo al carácter de clase de la guerra, promoviendo la “defensa de la patria” y el apoyo a los gobiernos respectivos, acusándose unos oportunistas a otros de tener las manos llenas de sangre, y aplicarse mutuamente el término injurioso de imperialismo y de guerra imperialista, sin más problemas ni escrúpulos de conciencia.
“Y cuando la guerra haya terminado, señala Lenin, se amnistiarán unos a otros, reconocerán que todos tenían razón, que en tiempos de paz vivimos como hermanos, pero que en tiempos de guerra, basándonos exactamente en tales o cuales resoluciones, exhortamos a los obreros alemanes a exterminar a sus hermanos franceses y viceversa. (..) Se echará tierra a la discusión y todo marchará a pedir de boca. En lugar de ayudar a los obreros a comprender lo que ha pasado, se le engañará con una aparente “unidad” sobre el papel. La unión de los socialchovinistas y de los hipócritas de todos los países será denominada reconstitución de la Internacional”19.
Visto cómo no debe reconstituirse, en componenda con los oportunistas, la nueva Internacional, el germen de la misma aparece ya unida a la ejecutoria y el desvelo del partido bolchevique, y de aquellos grupos internacionalistas, que luchan contra el oportunismo socialdemócrata, principalmente, en una serie de países europeos. “No ofrece la menor duda – dice Lenin– de que para crear una organización marxista internacional es indispensable que en los distintos países haya fuerzas dispuestas a formar partidos marxistas independientes. En este sentido, Alemania, el país de movimiento obrero más antiguo y vigoroso reviste una importancia decisiva. El futuro próximo nos dirá si han madurado ya las condiciones para constituir una nueva Internacional marxista. Si han madurado nuestro Partido ingresará con alegría en esa III Internacional, depurada de oportunismo y chovinismo. Si no han madurado quedará claro que para semejante depuración aún es precisa una evolución más o menos larga”20.
En el agrupamiento de los internacionalistas marxistas, y no sólo de Alemania, la lucha contra el “centro” kautskiano es de suma importancia. Lenin celebra que el autor de un artículo de fondo de la revista alemana Die Internationale haya señalado el carácter dañino del kautskismo, pues mientras el socialchovinismo es manifiesto, el kautskismo es desde el punto de vista de los principios el más nocivo. Por eso “la piedra de toque para todo internacionalista debe seguir siendo la actitud hostil al neokautskismo”. ¿Por qué? Porque tratándose de oportunismos, el oportunismo honrado es el peor de los oportunismos, como decía Engels. “El oportunismo franco -dice Lenin– que provoca la repulsa inmediata de la masa obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas lo inoportuno de las acciones revolucionarias…”
Al punto que Lenin considera que los posibles fracasos de la gestación de la II Internacional se deben a la falta de lucha abierta contra los oportunistas 21 y la ruptura con ellos, sobre todo en Alemania, en la que hay miedo a la escisión y miedo a las consignas revolucionarias, y cuyo principal defecto es la falta de una organización clandestina consolidada. Cuando “el legalismo puro, el legalismo exclusivo de los partidos “europeos” ha caducado…Este legalismo debe ser complementado con la creación de una base ilegal, de una organización clandestina, de una labor ilegal sin ceder al mismo tiempo ni una sola posición legal. La experiencia demostrará cómo debe hacerse esto; lo que hace falta es que haya deseos de emprender este camino y conciencia de su necesidad...”22. En esas tareas de la organización ilegal y la combinación de las formas legales e ilegales de lucha, los bolcheviques tenían una sólida experiencia.
De la falta de contundencia frente al oportunismo socialdemócrata, no se libra la eminente Rosa Luxemburg, tanto en su erudito análisis de la guerra imperialista, en el folleto Junius , como en Las tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional (1915-1916). A juicio de Lenin, el folleto Junius era un paso atrás respecto a los planteamientos de la revista La Internacional que daba nombre al grupo, luego “Grupo Espartaco”, en la medida que no establecía la vinculación obligada entre la capitulación de la socialdemocracia alemana y el oportunismo, no yendo más allá de la denuncia de la traición de los dirigentes oficiales de la socialdemocracia, cuando la revista sí había criticado al kautskismo, por su prostitución del marxismo y su servilismo socialimperialista. Esa ausencia de la lucha contra el oportunismo era del todo inconsecuente, en el caso de las Tesis, por cuanto -en la 12ª tesis 23– se proponía crear una nueva Internacional. Otro error sobresaliente de R. Luxemburg era el relativo a la imposibilidad de las guerras nacionales bajo el imperialismo, suscrito asimismo en la 5ª tesis 24 del documento sobre las tareas de la Internacional, equivalente a la negación de la autodeterminación de las naciones, que se consideraba irrealizable en la época imperialista. Al combatir estos y otros errores, Lenin subraya lo incompatible que es “la despreocupación por la teoría marxista en un momento en que la fundación de la III Internacional sólo es posible sobre la base de un marxismo no vulgarizado”.
3.2. Guerra imperialista y revolución socialista
En la mayoría de los países capitalistas avanzados, la guerra imperialista había creado una situación revolucionaria, cuya dirección objetiva no puede ser otra que la revolución socialista. Pero es al partido de la clase revolucionaria al que corresponde “proclamarlo”, mostrando que “el socialismo en tiempos de guerra es imposible sin una guerra civil”. Pero ¿cómo convertir la guerra imperialista en guerra civil? El ejemplo lo ha dado, desde el comienzo, el partido bolchevique, al “pensar en acciones sistemáticas, consecuentes, prácticas, absolutamente realizables, cualquiera que fuese el ritmo de desarrollo de la crisis revolucionaria. Estas acciones se indican en la resolución de nuestro Partido: 1) votación contra los créditos de guerra; 2) ruptura de la “paz social”; 3) creación de una organización ilegal; 4) confraternización entre los soldados; 5) respaldo a las acciones revolucionarias de las masas. El éxito de todos estos pasos lleva inevitablemente a la guerra civil”25.
Los oportunistas al renunciar a la revolución han propagado la mentira burguesa de que la guerra imperialista se hace en defensa de la patria, en nombre de lo cual, los socialchovinistas se han pasado al campo de la burguesía contra el proletariado. “El medio de que más se vale la burguesía para engañar a los pueblos, en esta guerra, consiste en ocultar sus objetivos de pillaje con una ideología de “liberación nacional”. Pero, tanto los que defienden la victoria de su gobierno en la guerra imperialista, como los que defienden la consigna de “ni victoria ni derrota”, son igualmente socialchovinistas. De rechazo al engaño que es la “defensa de la patria” en la guerra imperialista, había surgido, entre los grupos internacionalistas de Holanda, Escandinavia y Suiza, la idea de sustituir el punto del armamento del pueblo, del antiguo programa mínimo socialdemócrata, por la consigna de desarme.
Sus promotores aducían, fundamentalmente, que la consigna de desarme era la expresión más decidida contra todo militarismo y contra toda guerra. “Pero precisamente, dice Lenin, en este argumento fundamental reside la equivocación fundamental de los partidarios del desarme”. Y esto porque los marxistas revolucionarios, si son consecuentes con la lucha de clases, no pueden estar en contra de todas las guerras. “Quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad clasista representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento de la lucha de clases. Negar las guerras civiles u olvidarlas sería caer en un oportunismo extremo y renunciar a la revolución socialista”. Otro tanto ocurriría si se ignoran los diferentes tipos de guerra y sus correlaciones, en razón de su carácter de clase, bajo el imperialismo.
“Desde el punto de vista teórico, sería totalmente erróneo olvidar que toda guerra no es más que la continuación de la política con otros medios. La actual guerra imperialista es la continuación de la política imperialista de dos grupos de grandes potencias, y esa política es originada y nutrida por el conjunto de las relaciones de la época imperialista. Pero esta misma época imperialista ha de originar y nutrir, también inevitablemente, la política de lucha contra la opresión nacional y de lucha del proletariado contra la burguesía, y por ello mismo, la posibilidad y la inevitabilidad, en primer lugar, de las insurrecciones y de las guerras nacionales revolucionarias; en segundo lugar, de las guerras e insurrecciones del proletariado contra la burguesía; en tercer lugar, de la fusión de los dos tipos de guerras revolucionarias, etc”26.
Además, no sólo la revolución socialista es una guerra, sino que el triunfo de la revolución social desatará más guerras, tanto desde fuera, como desde dentro, dado que la resistencia de la burguesía a ceder el paso a la sociedad socialista es la más encarnizada de todas las guerras. Sin embargo, es todo este cúmulo de cuestiones y problemas concretos de la revolución los que pasan por alto los defensores de la consigna del desarme, con su huida de una “realidad detestable y no la lucha contra ella”. “¿O es que los partidarios del desarme están a favor de un tipo completamente nuevo de revolución sin armas?”.
En consecuencia, subraya Lenin, “el socialismo triunfante en un país no excluye en modo alguno, de golpe todas las guerras en general. Al contrario, las presupone. El desarrollo del capitalismo sigue un curso extraordinariamente desigual en los diversos países. No puede ser de otro modo, bajo el régimen de la producción mercantil. De aquí la conclusión irrefutable de que el socialismo no puede triunfar simultáneamente en todos los países. Empezará triunfando en uno o varios países, y los demás países seguirán siendo países burgueses y preburgueses. Esto habrá de provocar no sólo rozamientos, sino incluso la tendencia directa de la burguesía de los demás países a aplastar al proletariado triunfante del Estado Socialista. En tales casos, la guerra sería de nuestra parte una guerra legítima y justa. (..) Sólo cuando hayamos derribado, cuando hayamos vencido y expropiado definitivamente a la burguesía en todo el mundo, y no sólo en un país, serán imposibles las guerras. Y desde un punto de vista científico, sería completamente erróneo y antirrevolucionario pasar por alto o velar lo que tiene precisamente más importancia: el aplastamiento de la resistencia de la burguesía, que es lo más difícil, lo que más lucha exige durante el paso al socialismo”27.
El hecho de que el desarrollo desigual económico y político sea una ley absoluta del capitalismo, permite a Lenin presagiar el socialismo en un solo país, antes de 1917, apuntando las tareas internas e internacionales que acometería. Se refería, en base a dicha ley, a la posibilidad de que “el socialismo triunfe primeramente en unos cuantos países capitalistas, o incluso en un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentaría con el resto del mundo, con el mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas, levantando en ellas la insurrección contra los capitalistas, empleando en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados”28.
Pero cuando se trata de empezar a enfocar el objetivo de la lucha revolucionaria de masas, en algunos países, en los que los grupos internacionalistas son débiles, la pregunta es ¿cómo hacerlo de manera concreta? “El objetivo concreto de la “lucha revolucionaria de masas” – responde Lenin– sólo puede consistir en medidas concretas de la revolución socialista y no del socialismo en general”. Porque del socialismo en términos vagos, se reclamaban entonces hasta los socialchovinistas y los políticos sociales burgueses, cuando de lo que se trata, para elevar el grado de conciencia y organización de las masas, es de llevar a término medidas concretas. En ese sentido pondrá de ejemplo el programa de “los camaradas holandeses”, que proponía medidas tales como: la “cancelación de las deudas del Estado, expropiación de los bancos y todas las grandes empresas”. Además, añade Lenin: “Sería absolutamente erróneo pensar que la lucha inmediata por la revolución socialista significa que podemos o debemos abandonar la lucha por las reformas. De ningún modo. No podemos saber de antemano cuándo lograremos el éxito, cuándo permitirán las condiciones objetivas el surgimiento de esta revolución. Debemos apoyar toda mejora de la situación de las masas, tanto económica como política. La diferencia entre nosotros y los reformistas no consiste en que nosotros nos oponemos a las reformas, mientras que ellos las apoyan. Nada de eso. Ellos se limitan a las reformas y como resultado descienden…al “papel de enfermeros del capitalismo”. (..) Las condiciones de la democracia burguesa muy a menudo nos obligan a adoptar una u otra posición respecto de un sinnúmero de reformas pequeñas y minúsculas; pero debemos saber adoptar esta posición -o aprenderlo- respecto de dichas reformas, de tal modo que simplificando el problema para mayor claridad, en todo discurso de media hora, se dediquen cinco minutos a las reformas y 25 minutos a la revolución venidera”29. En definitiva, a los oportunistas le vendría de perlas el que se le dejase por completo a ellos las reformas, mientras los revolucionarios se limitan a la fraseología y las vaguedades sobre el socialismo. Por el contrario se trata de que éstos afronten las medidas de revolución socialista y un “programa de reformas que también debe ser dirigido contra los oportunistas”.
3.3. Autodeterminación de las naciones e independencia de las colonias
La imposibilidad de las guerras nacionales bajo el imperialismo, planteada por la eminente Rosa Luxemburg y ratificada por el grupo alemán “La Internacional“, que ella lideraba, constituye, como se dijo, otro de los sonados errores combatidos por Lenin. El error en cuestión era argumentado en base a que, en la época imperialista, toda guerra nacional contra una de las grandes potencias imperialistas conduce a la intervención de otra gran potencia, también imperialista, que compite con la primera, por lo que toda guerra en principio nacional se convierte en guerra imperialista. Lenin responde que este argumento es falso, que puede suceder, pero que no siempre sucede así. “Muchas guerras coloniales, entre 1900 y 1914 han seguido otro camino. Y sería sencillamente ridículo decir que, p.e. después de la guerra actual, si termina por un agotamiento extremo de los países beligerantes “no puede” haber “ninguna” guerra nacional, progresista y revolucionaria, por parte de China, pongamos por caso, en unión de la India, Persia, Sian, etc., contra las grandes potencias”. En definitiva, rechazar la posibilidad de las guerras nacionales bajo el imperialismo es teóricamente falso y erróneo desde el punto de vista histórico y equivale “en la práctica al chovinismo europeo: ¡nosotros que pertenecemos a naciones que oprimen a centenares de millones de personas en Europa, en Africa, en Asia, etc., tenemos que decir a los pueblos oprimidos que su guerra contra “nuestras” naciones es “imposible!”
Para Lenin, las guerras nacionales de las colonias y semicolonias no sólo son probables, sino inevitables. “En las colonias y semicolonias (China, Turquía y Persia) viven cerca de 1.000 millones de almas, es decir, más de la mitad de la población de la tierra. En estos países, los movimientos de liberación nacional, o bien son ya muy fuertes, o bien crecen y maduran. Toda guerra es la continuación de la política con otros medios. Las guerras nacionales de las colonias contra el imperialismo serán inevitablemente una continuación de la política de liberación nacional de las mismas. Esas guerras pueden conducir a una guerra imperialista de las “grandes” potencias imperialistas actuales, pero pueden también no conducir a ella: eso dependerá de muchas circunstancias”30. Las guerras nacionales contra las potencias imperialistas son inevitables, progresistas y revolucionarias, aunque su éxito depende de la fuerza del número, de los millones de habitantes en los países oprimidos, así como el que se produzca una coyuntura favorable, como sería la paralización de la intervención de las potencias imperialistas, agotadas por la guerra, o la insurrección del proletariado en una de las grandes potencias, lo cual sería “lo más deseable y ventajoso” para la revolución socialista y su alianza con la liberación de las naciones coloniales.
En conexión con la imposibilidad de la guerra nacional, de la que se desprende la negación de la autodeterminación de las naciones bajo el imperialismo, aparece “la caricatura del marxismo a que han llegado algunos socialdemócratas holandeses y polacos al negar la autodeterminación de las naciones incluso en el socialismo”. Se recordará que la autodeterminación de las naciones también había enfrentado a Rosa Luxembug con Lenin, siendo decisivas las aportaciones de éste último para enfocar y aclarar el problema. Ahora se argumenta que la autodeterminación o independencia política de las naciones era irrealizable bajo el imperialismo e innecesaria en el socialismo. A ese respecto, Lenin señalará a ese respecto:
1) que, desde el punto de vista del capital financiero, puede darse el caso de ser ventajoso para sus intereses el conceder la independencia política a algunas naciones, “llegando incluso a la independencia estatal de algunas pequeñas naciones, a fin de no correr el riesgo de ver perturbadas “sus” operaciones militares”. Hay que estudiar “la originalidad de los alineamientos políticos y estratégicos y repetir, venga o no a cuento la palabreja imperialismo”. Y hay que tener en cuenta que las colonias son también naciones;
2) que la guerra de los pueblos oprimidos, como los de las colonias, es una guerra verdaderamente nacional, y en ésta la “defensa de la patria” sí es del todo justa, cuando por otro lado era un engaño en la guerra imperialista; ya que esta última no se hace para la liberación de las naciones, sino para decidir qué grupo de carniceros someterá a mayor número de naciones;
3) que las guerras nacionales contra las potencias imperialistas, como luchas que son por la autodeterminación nacional, implican: “1º la acción del proletariado y el campesinado oprimidos nacionalmente, junto con la burguesía oprimida nacionalmente contra la nación opresora; 2º la acción del proletariado, de su partido consciente, en la nación opresora, contra la burguesía y todos los elementos de la nación opresora que le sigan”;
4) que la consigna de autodeterminación en relación con las colonias, planteada por el partido obrero, aún en colonias donde no haya obreros, “no sólo no es un absurdo, sino obligatorio para todo marxista”; aunque en China, Persia, India, Egipto hay obreros, también habría que promoverla, en caso de no haber más que esclavos y esclavistas; sobre todo, teniendo en cuenta que la autodeterminación es una cuestión de dos naciones, la opresora y la oprimida, y debe ser el proletariado de la nación opresora el más interesado en proclamar el derecho a la independencia política de la nación oprimida.
En definitiva: “La lucha nacional, la insurrección nacional y la separación nacional son completamente “realizables” y se observan de verdad bajo el imperialismo; es más, incluso se intensifican, pues el imperialismo no detiene el desarrollo del capitalismo ni el crecimiento de las tendencias democráticas en la masa de la población, sino que exacerba el antagonismo entre dichas tendencias democráticas y la tendencia antidemocrática de los trusts”31.
Pero esta incomprensión de la lucha contra el imperialismo, calificada de “caricatura del marxismo” y “economismo imperialista”, plantea el problema de la democracia política, ya señalado en la temática de las reformas, y al que Lenin responde una vez más. Por un lado, al tratar de la opresión nacional, en la que rechaza que se salga del paso, con frases tendentes al socialismo ya resolverá. Pues hay que distinguir, los males económicos propios del capitalismo y que no tienen solución, mientras no se suprima el capitalismo, y los males que provienen de la falta de democracia política, que es a la que pertenece la autodeterminación de las naciones, y por lo tanto es realizable bajo el régimen capitalista. Tan a ciencia cierta, como que “la sociedad socialista no poseerá colonias ni tampoco naciones oprimidas”.
Comentarios
Publicar un comentario