No vale nada la vida
(Por: Francisco Parada Walsh)
«La Vida no vale nada, comienza siempre llorando y así, llorando, se acaba”. Es una de las mejores canciones del gran José Alfredo Jiménez y en estos momentos que el país atraviesa una hecatombe moral cada renglón de este poema cobra vida y salpica de ese mortal frenesí el alma más pura.
Recientemente fui increpado por una persona cercana sobre el riesgo por escribir sobre temas álgidos, publicar fotos pocos conocidas; en fin, casi tengo una cruz en mi frente por osar decir la verdad en un país de mentiras.
Está bien, acepto, mi vida se apagará en el mayor silencio pero para los pocos que me conocen, morí físicamente hace nueve años y civilmente desde hace 13 años, no dispongo de un cinco que garantice mi retiro, vivo y muero día a día, hora a hora, muero segundo a segundo y todo acabará.
¿Qué más me puede pasar?: Solo la muerte que en mi caso será la vida ya que bastará abrir una puerta y estaré en otro infra mundo; pero ¿Qué decirle a la madre de una joven desaparecida?, ¿Qué decirle a la familia que sale huyendo de su lugar de origen con la ropa puesta por amenazas a muerte?, ¿Qué decirle al hijo de una señora que fue apuñalada por robarle un celular?, ¿Cómo una familia afronta el desempleo?, ¿Qué decirle a la joven que se decide a migrar conociendo todos los riesgos que conlleva su desesperada decisión? .
Por eso es que en este mundo y sobre todo en este país la vida no vale nada; me sacude la impavidez de muchos ante el miedo a siquiera opinar; vivir en un país considerado entre los diez más violentos del mundo dice mucho de lo que somos como sociedad y como ciudadanos, pudiera esconderme, cavar un hoyo enorme y alejarme del mundo pero sería una ofensa a la poca vida que me queda, una ofensa, pues señalar algo que me parece incorrecto o publicar fotos de personajes lúgubres que pululan en nuestro país es un deber, es un acatamiento hacia mí mismo pero no, para “los valientes”, debo callar.
Nuevamente me pregunto qué decirle a una madre que le avisan que encontraron el cuerpo de su hija, cómo entender el dolor de una familia que se queda sin empleo y debe buscar nuevos horizontes, nuevas caravanas en busca de un país que le de, lo que el propio le niega; no lo entiendo pues para mí la vida es cualitativa y no cuantitativa y con solo leer que una tan sola vida se ha perdido me entristece, me acongoja, me estruja.
Pero pareciera que soy el maquinista de un tren y que a lo lejos solo puedo leer unos herrumbrosos rótulos que dicen: “Ver, oír y callar”; pero ¿Qué sociedad estamos dejando a nuestros hijos?: La sociedad del yo donde poco importa aquel mientras mi carreta no tenga tropiezos, no, no se puede ser así, no, porque eso es morir en vida y prefiero vivir en muerte.
Nuevamente me pregunto a qué vine a este planeta, habrán muchas respuestas: “a pasarla bien, a que otros me resuelvan los problemas, a ver de lejos la tragedia ajena” o le doy vuelta a las opciones y decido sentir en carne propia el dolor ajeno, la muerte cercana, el llanto de un niño, el adiós que un padre da mientras sepultan a sus hijos, el chillido de tripas por el hambre y tantas calamidades que abaten al salvadoreño común.
¿Cómo ser indolente ante un ladrón que por diez años fue el presidente o ministro de una institución y creyó ser un cuasi dios saqueando todo lo que pudo? Que lo sean otros, entiendo perfectamente que no he venido a quedar bien con una humanidad indiferente y debo, desde mis trincheras atacar sin piedad al ladrón, al asesino, al malo aunque eso me cueste la vida, pero ¿cuál vida? Si ya estoy muerto y quizá así, quizá así Dios o el diablo se apiaden de mí.
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