El Ministro de la Defensa Nacional saliente no ha aprendido en diez años que está mejor callado. No solo no le está permitido opinar sobre cuestiones políticas, sino que, además, sus intervenciones públicas, por lo general, son inoportunas e insensatas. En el Día del Soldado, afirmó que las masacres han sido distorsionadas hasta convertirlas en leyenda; que las nuevas generaciones, como no vivieron la guerra, están influidas por la propaganda; que si bien el Ejército está obligado a entregar la documentación relacionada con los crímenes de guerra, no puede inventar, y que, por consiguiente, reconstruir lo ocurrido es imposible; que los desaparecidos hace cuatro décadas deben ser olvidados para concentrarse en la investigación de las desapariciones y los secuestros actuales; que el Ejército no puede permitir que cualquiera ingrese en sus instalaciones para hurgar a su antojo; que aunque está obligado a entregar la documentación relacionada con los crímenes de guerra, también debe proteger la seguridad nacional; y, finalmente y como síntesis, se pronunció a favor de la amnistía, que la legislatura se apresta a decretar atropelladamente.
Estas afirmaciones reflejan el pensamiento de la cúpula militar y también del Gobierno del FMLN, que, con su silencio, las ratifica. Revelan el desprecio deliberado a la vida humana, la dignidad y los derechos de las víctimas, y una inhumanidad inaceptable. Estas declaraciones ponen de manifiesto que el Ejército no está al servicio del pueblo salvadoreño, sino de sí mismo. La cúpula militar ha hecho de la Fuerza Armada un ídolo y se idolatra a sí misma, en un esfuerzo de preservación. Sin embargo, ocurre lo contrario: esa idolatría es señal inequívoca de debilidad y decadencia.
El Gobierno del FMLN es cómplice por omisión, ya que el presidente Sánchez Cerén funge también como comandante general del Ejército. El FMLN, el partido que se dice socialista y revolucionario, no está interesado en investigar los crímenes de guerra y contra la humanidad, mucho menos en sancionar a sus responsables. Ello, en buena medida, por la cuenta que le trae, ya que algunos de sus altos dirigentes también están implicados en algunas atrocidades. El partido y su Gobierno son insensibles a la humillación y al sufrimiento de las víctimas. No es casualidad que los diputados se dispongan a aprobar otra ley de amnistía, disfrazada de reconciliación, antes de que concluya el mandato de Sánchez Cerén. Están convencidos de que él la firmará sin reparos. Probablemente, los dirigentes del FMLN no tienen el dinero de los oligarcas, pero sus criterios, sus actitudes y sus decisiones son muy similares a las de ellos.
El FMLN no está solo en la aprobación y el encubrimiento de estos crímenes. Arena “lo acompaña”, para usar una expresión muy del gusto de los diputados. Uno de los fundadores y alto dirigente del partido de derecha ha reprobado duramente la petición del relator de derechos humanos de Naciones Unidas de retirar el nombre de un infamado coronel, vinculado directamente con la masacre de El Mozote, de la Tercera Brigada de Infantería. La solicitud, según este directivo, “ha venido a vilipendiar un querido héroe nacional”. Así, pues, los héroes nacionales de Arena son los criminales que asesinaron a sangre fría a hombres, mujeres y niños durante la guerra. Hasta ahora, ningún dirigente del partido, ni siquiera las voces contestatarias de la legislatura, tan ágiles en el tuiteo, se ha atrevido a contradecir a su dirigente. En realidad, la petición es antigua. Se remonta al primer Gobierno del FMLN. Ninguno de los dos comandantes generales de este partido se atrevió a exigirle al Ejército relegar dicho coronel al olvido. Su nombre persiste desafiante, una afrenta para los derechos humanos y, sobre todo, para las víctimas de El Mozote y de todas las masacres.
Algunas voces, pocas aún, pero inocultables, cuestionan el sentido de la existencia del Ejército. La obstinación en un pasado cargado de crímenes, en colocarse por encima de la ley y del poder civil, en engrosar cada vez más la asignación presupuestaria y la obsolescencia de su armamento justifican el cuestionamiento. La ideología oficial vincula la existencia del Ejército con la República para justificar su necesidad. Pero esa vinculación es históricamente muy discutible, aparte de que tiene mucho de nostalgia. Las instituciones que no evolucionan para estar a la altura de los desafíos del presente ya han comenzado el lento camino de la decadencia. En el caso del Ejército, una decadencia extremadamente cara, dados los escasos recursos del país. Su vetusto armamento es más un accesorio de desfile que arma de guerra. Los barrocos uniformes de gala de la oficialidad exhiben cierto aire de nostalgia decadente.
Así, pues, el mensaje del Gobierno del FMLN, presidido por Sánchez Cerén, a las víctimas de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, y a la sociedad en general, es este: la Fuerza Armada goza de impunidad total y no existe poder político que pueda impedirlo.
* Rodolfo Cardenal, director del Centro Monseñor Romero.
Comentarios
Publicar un comentario