Bukele, un 'hipster millenial' dispuesto a militarizar El Salvador
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De Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se esperaba mucho y no ha decepcionado, al menos de momento. Casi como una estrella de rock ajena a la política —aunque ha desempeñado múltiples cargos políticos desde 2012—, este hijo de emigrantes palestinos de 38 años de edad conquistó la presidencia salvadoreña arrasando en las elecciones generales celebradas hace un año —el 3 de febrero de 2019—. Lo hizo sin formar parte de ninguno de los dos grandes partidos y ni siquiera necesitó de segunda vuelta, pues obtuvo algo más del 53 % de los votos.
Con estos antecedentes, lo que nadie podía imaginar era que el joven presidente irrumpiera en la Asamblea Legislativa con militares armados. De hecho, de haber apostado, lo que uno esperaba —con el difuso conocimiento que permite la distancia— hubiera sido todo lo contrario, que hubiera sido desalojado por los uniformados.
¿Por qué irrumpió Bukele en la Asamblea Legislativa con militares armados?
Según Bukele, pretende la aprobación de un préstamo para financiar el plan de seguridad que termine con las maras, las pandillas juveniles violentas surgidas durante los años setenta y ochenta, consideradas en la actualidad organizaciones terroristas.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
Con esta modernización de las fuerzas de seguridad, el que fuera elegido presidente más cool del planeta pretende recuperar el control del territorio, asfixiar económicamente a las maras, y detener y aislar a sus líderes.
El plan de Bukele consiste en pedir un crédito de 109 millones de dólares al Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) para implementar la tercera fase de modernización de las fuerzas de seguridad, un proyecto cuyo coste asciende a 575 millones de dólares, de los que un total de 200 millones serán financiados por la entidad bancaria.
Con esta modernización, el que fuera elegido presidente más cool del planeta pretende recuperar el control del territorio, asfixiar económicamente a las maras y detener y aislar a sus líderes. Todo parecía marchar correctamente hasta que la Asamblea Legislativa se negó en redondo a aprobar la aceptación del mencionado crédito, pues no lo consideraron una emergencia nacional, sino que más bien al contrario: entendieron que ello supondría un endeudamiento para el país.
El Salvador, el país más violento de la región
La Asamblea Legislativa no puede negar la magnitud del problema, aunque haya discrepancia en cuanto a las cifras. Según el Gobierno, el año pasado tuvo uno de los niveles más bajos de criminalidad en tres décadas –un 28% menos que en 2018– ya que se registraron 2.389 homicidios durante todo el año, lo que supuso 951 asesinatos menos que durante 2018. Además, durante el segundo semestre, en el que Bukele estuvo en el poder, la tasa fue todavía más baja, con solo 1.045 asesinatos.
De hecho, la UNODC, organización de la ONU para el registro de actividades criminales en el mundo, situó en 2017 a El Salvador como el país más violento de la región con 62 asesinatos anuales por cada 100.000 habitantes. Un nivel de violencia más elevado que la denostada Venezuela de —45 por 100.000 habitantes a 57 por 100.000— y a un abismo de la demonizada Cuba –menos de cinco asesinatos cada 100.000 habitantes–.
El origen: que El Salvador no fuera una nueva Cuba
Corrían los años sesenta —los de otro presidente muy cool: Kennedy— y los Estados Unidos, el origen de casi todos los problemas que azotan al mundo a día de hoy y, muy especialmente, a América Latina, decidieron que El Salvador no podía convertirse, ni remotamente, en la nueva Cuba. Sobre todo, porque ello podría provocar el contagio del virus socialista al resto de la región, que debía convertirse necesariamente en su patio trasero (y el de sus empresas).
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
La intervención de EE.UU. en El Salvador provocó lo mismo que en muchos otros países: múltiples golpes de Estado, movimientos revolucionarios, creación de grupos paramilitares y una sangrienta guerra civil. Las maras surgieron en esas circunstancias y con esas influencias, y obviarlo solo dificulta la comprensión del problema y la posibilidad de encontrar una solución.
Por ello, Estados Unidos, preocupado por los doce años de gobierno socialista a mediados del siglo pasado —el PRUD gobernó de 1948 a 1960—, comenzó a intervenir en la política del país mesoamericano. Una política marcada desde su nacimiento durante el siglo XIX por los militares, siendo casi imposible encontrar un periodo histórico en el que los militares no hayan influido en la política, habiendo sido en muchos casos los directores —dictadores— de la misma.
Esta intervención provocó lo mismo que en muchos otros países: múltiples golpes de Estado, movimientos revolucionarios, creación de grupos paramilitares y una sangrienta guerra civil. El mejor escenario para el negocio —expolio— norteamericano y la peor situación para los salvadoreños. Las maras surgieron en esas circunstancias y con esas influencias, y obviarlo solo dificulta la comprensión del problema y la posibilidad de encontrar una solución.
La militarización del país
Por todo lo relatado, la militarización del país no parece la mejor de las soluciones. Es cierto que la tendencia regional conduce a ello, pues países como Brasil, México, Chile, Ecuador o Bolivia son claros ejemplos de militarización y pretorianismo, pero como se está demostrando, en ningún caso se trata de la solución. Baste señalar que México y Brasil han fracasado estrepitosamente en su intento de rebajar los índices de criminalidad con la militarización de sus cuerpos policiales.
Luis Gonzalo Segura, exteniente del Ejército de Tierra de España.
La militarización del país no parece la mejor de las soluciones. Baste señalar que México y Brasil han fracasado estrepitosamente en su intento de rebajar los índices de criminalidad con la militarización de sus cuerpos policiales.
Concentrar, como ha hecho Bukele, a más de 7.000 efectivos militares y policiales en 22 ciudades, reforzar con 3.000 militares los contingentes policiales, desplegar 1.000 militares para recuperar el control de cinco ciudades –Chalatenango, Sensuntepeque, San Francisco Gotera, San Vicente y Zacatecoluca– o trasladar 3.000 pandilleros de prisión, no parece la solución, cifras que, teniendo en cuenta la población salvadoreña, son realmente mastodónticas. Tampoco parece muy cool.
Dios mediante
En este enmarañado contexto, la teológica amenaza del hipster Bukele se enmarca en un terreno de lo más surrealista: "Si estos sinvergüenzas no aprueban esta semana el plan, volvemos el domingo, le volvemos a pedir sabiduría a Dios y le decimos: Dios, tú me pediste paciencia, pero estos sinvergüenzas no quieren trabajar por el pueblo".
No es la primera muestra de agresividad teológica del millenial Bukele, pues fue expulsado del FMLN, partido en el que comenzó su carrera política, por lanzar una manzana y gritar "bruja" y "traidora" a una concejala. La templanza no parece lo suyo, al contrario que la mística.
La perversa distancia internacional
Si la oposición ha denunciado la perpetración de un autogolpe, desde los principales actores internacionales se ha llamado a la calma, lo que traducido al lenguaje de los mortales significa que les importa un pimiento lo que ocurra, salvo que salpique mucho. Y es que la Unión Europea y Estados Unidos han hecho llamamientos a una resolución pacífica, lo que en el país más violento de toda la región y con una negra crónica de doscientos años de intervención militar, suena utópico cuando no irresponsable.
La solución, imposible sin ayuda internacional
Quizás El Salvador no sea tan importante como Irak, le falta petróleo por aquí y por allá, y su único valor lo constituya su función como nueva policía fronteriza norteamericana, pero lo cierto es que ser el país más violento de la región debería ser y haber sido suficiente como para llamar la atención de la comunidad internacional.
El Salvador no necesita créditos para modernizar ni aumentar sus cuerpos policiales ni presidentes irrumpiendo con militares en asambleas, aun cuando las intenciones de esta última no parezcan muy bondadosas. Necesita una intervención de larga duración de la ONU. Porque es de suponer que, en algún momento, servirá para algo realmente.
Una verdadera misión humanitaria de paz que permita reconstruir los pedazos del Estado que dinamitó la política norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Fuerzas militares internacionales que ayuden a un país, incapaz de controlar su territorio, a desarmar a los violentos, y ayuda económica que permita reintegrar a estos en la sociedad y reconstruir el tejido social dañado –educación, sanidad y cultura–, pues solo así El Salvador podrá ser, no ya un país mejor, sino un país en el que la muerte no aceche en cada esquina.
No olviden que las maras, de violencia saben un poco y de sobrevivir a las embestidas del Estado, otro poco. No son tan cool como Bukele, pero existían antes de que naciera
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