Intereses, injerencias y golpe militar: ¿Ha habido una revolución en Sudán?
Publicado: 22 abr 2019 10:01 GMT | Última actualización: 22 abr 2019 14:01 GMT
Cuando la joven de 22 años Ala’a Salah llenó las portadas de los medios globales, muchos periodistas se lanzaron a hablar de una revolución en Sudán. Una revolución, incluso, representada en las mujeres.
Los discursos se volvieron aun más idealistas cuando, dos días después, el 11 de abril de 2019, Omar al Bashir era depuesto tras 30 años en el poder y dos órdenes de detención de la Corte Penal Internacional de La Haya por crímenes de guerra y lesa humanidad a sus espaldas. Desde Europa se celebraba el golpe contra el presidente y se presentaba como la culminación de una revolución iniciada meses atrás con las primeras protestas que empezaron el 19 de diciembre de 2018.
Lo cierto es que, más allá de discursos victoriosos, el golpe contra Omar al Bashir ni tiene rostro de mujer, ni es una revolución. Se trata de un golpe militar completamente independiente a las demandas de la población civil sudanesa, que lleva meses llenando las calles del país.
El cambio político de Sudán parece más, como dice el Partido Comunista, un golpe palaciego que una revolución. Como bien titulan en The Economist, "el déspota ha sido depuesto, pero no el sistema". Y es que el golpe en Sudán, por el momento, más que una revolución, parece una simple transferencia de poder de un autoritario a otro. Los periodistas que hablan de una nueva 'Primavera árabe' solo aciertan en una cosa: hay quienes intentan instrumentalizar las protestas para desestabilizar a enemigos estratégicos e imponer sus propios intereses. También desde el exterior.
El mar Rojo, el golfo de Adén y los Hermanos Musulmanes; elementos clave para entender quiénes se disputan Sudán
La creación de Sudán del Sur supuso un duro golpe para Sudán, que perdió gran parte de sus recursos petroleros. Esto hizo que el gobierno sudanés no tardase en acercarse a Arabia Saudí. A cambio, el régimen de Al Bashir tuvo que tomar decisiones arriesgadas, como entrar de lleno en la guerra de Yemen a cambio de una buena suma de dinero o romper relaciones en 2016 con un aliado tradicional como Irán.
Arabia Saudí devolvió estas acciones invirtiendo en 2016 cerca de 11.000 millones de dólares en Sudán para potenciar los lazos económicos entre ambos países, el sector alimentario y las cuestiones de seguridad. En 2015, Riad y Jartum ya habían firmado un acuerdo por el cual la monarquía wahabita invertiría 6 mil millones en el sector agrícola del país africano, que cuenta con 200 millones de acres de territorio cultivable.
Sudán necesitaba esas inversiones. La pérdida de los recursos petrolíferos y las sanciones desde los 90 por intentar desestabilizar a países vecinos, participar en la invasión de Irak a Kuwait, los abusos y crímenes de guerra en la crisis de Darfur en 2006 o haber protegido a extremistas como Osama bin Laden, dañaron fuertemente la economía del país. La crisis era cada vez peor.
Pero en 2017 la cuestión comenzó a torcerse. En verano estalló una crisis entre Catar y Arabia Saudí que continúa todavía hoy. Saudíes, emiratíes, bahreiníes y egipcios cortaron sus relaciones con Doha. Los intentos de mediación fallaron, y cada país comenzó a ir por su lado, cambiando las políticas regionales.
En Sudán la crisis no pasó desapercibida, y Jartum comienzó a replantearse sus políticas, en detrimiento de las relaciones con Riad. No podemos olvidar que el gobierno sudanés está ligado a los Hermanos Musulmanes, que a su vez son aliados tradicionales de Catar y enemigos convencidos de Arabia Saudí.
La carne de cañón de la coalición liderada por Arabia Saudí en Yemen eran y son los sudaneses, y las imágenes de hutíes masacrándolos supusieron un gran golpe moral para la población en Sudán. La mayoría de combatientes, además, eran y son de la marginalizada región de Darfur, muchos de ellos, niños.
El papel tan lamentable de Sudán en la guerra llevó a varios mandatarios a pedir que se retirasen las tropas para dejar de ser partícipes de la mayor crisis humanitaria del momento y para dejar de perder vidas sudanesas inútilmente. Gran parte de los opositores consideran que la presencia sudanesa en Yemen es inconstitucional. Además, los aliados del Golfo tampoco cumplían sus promesas y eran incapaces de influir en EE.UU. para que levantase las sanciones contra Sudán por su apoyo al terrorismo.
Todo lo anterior provocó que en 2017 Jartum volviese a bascular hacia Catar y Turquía, que para entonces estaban enfrentados a Israel, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. De hecho, Jartum era cada vez más lejano a Riad, algo que suponía un problema para las ambiciones expansionistas saudíes que buscan establecer un monopolio del golfo de Adén y el mar Rojo. Este mar es uno de los puntos del mundo por el que más recursos circulan anualmente, y Adén, su entrada.
Las bases turcas y cataríes son lo único que impide a saudíes y emiratíes dominar el mar Rojo
En marzo de 2018, Sudán y Catar firmaron un acuerdo de 4.000 millones de dólares para gestionar el puerto de Suakin, en la costa sudanesa.
Previamente, en diciembre 2017 ya firmaron un acuerdo turcos y sudaneses para restaurar parte de este puerto y construir un muelle tanto para buques civiles como militares. Con el derrocamiento de Al Bashir por parte del ejército, Turquía ha perdido el importante acuerdo de Suakin, que era un punto esencial para su estrategia enfocada a aumentar su influencia en África.
En septiembre de 2018, Turquía firmó un acuerdo de 100 millones de dólares con Sudán en el que Ankara invertía en la exploración de petróleo. Además de este, alcanzaron otros acuerdos en materia agrícola y de explotación granjera. Erdogan, que en los últimos años se ha querido erigir como 'El Sultán' del mundo islámico, buscaba apuntalar el régimen islamista de Al Bashir sustentado en los Hermanos Musulmanes. Junto al acuerdo por el puerto de Suakin, Turquía también acordó construir el aeropuerto internacional de Jartum, valorado en unos de 1.000 millones de dólares.
Y en este contexto se da el golpe contra Omar al Bashir el 11 de abril. El gobierno golpista, lejos de poder considerarse revolucionario, va en contra de la petición de los manifestantes de una transición civil. Tampoco va en favor de los intereses sudaneses, al asegurar que mantendrán las tropas de Sudán en Yemen en un gesto de apoyo total a la coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. Y como devolución del favor, los emiratíes y saudíes han mostrado su apoyo total al Consejo Militar de Transición.
El rey Salmán bin Abdulaziz de Arabia Saudí ya ha ordenado el envío de ayuda humanitaria a Sudán, entre la que hay productos derivados del petróleo, trigo y medicina. Parece que las petromonarquías del Golfo tienen muchos intereses en llevar a su órbita al nuevo gobierno de Sudán. Ambas tienen puertos en Egipto, Eritrea y Somalilandia. Las relaciones con Etiopía son buenas y el sur de Yemen lo dominan. Yibuti, que es de hegemonía china, no supone ningún problema. Sudán es el único impedimento que tienen para que el mar Rojo y el golfo de Adén sean suyos. Es el único lugar en el que Catar y Sudán cuentan con bases y el puerto de Suakin. Y es que, en clave geopolítica, se entienden mejor los movimientos de los países.
Los manifestantes no se rinden y siguen pidiendo un gobierno de transición civil
Una semana después del golpe, los sudaneses siguen acampando frente al Ministerio de Defensa (empezaron el 6 de abril con Al Bashir) en demanda de un gobierno civil; algo por lo que la propia Unión Africana presiona al Consejo Militar, a fin de evitar que el golpe haya sido simplemente para cambiar de un gobierno autoritario a otro gobierno autoritario. De no cumplir con el objetivo de un gobierno de transición civil y el restablecimiento del orden constitucional en un plazo de 15 días, la Unión se plantearía suspender a Sudán del bloque dejando de reconocer a su gobierno. Destacar que desde el principio, el Consejo de Paz y Seguridad de la Unión Africana ha condenado el golpe.
El nuevo Consejo Militar de Transición mantiene un discurso de entendimiento y no imponer nada al pueblo, afirmando que la solución de la crisis llegará de los manifestantes y no de las Fuerzas Armadas, aunque de momento es algo que no se ve reflejado en la práctica.
La Asociación de Profesionales Sudaneses (APS), el principal órgano de oposición que comenzó las protestas el 19 de diciembre, pide la disolución del Consejo Militar de Transición para crear un Consejo Civil que una a civiles y militares. Denuncian que el ejército está intentando dispersar a los manifestantes por la fuerza, y que si el Consejo Militar no es disuelto, la APS no participará en el gobierno de transición.
El ejército dice que en dos años transferirá el poder militar al civil, pero parece más bien que quieren establecerse como Sisi en Egipto. La situación es incierta y, desde luego, nada halagüeña con el actual desarrollo de los acontecimientos.
El general Abdel Fatah al Burham es el dirigente del Consejo Militar de Transición, colocado el día 13 de abril tras la destitución de Awad ibn al Ouf en menos de 24 horas en un intento de romper con todo el legado de Al Bashir en el nuevo poder.
No acercarse
"No acercarse" es la pancarta que ha colgado el ejército sudanés en los muros de su cuartel y que se ha convertido en el reflejo de la tensión de relaciones entre manifestantes y militares.
Creo que es importante destacar que el jefe adjunto de la Junta Militar de transición, Mohammad Hamdan Daglo 'Himeidti', fue jefe de la fuerza paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido del gobierno sudanés, acusada de cometer crímenes contra los derechos humanos en Darfur, estando ligado así al legado de Omar al Bashir. Por tanto, la ruptura es más estética que real o total. O, al menos, es un cambio de figuras y aliados, pero no de sistema.
Si, han detenido a los hermanos de Al Bashir y oficiales de alto rango de su entorno. También han destituido a Awad ibn al Ouf, pero no combaten el problema enquistado. Son simples concesiones a los manifestantes. El ejército sigue dominado por mandos nombrados por Al Bashir.
Como ya estamos acostumbrados a ver, la comunidad internacional está interfiriendo en Sudán para instaurar sus propios intereses al margen de la opinión de los sudaneses, que quieren solucionar sus problemas domésticos por sí solos.
Omar al Bashir llevaba en el poder desde 1989. Con el tiempo instauró un régimen islamista de guerras, protección a yihadistas, corrupción, crímenes contra la humanidad y gestión nefasta que, ahora, cae por su propio peso en un ambiente de protestas. La subida del precio de los alimentos no fue más que la gota que colmaba el vaso para una población hastiada del gobierno de Bashir.
La postura del nuevo poder militar es evidente cuando rechazaron el 17 de abril recibir a la delegación catarí comandada por el ministro de Exteriores, Mohammed bin Abdulrahman al Thani. Aunque se escudaron en cuestiones burocráticas, un día antes recibieron a una delegación conjunta saudí y emiratí. Tal es la nueva posición que el Consejo de Transición ha destituido al subsecretario del Ministerio de Exteriores por un comunicado sobre la preparación -sin consultar con el consejo- de la visita de una delegación catarí. Puede que sea mi simple impresión, pero da la sensación de que los militares se preocupan más por contentar a Arabia Saudí y Emiratos que por los intereses nacionales.
Lo que suceda a partir de ahora en Sudán es incierto. ¿Cuánto poder están dispuestos a entregar los militares a la oposición civil? Las calles se siguen llenando de manifestantes que piden una transición democrática, y solo ellos pueden garantizar una revolución que todavía no se ha dado.
Alberto Rodríguez García
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