Soy un esquizoide
Lo confieso. Lo admito. Lo reconozco, siguiendo los criterios del DSM-V, abreviatura delManual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, o en el inglés yanqui original, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. Edición quinta, vigente.
Los gringos que se dedican a diagnosticar que la gente está loca, por qué lo está y cómo, han llegado a la conclusión de que la manera adecuada de llegar a tal conclusión, y valga la loca redundancia, radica en la Estadística: usted está mal de la cabeza si la cantidad de personal que difiere de su forma de pensar o sentir es lo suficientemente grande como para señalarle con el dedo tachándole de “rarito”. Y a la mierda: siéntase todo lo bien que quiera, piense lo que le dé la gana, pero si al contestar a un test le salen más de cuatro o cinco respuestas estadísticamente infrecuentes… La ha jodido: póngase ya a buscar su chaveta. Haga el favor de salir de este despacho, pase por recepción y le darán cita con psiquiatría. Sí, dentro de seis meses.
Pues bien, uno de los rasgos característicos de las personalidades esquizoides es que son“capaces de llevar direcciones opuestas a las de la normalidad grupal de su entorno y de desafiarlas”.
“Normalidad grupal”. Reflexione un minuto sobre este sintagma. ¿Ya, han pasado los sesenta segundos? Vale. Me lo creo y acepto barco como animal acuático. Ahora piense en lo que supone ser “grupalmente normal” en una sociedad en la que la mayoría estadística piensa que…
Que está bien eso de tirar zarpazo ilegal e ilegítimo a la Hacienda estatal para lucrarse con comisiones millonarias, adjudicando al “capitalismo amigo” que las abona, pingües contratos pagados a precio de oro, con dinero público, aprovechando los cargos políticos que ese mismo pueblo ha otorgado en unas elecciones. Que está bien eso de prevaricar a razón de varios nuevos casos semanales.
Que está bien “rescatar” a los banqueros, también con dinero público, cuando se les ha ido la mano inventando billetes de mentira, simples apuntes contables, a razón de noventa veces la riqueza mundial real. Que está bien que, mientras esa panda de ladrones llamada “patronal bancaria” exige su rescate amenazando la estabilidad económica que ellos mismos se han cargado con su locura especulativa, también echen de sus casas al pueblo que paga el rescate, porque “hay que apretarse el cinturón”.
Que está bien que sea dificilísimo de la muerte reformar la Constitución para conseguir un funcionamiento electoral justo. Que, oh paradoja, oh absurdo, oh idiotez supina de etimología griega clásica, también está bien que en dos semanas de agosto pueda cambiarse su artículo 135 para que, otra vez los banqueros, cobren su rescate antes y por encima de las necesidades de todo el pueblo.
Que está bien que el Estatuto de los Trabajadores sea reformado cincuenta veces. Sí, sí, cincuenta desde 1977, la mayoría a partir de… 1983. Que está bien que, en cada una de ellas, se reduzca drásticamente el precio del trabajo y su garantía de continuidad, empujando a muchos millones de personas a traspasar el llamado “umbral de pobreza”. Que está bien legalizar el tráfico de empleo mediante las empresas de trabajo temporal, que ahora legal, pero de forma ilegítima se quedan con una parte del cada vez más precario salario por hacer de innecesarios intermediarios entre explotadores y explotados.
Que está bien que cuatro compañías privadas marquen el precio de la energía, condenando así al frío, al calor y a la miseria a millones de personas que no pueden pagar el chantaje porque han caído aplastadas por la loca especulación de otro departamento de esas mismas compañías: la sección bancaria.
Que está bien contribuir a la Tercera Guerra Mundial perteneciendo a una mafia militar comandada por los rapaces intereses de las multinacionales globales, al servicio de las cuales ponen su mundialmente hundido nombre los restos políticos del imperio yanqui y sus secuaces europeos.
Que está bien permitir que el jefe del democrático estado español no sea democráticamente elegido, y ejecute sus funciones de títere de las multinacionales heredando tan dudoso privilegio de una sangre tan común como las demás y del dictatorial designio de un sombrío fascista cuyo mayor mérito fue ponerse arteramente a la cabeza de una sedición militar y asesinar a más de un millón de personas.
Que está bien, en fin, que todas estas barbaridades sean refrendadas en las urnas de la muy poco democrática democracia burguesa, consiguiendo el PP$OEC’s a finales del pasado año un 68% de los votos emitidos. Un sesenta y ocho por ciento. Porcentaje que, suponiendo una amplia mayoría, bien puede considerarse “normalidad grupal”.
Pues vale, pues si eso es lo que corresponde pensar para pertenecer a la “normalidad grupal”… Existen dos conclusiones posibles: O yo soy un esquizoide, o la mayoría estadística de este país suena a maraca de Machín. Personalmente, me quedo con la segunda opción: muchos de los seres votantes que habitan dentro de las fronteras españolas son carne de psiquiatra. Paradójicamente, esta opción incluye a la primera porque, si afirmo que la mayor parte de este país está como una regadera, resulta que soy capaz de “llevar direcciones opuestas a las de la normalidad grupal de mi entorno y de desafiarlas”. Así que, si cree que estoy como una chota… Usted, estadísticamente, está un sesenta y ocho por ciento más majara que yo.
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